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¿De qué discutimos esta noche en la cena?

Una mesa decorada con temas navideños en una imagen de archivo. EFE/Luis Tejido
23 de diciembre de 2025 21:53 h

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Venga, ¿de qué vamos a discutir en la cena de Nochebuena, en la de Nochevieja, la comida de Navidad, la de empresa, la quedada con los padres del colegio de tus hijos, la cerveza con amigos de la universidad o del instituto? ¿Las balizas de tráfico, si son una buena medida de seguridad, un negocio de algún listo o una forma de control totalitario? ¿Los desalojados de Badalona, una pobre gente necesitada de ayuda o una mafia peligrosa a la que hay que expulsar también del país? ¿Las elecciones extremeñas, una calamidad o el principio del fin del sanchismo?

Algún tema calentito caerá en la cena, comida o copa de estas fiestas, ya verás. Con la tranquilidad de que la sangre no llegará al río, porque el espíritu navideño manda y nos tomamos todo a risa, o bajamos las armas a tiempo para evitar el mal rollo; pero de cualquier tema que intentemos hablar, sea de alta política o de andar por casa, habrá posturas enfrentadas. La polarización no la ha inventado Campofrío, y hace tiempo que saltó del Congreso, los parlamentos autonómicos y las tertulias, a los bares y casas. E igual que en la política y los medios el eje discursivo de ha desplazado hacia la derecha y más allá, sospecho que también en las reuniones familiares y amistosas se viene produciendo un desplazamiento similar.

Qué tiempos aquellos en que por estas fechas hacíamos chistes sobre cuñaos fachas, proponíamos un bingo de temas que seguro caerían en la cena de Nochebuena, o nos tomábamos un chupito cada vez que alguien pronunciaba ciertas palabras que no podían faltar en el repertorio cuñao. Ojo, que digo “cuñao” como categoría cultural, no como parentesco, que se puede ser ese tipo de cuñao siendo padre, madre, hermano o primo. De hecho, todos en algún momento podemos ser el cuñao de alguien. Si no tienes cuñao cerca, es que el cuñao eres tú.

A la vuelta de unos años, el cuñadismo de ultraderecha ya no llama tanto la atención, sus opiniones no provocan respingos en la sobremesa y nadie se siente incómodo: su discurso sigue siendo el mismo, o si acaso más escorado a la derecha, pero lo hemos normalizado como si fuera una opinión más. El propio anuncio de Campofrío de este año juega a eso: no nos ponemos de acuerdo, pero no nos queda más remedio que convivir, cada uno con su punto de vista, como si todos fuesen igual de respetables. ¿Ah, sí?

De modo que el eje izquierda-derecha se ha movido varios grados hacia allá en todos los ámbitos: en los parlamentos y gobiernos, en las elecciones, en los sondeos, en la línea editorial de los medios, en las tertulias, y finalmente en la calle, y quizás hasta en nuestras casas. Igual que hace una década parecía que el eje se corría hacia la izquierda y ciertas opiniones tradicionalmente de izquierdas (sobre derechos sociales, impuestos, vivienda o banca) se convertían en nuevo sentido común, el pendulazo hoy hace que asuntos propios de la derecha se vistan de sentido común y colonicen todo.

Un desplazamiento discursivo que nos arrastra a todos, desde el momento en que la conversación pública está sesgada de partida, tanto la selección de temas como el lenguaje. ¿Nos hemos vuelto todos más de derecha, incluidos los votantes de izquierda? Otro día lo discutimos, tengamos hoy la cena en paz.

Felices fiestas.

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