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ZONA CRÍTICA

España merece otra derecha

Campaña de recogida de firmas del partido contra los indultos.

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Ha habido algunos momentos, muy pocos, en los que ha parecido que el PP había entendido que no podía seguir pifiándola con Catalunya. Solo fueron espejismos. Con el lema ‘Todos tenemos derecho a opinar’ se dedicó a recoger firmas contra el Estatut, apelando a la defensa de su concepción de España aunque en realidad lo que se pretendía era ganar votos a base de alimentar el enfrentamiento territorial, entre comunidades pero también dentro de Catalunya. Hubo concejales del PP en Girona que se negaron a colocar mesas petitorias e incluso calificaron la campaña de “ridícula”.

Eso era en el 2006. Una década después, Soraya Sáenz de Santamaría reconoció en una entrevista en la Cope que “fue un error” que PP y PSOE no trabajasen previamente para llegar a un acuerdo en lugar de “proceder unilateralmente unos y otros”. Sonó a mea culpa y así lo interpretó la FAES de José María Aznar, que tardó un día, solo uno, en salir a reprocharle sus declaraciones. “El acuerdo con los socialistas no parece que fuera cuestión de esfuerzo. Fue una posibilidad vetada por quienes hicieron un Estatuto con plena conciencia de su inconstitucionalidad y con el objetivo de asentar, en Madrid y en Barcelona, un proyecto de poder que prolongaría la mayoría de Zapatero y el tripartito catalán sobre la base de la exclusión del PP”, le replicó la fundación del expresidente. Como siempre que habla Aznar, aunque sea a través de los comunicados de la FAES, se le entendió todo. El objetivo no era salvar España, era salvarse ellos.

Santamaría no fue la única en asumir que se habían equivocado. También Esperanza Aguirre, en una entrevista en La Vanguardia, afirmó que votar contra el Estatut “quizás” había sido un error. “No hay que tener temor a admitir los errores”, afirmó. Además de no tener miedo a reconocerlos, lo que hay que intentar es no repetirlos. Pero está claro que los populares han decidido volver a hacerlo, ellos sí y no solo como una declaración de boquilla, porque su propósito no es otro que derrotar al Gobierno, en su momento el de Zapatero y ahora el de Sánchez, o al menos intentarlo al precio que sea. 

En la mesa que ha colocado ante la todavía sin vender sede de Génova para recoger firmas contra los indultos, el gel hidroalcohólico está decorado con banderas de España y si firmas puedes llevarte también una pulserita rojigualda. Harán falta muchas banderas en las mesas y en la plaza de Colón para que el PP pueda olvidar jornadas como la de este miércoles. La madrina política de Pablo Casado, a la que debe la presidencia del partido, María Dolores de Cospedal, y su marido han sido imputados por delitos de cohecho, malversación y tráfico de influencias en la pieza que investiga el espionaje con fondos reservados a Luis Bárcenas. El mismo día también se ha conocido que el juez ha decidido sentar en el banquillo a Rodrigo Rato, el que fuera vicepresidente del Gobierno y referente económico del PP, por delitos contra la Hacienda Pública, blanqueo de capitales y corrupción en los negocios. La Justicia le acusa de haber defraudado 8’5 millones de euros. Casi nada.

Casado tenía ahora la oportunidad de demostrar que su discurso en la moción de censura de Vox era sincero, que aspira a pilotar una derecha moderna, más cercana al liberalismo de Macron que al autoritarismo de Abascal, con el sentido de Estado de Merkel, capaz de gobernar un Estado federal y de hacerlo en coalición con los socialdemócratas, aliados y a la vez adversarios en las urnas. Demostraría así no solo su capacidad de liderazgo en el PP sino también en el conjunto de la derecha. Eso incluye a un Ciudadanos, que no aprende la lección ni en Catalunya ni en el resto de España. Catalunya ya no es la del 2017, como bien sabe una parte importante del independentismo, la que ganó las elecciones y que es la que ha decidido que no hay otra vía que la del diálogo. El PSC se ha convertido en el referente del bloque antiindependentista, con un discurso muy alejado de las estridencias de Inés Arrimadas, y con una apuesta por intentar mirar hacia adelante y no quedarse anclados en ese otoño cuyas consecuencias aún perduran.

Lo mínimo que se puede pedir a los que no quieren mejorar las cosas es que al menos no las empeoren más, sean los que desde las filas independentistas reclaman vías unilaterales sin tener que asumir ningún coste personal y obviando todos los que ha tenido la aventura de la frustrada DUI o los que desde el otro extremo buscan sacar rédito electoral de la confrontación. 

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