Esperando un milagro casi imposible
El estropicio que puede causar la celebración de elecciones en un 23 de julio debería haber sido un motivo suficiente para convocarlas un par de meses después. Pero Pedro Sánchez no ha atendido a ese argumento, que puede tener consecuencias electorales negativas para el PSOE. ¿Por qué tanta prisa? En la respuesta a esa pregunta puede estar clave de la lectura que ha hecho el líder socialista de los resultados de la formidable derrota sufrida por su partido y por toda la izquierda el 28 de mayo.
Por ahora no hay datos que lo confirmen. Pero una de las razones, tal vez la principal, de la apresurada decisión de Sánchez sería que, entrando de golpe en un proceso electoral, se cerraba la puerta a cualquier debate interno en el PSOE sobre las causas y las responsabilidades del contundente fracaso. Y la cosa no era pequeña. Porque, a poco que se mire, a la hora de buscar culpables de las decisiones que los socialistas han tomado en los últimos meses y en la campaña electoral, Pedro Sánchez aparece como autor prácticamente único de las mismas.
Ese es un grave fallo en cualquier partido, pero lo es mucho más en uno que tiene muy distribuido su poder territorial. Ni siquiera Felipe González, en sus momentos de mayor gloria, actuaba sin tener en cuenta la opinión de los demás dirigentes. De Alfonso Guerra en particular. Sánchez, con sus legiones de asesores que cambia con una frecuencia inaudita, ha concentrado en sus manos todo el poder decisional. Habría sido lógico que tras el batacazo del pasado domingo todos los ojos hubieran mirado hacia él y los de unos cuantos seguramente para pedirle cuentas.
Más de uno de los barones regionales que han perdido se muestran convencidos, en privado, de que no habrían sido derrotados si Sánchez no hubiera impuesto su discurso nacional durante la campaña, impidiéndoles a ellos plantear argumentos más adaptados a su territorio. Algún día esas cuitas saldrán a la luz. Pero ahora el imperativo electoral del 23 de julio lo hace imposible. Que cada uno llame lo que quiera a ese comportamiento, pero seguramente el término “cacicada” podría adaptarse bastante bien a lo ocurrido. Porque Sánchez no consultó a nadie, y menos a esos barones, para disolver las Cortes.
Los resultados del 28 de mayo indican que la orientación de la campaña que ha hecho el líder socialista ha sido un error. El ambiente electoral estaba en unas coordenadas en las que subrayar los éxitos del Gobierno y proponer una medida tras otra sin que estuviera claro que habría sido posible aplicarlas no ha funcionado. Lo que mandaba en el tiempo previo a las elecciones era eso de lo que ahora habla todo el mundo, de la “ola de derechización” que atraviesa la sociedad española, pero que hace unas semanas muy pocos mencionaban. Y menos que nadie, José Félix Tezanos y su CIS, cuyo optimismo favorable a los socialistas se ha demostrado infundado y falso. Se dice que Tezanos se mantiene en el cargo, del que muy bien podrían haber sido depuesto hace años, por un empeño personal de Pedro Sánchez. Si es así, ese sería otro pecado del presidente.
Ahora, la derecha que el presidente prácticamente no ha mencionado durante la campaña, aparece como un monstruo contra el que hay que luchar a toda costa. Y Sánchez habla de “ultraderecha y de derecha extrema”, exagerando la calificación del PP, que es muy derechas, lo ha sido siempre, pero seguramente no tanto.
¿Será ese el argumento que movilizará al electorado potencial de la izquierda hasta el punto de darle la victoria en julio? No cabe ser muy optimista al respecto. No es probable que en los próximo meses Isabel Díaz Ayuso, aunque siga siendo un verso suelto, le dé disgustos mayores a Feijóo. Éste ya ha empezado a vender su imagen de moderado que seguramente, y sin exagerar, es la que más se adecúa a su perfil político. Y Vox ha perdido algo, o mucho, del aura terrorífica que tenía hace un par de años. Agitando su fantasma no se van a ganar las elecciones.
Otros errores, aparte de la orientación de la campaña, han pesado en la derrota socialista. Uno de ellos, y tal vez el que ha tenido más consecuencias en la opinión pública, ha sido la insensibilidad de Sánchez a la hora de revertir las consecuencias de los errores cometidos por Irene Montero en la redacción de la ley del “sólo sí es sí”.
Es imposible saber cuántos electores se han alejado de las filas del PSOE, y de Podemos, ante el espectáculo cotidiano de la rebaja de penas y excarcelaciones de delincuentes sexuales durante cerca de cuatro meses. Pero seguramente son muchos. ¿Y qué explicación da ese comportamiento? Que Pedro Sánchez no resistió las presiones de Pablo Iglesias porque no quería que Podemos abandonara el Gobierno obligándole a adelantar las elecciones. A la vista de cómo han trascurrido los acontecimientos, y en tan poco tiempo, lo mínimo que se puede decir es que el presidente socialista tuvo poco olfato.
Con los pactos con Bildu, que tanto impacto han tenido, pasa algo parecido. ¿No le dijeron a Sánchez sus asesores que muchos españoles, incluidos no pocos votantes de izquierda, iban a rechazar esos pactos por mucho que Bildu fuera ya un partido constitucional? ¿No valía la pena aparcar las leyes en las que su contribución era necesaria para evitar un gran daño electoral?
De nada de eso se va a hablar en las semanas que vienen. Sánchez ha bloqueado esa posibilidad. Se hablará, sí, de los problemas que tienen los partidos colocados a la izquierda del PSOE para presentar un frente unido el 23 de julio. El que lo que mande en el ambiente político general sea la perspectiva de una victoria de la derecha no va a facilitar esas conversaciones. Porque cada uno tenderá a ir a lo suyo pensando en un futuro mucho menos halagüeño de lo que ha sido el pasado reciente.
De todas maneras, todo indica que la suerte de esa izquierda ahora le importa poco. En su largo parlamento del miércoles no hizo ni una sola mención al gobierno de coalición.
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