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La ETA

Madrid recordará con placas los lugares donde hubo atentados terroristas

Montero Glez

Cuando las cosas tardan tanto en llegar y al final llegan, es como si no llegasen. Esa es la sensación que nos queda tras el anuncio de disolución de ETA. Porque durante mucho tiempo, la ETA sirvió para que el paro dejase de ser tema de principal importancia, quedando relegado a un segundo plano ante la opinión pública. Por eso, a partir de ahora, empezaremos a conocer las diversas causas que llevaron a mantener la espiral de violencia etarra. Sus usos y también, sus abusos.

Recuerdo lo que me sucedió hace ahora veinticinco años, cuando todavía vivía en Madrid y como cada lunes, bajaba al kiosko para comprar el Segunda Mano, el periódico donde aparecían ofertas de trabajo. Por aquel entonces, yo estaba en el paro, formaba parte del ejército industrial de reserva y aquella mañana me había despertado la explosión cercana. “Bajo a ver qué ha pasado y así, de paso, compro el periódico. No tardo”, le dije a mi mujer. Cuando salí a la calle, los gritos se confundían con las sirenas de las ambulancias y un helicóptero ensordecía todo tipo de comunicación. Con el humo de la carne quemada entrando a los pulmones, me acerqué al kiosko. Era lunes, 21 de junio de 1993.

El quiosquero tenía la radio puesta; un transistor que daba la noticia del atentado. A pocos metros de allí, un coche bomba había estallado al paso de una furgoneta militar. El quiosquero andaba tan disperso que no había tenido tiempo de desatar los periódicos. Yo me hice cargo de la situación, le comenté que no se preocupase y me metí dentro del kiosko. Cuando estábamos desatando el taco de Segunda Mano, el suelo se movió bajo los pies y un granizo de cristales cayó sobre nosotros. Un Ford Fiesta rojo, aparcado cerca, había hecho explosión. Aquel coche era el mismo que habían utilizado los etarras y con su explosión quedaba borrado todo rastro de huellas.

Desde ese puñetero día, los periódicos se convirtieron para mí en algo más que un papel manchado en tinta, pues el papel de los periódicos, almacenados en el quiosco, había servido de trinchera para contener milagrosamente la explosión y salvar nuestras vidas. La del quiosquero y la mía. Con el anuncio de la disolución de la banda armada, me vienen al recuerdo aquellos tiempos en los que yo estaba en el paro y el paro se escondía entre explosiones para ocultar el principal problema de este país.

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