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La guerra como argumento de poder

Los jefes de los equipos negociadores de EEUU y los talibanes, Zalmay Khalilzad y Abdul Salam Zaeef, firman el acuerdo de paz el pasado 29 de febrero.
20 de agosto de 2021 22:41 h

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Lo previsto avanza al galope en Afganistán. El caos de la evacuación reprimida, la persecución de cualquiera que no guste al régimen talibán “casa por casa”, el borrado de mujeres, la desesperación de los atrapados, la espera desolada de quienes aguardan soluciones, los gritos mudos de las protestas.

“Los talibanes han ganado la guerra”. La sentencia pronunciada este martes por el español Josep Borrell (Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad) cae como una bomba de racimo pero de efectos tan limitados que apenas son perceptibles en la conciencia internacional. Cierto que el jefe de la diplomacia europea ha recalcado que descarta un “reconocimiento oficial” del gobierno talibán, pero se inclina a hablar con ellos para las operaciones de evacuación y concesión de ayudas, por ejemplo. Lo llamaron realpolitik, pragmatismo al margen de ideologías.

La UE en realidad reconoce o no reconoce por países. A Juan Guaidó lo aceptaron con celeridad cuando se autoproclamó presidente de Venezuela, aconsejados también desde la Comisión. Borrell no se mostró partidario de hablar con Maduro, como tampoco con los independentistas catalanes, pero Afganistán inclina al parecer a ese pragmatismo.

No es el único. En realidad la mayor parte de los países, incluyendo a sus potentes vecinos, está en esa línea: aceptar al nuevo gobierno talibán de Kabul. Han ganado la guerra. En el siglo XXI vencer en una guerra todavía avala el poder. Aunque sea un grupo terrorista que vulnera gravemente los derechos humanos. De igual forma que obtener votos en unas elecciones legitima a partidos fascistas para enturbiar la democracia. Y en su caso, para destruirla.

Mikel Ayestarán, periodista español informador puntero en numerosos conflictos, contaba estos días que “cuando los talibanes tuvieron el Emirato entre 1996 y 2001, solamente tres países lo reconocieron”: Pakistán, Emiratos Árabes y Arabia Saudí. Pero ya no es lo mismo y estamos haciendo un curso intensivo de cómo han cambiado, a peor, las cosas en 20 años. Ha vuelto con fuerza la realpolitik. Las potencias toman posiciones. En este contexto, por cierto, EEUU prosigue su declive y China continúa ganando posiciones.

“Los talibanes han ganado la guerra” indica que la había. George W. Bush la declaró oficialmente el 7 de octubre de 2001, menos de un mes después de los atentados del 11S, pero fue “contra el terror”. El terror entonces era Bin Laden y los talibanes que -se dijo- lo albergaban. “Los talibanes pagarán un precio” y “el pueblo oprimido de Afganistán conocerá la generosidad de EEUU y nuestros aliados”, afirmó Bush. En noviembre, la Primera Dama, Laura Bush, hizo un hueco en los preparativos del pavo presidencial de Acción de gracias para ampliar el objetivo: “la lucha contra el terrorismo es también una lucha por los derechos y la dignidad de las mujeres”, avanzó.

Este jueves, mujeres retenidas por soldados norteamericanos en el aeropuerto pedían ayuda para huir.

La campaña militar fue bautizada como “libertad duradera” y cobra un significado particularmente amargo hoy. Ha terminado siendo una guerra contra el pueblo de Afganistán, los derechos y la conciencia si nos atenemos a su final. A la entrega del poder a los talibanes. Fue, como ya saben, en febrero de 2020, en Doha, Qatar. Por acuerdo firmado exclusivamente por los Estados Unidos de Donald Trump y los talibanes y aceptado por la Loya Jirga o gran asamblea de ancianos y élites políticas de Afganistán. Aquí tienen un esquema detallado. Pero el resumen real de ese acuerdo tiene tres puntos básicos: 1) En tu país puedes hacer lo que quieras 2) Cuidado con atentar contra los nuestros 3) Hablaremos de colaboración y negocios. Puro pragmatismo.

La experiencia nos muestra que Arabia Saudí, por ejemplo, puede descuartizar periodistas críticos con sus príncipes sin que tenga consecuencias. Y que allí, como en Qatar y otros países del Golfo Pérsico, las mujeres pueden ser tratadas, maltratadas, como seres inferiores, sin causar especial incomodidad. El presidente de Afganistán hasta hace cuatro días, Ashraf Ghani, salió a toda prisa con su familia y 169 millones de dólares y dice que se fue de Kabul para evitar un derramamiento de sangre. Recaló en Abu Dabi, Emiratos Árabes, otra autarquía ejemplar, especializada en dar asilo a altos mandatarios que huyen con la pasta. Así que Afganistán cabe en el paquete si no hace excesivo ruido y en cuanto cesen las protestas y las recogidas de firmas.

El actual presidente norteamericano Joe Biden ha asegurado que nunca dijeron lo que dijeron aunque sí lo que pasó: que nunca tuvieron la intención de exportar la democracia sino proteger a Estados Unidos del terrorismo y castigar a los autores de los atentados del 11 de septiembre. Cuando Bin Laden se trasladó a Pakistán, las bombas siguieron cayendo sobre los afganos y la ocupación se prolongó hasta llegar a las dos décadas, para dejarlos tirados ahora.

Nadie asume ni le son exigidas responsabilidades por este inmenso y largo fraude, ni por las consecuencias que se van a derivar. Lo peor es que Afganistán cae en una sociedad invadida por la desinformación, desde las imprecisiones a los bulos. Millones de ciudadanos se embarcan en culpar a Biden por ejemplo, en salvar a Trump, en ignorar el papel de Bush. Aquí, en mirar las zapatillas de Pedro Sánchez desde la altura a la par de sus cerebros, o culpar a la Ministra de Igualdad Irene Montero de que hayan vuelto los talibanes en una delirante carambola. Juicios diarreicos que afianzan la impunidad. Produce hasta pudor señalarlo, pero los medios llenan horas y horas, páginas y pantallas con ello.

Con la Unión Europea en coma que sacará diversos comunicados expresando su “honda preocupación”, mientras mira para otro lado hasta dentro de su propio seno, a la Hungría o la Polonia tan próximas a los talibanismos ideológicos. O esta España que ya los sienta en los parlamentos y los surte sin descanso en los medios. Hierven en este momento los Balcanes en un conflicto que tampoco se cerró en los años 90 como creyeron y sigue supurando. Los serbobosnios continúan glorificando a los criminales de guerra y protestan porque se haya prohibido negar el genocidio de Srebrenica que sí existió.

Todas las Srebrenicas vuelven. Y los fascismos. Y los fundamentalismos. Si terminan por ganar la guerra aunque sea por abandono del contrario, ya sirve. El poder cada día más práctico se cuece lejos de los ciudadanos, quizás porque son demasiados los que desertan del campo de batalla donde se juegan hasta sus derechos.

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