Nos fuimos a la guerra, pero volveremos
Sé que no te gusta lo que decimos o, en realidad, cómo lo decimos, que no te gustan nuestras formas, nuestra estética, nuestro tono de voz, la forma en que movemos las manos y abrimos la boca y decimos ciertas palabras cuando queremos explicar lo que nos duele. O será que no te gustamos, que no te gusta cómo nos vemos, a qué olemos, a qué te recordamos cuando decimos lo que decimos y el estruendo con el que lo decimos. Nos ves, a lo mejor, demasiado alucinadas, demasiado imperiosas, demasiado cáusticas para ser nosotras. Te gustaría que fuéramos un poco más lo que crees que deberíamos ser, que nos bajáramos del banquito, de la escalera, de la cima, a donde nos hemos subido hace un rato a hacer aspavientos.
Pero también crees que intentamos dar pena y que eso es lo más fácil. Quisieras que estuviéramos en paz con nosotras mismas cuando por dentro somos un alboroto. Quizá te acostumbraste a otras partes de nosotras, más inofensivas incluso para nosotras, pero luego te diste cuenta de que no éramos solo eso. Y que esas otras dimensiones te asustaban. Sé que nos ha tocado un poco el lado de la rabia, del grito, del apasionamiento. A veces siento que nos pides mesura y no sabemos cómo explicarte que nos hemos pasado la vida haciendo esos cálculos para no incomodar, y ahora los hacemos para no volver al lugar inmóvil y callado, porque parte de nuestra revolución es sacar esta rabia, pegar este grito, apasionarnos.
Que nuestra pedagogía es la terapia de choque ya lo sabes. Será porque para muchas de nosotras la experiencia del mundo ha sido un habitar en estados de conmoción y a veces de trauma. No vamos a hablarte al oído, a intentar seducirte, ni a tocarte la puerta fría para venderte algo con una sonrisa. Pero sabemos ser tiernas. Llevamos siglos cuidando, pero también queremos que nos cuiden, cuidarnos entre nosotras. No somos inocentes. Nos hacemos cargo de nuestra parte. De lo de dar miedo, de lo de ser incluso peores de lo que te imaginas. No te culpamos, pero tampoco te quitamos responsabilidad. No eres el enemigo,no eres enemiga, estamos hartas de decirlo.
En cuanto a nosotras, ojalá fuéramos un bloque compacto y unitario, pero en realidad mejor no serlo. Ojalá no tuviéramos que partirnos en dos, o en más mitades, pero si hay que partirse nos partimos. Nos toca entendernos también en lo que nos separa, que es tan importante como lo que nos une. Así quizá podamos ver el lado más débil de la cuerda. No quiere decir que no podamos volver a juntarnos, porque somos trozos de un mismo cuerpo.
Sí, nos sentimos perdidas a veces. Defendemos el derecho a la pregunta, además de a la respuesta. Y otras veces estamos cansadas. De confrontar. De no saber qué va a pasar mañana por haber disparado contra lo que nos da de comer. Por renegar de las migajas. Por desobedecer. Y si nos equivocamos, que lo hacemos todo el tiempo, también defendemos el perdón. A lo mejor algún día nos pediremos perdón por todo, pero todavía no ha llegado ese momento.
A veces, si hay que ser sinceras, nos vemos como madres que tienen que explicarles a sus hijos pequeños por qué se van a la guerra, o algo mucho más simple, por qué se van a trabajar, por qué no van a poder abrazarlos en muchas horas. Al principio no lo van a entender y alojarán dentro de sí mismos la ausencia, la falta, el desamor, pero solo hasta comprenderlo del todo. Sabemos que sientes lo mismo cuando crees que hemos traicionado u olvidado nuestro pacto, nuestros afectos, nuestras coincidencias, por algo que nos importa más. Pero aprenderemos, como aprenden las niñas y niños, que todo cambia pero que también todo sigue intacto, que se vuelve, que un día regresaremos más libres, más alegres, más humanas, más fuertes. Espera como nosotras esperamos ese reencuentro.