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Kamala Harris y los bombardeos diversos e inclusivos

Kamala Harris en su presentación como candidata demócrata a la Vicepresidencia de Estados Unidos en Wilmington, Delaware, EE.UU., este 12 de agosto de 2020. EFE/EPA/BIDEN HARRIS CAMPAIGN

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Esta historia ya la conocemos. El nombramiento de Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos secundando a Joe Biden nos vuelve a poner en una encrucijada cada vez más habitual, ya que la diversidad y la inclusión se han convertido en la vía más fácil para el antirracismo, a veces por encima de la lucha contra las estructuras que lo permiten. Las posiciones, una vez más, se dividen entre quienes aplauden la llegada de personas negras a espacios de los que históricamente se nos ha excluido y quienes desconfían de perfiles que llegan al poder para aplicar las mismas o parecidas políticas, solo que con una cara diversa.

Esto no es nada nuevo en Estados Unidos, donde el caso de Barack Obama puso bien claro los límites de la representación y cómo el hito de ser el primer presidente negro de los Estados Unidos no era suficiente para acabar con unas dinámicas históricas anquilosadas en la profundidad del ADN estadounidense. Durante su mandato, y a pesar de las palabras y los esfuerzos, se siguió encarcelando masivamente a negros, el derecho al voto siguió limitado, la brutalidad policial campó a sus anchas y Estados Unidos siguió bombardeando países como ha hecho siempre.

En España esta realidad de la representación y la diversidad tiene sus ecos. Por ejemplo, de poco sirve que las marcas de ropa se apresuren a contratar a chicas musulmanas si luego cuando les mandan el currículum para trabajar en sus tiendas directamente lo tiran a la basura al leer su nombre o ver el velo en su foto. O que muchas grandes empresas hagan campañas llenas de diversidad racial cuando sus plantillas son monocolor.

Estos casos ponen de manifiesto los límites de la representación y la diversidad entendida solo como un parche cosmético y no como un cambio en la manera de hacer. En un artículo reciente, el activista antirracista Yeison García hacía una reflexión oportuna que va al centro de la cuestión: ¿Queremos a personas afrodescendientes custodiando a nuestros hermanos en las cárceles racistas, llamadas también Centros de Internamientos de Extranjeros (CIE)?

Este es el quid de la cuestión. La diversidad racial en espacio de visibilidad de poder tiene que ir acompañado sí o sí de políticas y acciones que tengan el antirracismo como centro y el cambio estructural como horizonte. Sino, tendremos más casos como el de Bertrand Ndongo, asesor de Vox en la Comunidad de Madrid, claro ejemplo de persona negra que defiende políticas contra la población negra y contra la migración, ambas comunidades a las que pertenece. Además, aupado por medios de comunicación como Espejo Público, que le invitó a participar en tertulias siendo solo un simpatizante de Vox justo en la época en la que Rita Bosaho se convirtió en la primera diputada negra, que nunca acudió al programa ni obtuvo la misma visibilidad mediática. Si esa es la diversidad a la que aspiramos, es un fracaso.

Hay un camino amplio entre la heterogeneidad de las comunidades migrantes y racializadas, que engloban historias de vida y visiones políticas de todos los espectros, y la lucha antirracista. El mismo que va entre el esencialismo de pensar que por ser una persona migrante y racializada vas a ser un experto en antirracismo y quienes desdeñan la gran importancia de tener las vivencias personales para que la denuncia sea más potente.

Esto funciona a modo de advertencia: que sean personas racializadas las que apuntalen con sus acciones, políticas y discursos los pilares del racismo en la sociedad no tiene nada de antirracista y sí de trampa para tratar de desactivar movimientos que van a la raíz. En ocasiones el poder se lava las manos de esta manera para responder con un: “¿No queríais a una persona negra?”.

El caso de Kamala Harris nos sirve para recordar que la diversidad debe ir acompañada de antirracismo para no quedarse en un movimiento cosmético que lave la cara a las políticas racistas. De poco sirve impulsar la presencia de personas racializadas en espacios de poder si es para seguir aplicando, como puede ser en el caso de Estados Unidos, políticas de encarcelación masiva de negros, la supresión del derecho a voto o bombardeos a civiles que no tienen nada que ver con su imperialismo. Deberían quedar claros los límites de la representación para no terminar aplaudiendo una diversidad que sirva para tirar bombas.

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