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La liberación de Lula como una bocanada de aire amazónico

Lula da Silva

Ruth Toledano

El encarcelamiento de Lula da Silva en Brasil fue un pistoletazo de salida. Casi literal, si tenemos en cuenta que detrás venía el pistolero Bolsonaro. Su entrada en prisión lanzó a Latinoamérica, y al mundo entero, un mensaje muy claro. Que el ultraliberalismo no va a tolerar así como así que un sindicalista presida una república (de una monarquía ni hablamos). Que el capitalismo salvaje tolerará que exista -marginal, residual- un partido de los trabajadores pero nunca que gobierne un gran país, incluso si ese país se ha convertido en grande gracias a su gobierno. Lula, que había sido un férreo luchador contra la dictadura militar del mismo ejército en el que es militar Bolsonaro, alcanzó la presidencia de Brasil en 2003. Demasiado para un obrero metalúrgico. Más aún: con Lula, Brasil se convirtió en una potencia económica mundial al tiempo que se aplicaban políticas sociales y se reducía la pobreza. Demasiado para el sistema, tan cercano a los Estados Unidos. Tan demasiado que el sistema se quitó de en medio a Lula.

La principal herramienta para apartar al izquierdista Lula de la circulación fue Sergio Moro, el juez que lo condenó por corrupción en 2017 y que solo un año después se convirtió en ministro de Justicia y Seguridad Pública del ultraderechista Bolsonaro. Ha sido acusado de torturas y testigos de su causa contra Lula le acusan de utilizar métodos ilegales para que declarasen en contra del expresidente. Profesionales jurídicos de todo el mundo publicaron el pasado agosto un manifiesto por su liberación, acusando a Moro y a todos los responsables del procedimiento judicial contra Lula de “violar sin vergüenza” las normas fundamentales en Brasil, lo que conculcó su derecho a tener a un juicio justo. Como siempre sospechó una buena parte de la lega ciudadanía internacional, estos juristas denunciaron que Lula fue víctima de una persecución política y, por tanto, ha sido un preso político. Entre ellos solo hay un español, Baltasar Garzón, lo cual, teniendo en cuenta el comportamiento de la judicatura española, y ateniéndonos a procedimientos como el del reciente juicio del procés, no llama excesivamente la atención. También en España hay lega ciudadanía que considera injustas las condenas de aquí y juristas que no dudan en calificar de presos políticos a los catalanes en prisión. Salvando las distancias orgánicas y procesales, puede decirse que, ideológica y simbólicamente, Sergio Moro, el juez prevaricador, es un Ortega-Smith venido a más.

Pero Dios aprieta pero no ahoga, ni siquiera en el ultra religioso Brasil. Y, así como a Bolsonaro lo auparon los poderes económicos y el opio, evangélico, del pueblo, así es posible que vuelva Lula da Silva a presidir ese país sumido hoy en el gobierno de ese hombre inmundo que defiende la violencia de las armas, la violencia de la homofobia, la violencia del machismo, la violencia de la educación segregada, la violencia supremacista contra los pueblos indígenas, la violencia contra la Amazonía entregada para ser pasto de las llamas de los ganaderos. Quizá no sea posible que Lula llegue a presentarse de nuevo como candidato a la presidencia de Brasil en las elecciones de 2022, puesto que para ello debería ser anulada la sentencia de Moro que lo condenó y lo inhabilita legalmente en ese sentido. Pero, tras la decisión del Tribunal Supremo brasileño de liberarlo, cabe, más que nunca desde que comenzó la persecución del expresidente, esa posibilidad política. En cualquier caso, la mera liberación de Lula es un tsunami de esperanza en ese contexto de abuso judicial y violencia institucional. Dios aprieta pero no ahoga.

La excarcelación de Lula es un soplo de aire vital no solo para Brasil. Lo es para todos aquellos Estados, incluido desde luego el español, amenazados por un nuevo fascismo que se aprovecha de las estructuras democráticas y se convierte, espuriamente, en parlamentario. Todas las ultraderechas son la misma ultraderecha: la repugnante que fomenta el odio de la xenofobia y la discriminación de género; la irresponsable negacionista de la emergencia climática; la cruel explotadora de los otros animales; la contraria a los derechos fundamentales en los que se asienta la democracia. Y todas las ultraderechas siguen las mismas estrategias: la difusión de fake news, la persecución judicial de los adversarios, la intoxicación social a través de una machacona reiteración de consignas falsas, el escándalo mediático. Así actúa la ultraderecha en Brasil y así actúa en España. A veces la ultraderecha avanza en sus posiciones, como sucedió allí y está sucediendo aquí. Por donde esa ultraderecha pasa cuesta mucho que vuelva a crecer la hierba. La liberación de Lula llega como una bocanada hoy imprescindible de un aire que se diría amazónico, pues permite volver a tener esperanza en esos otros brotes verdes.

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