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La libertad de expresión de los fascistas

Manifestación Vox
22 de enero de 2021 22:05 h

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Callar a Donald Trump en las redes sociales ha resultado muy útil para frenar, al menos inicialmente, a las bandas de energúmenos que le siguen al punto de asaltar el Capitolio en su apoyo. CNN daba cuenta del desconcierto de algunos de los más extremistas, los de QAnon, al ver que Joe Biden tomaba posesión del cargo de presidente de los EEUU sin que el magnate cruzara el cielo a lomos de un águila para demostrar quién mandaba. Y como el ajuste de cuentas no llegó, algunos hasta se plantean “volver a sus vidas”. Habrá que ver el desarrollo, por qué caminos transitan los millones de seres capaces de creer las gruesas mentiras de Trump y, todavía peor, mantener la fe ciega en tal cúmulo de embustes. Los de Trump y todos los demás creyentes de absurdos en cualquier punto del planeta.

La medida llega tarde, cuando el monstruo escapó ya de la caverna, y no se han resuelto los problemas básicos que han llevado a la sociedad mundial a esta situación, pero, o se ponen los pies en el suelo o el problema irá a más. Si cabe, que cabe. Lo de Trump ha demostrado que los mismos intereses económicos de las plataformas que lo encumbraron, son capaces de echar el freno ante evidencias de peligro máximo. O, visto lo visto, optar por caminos más estables para sus proyectos. 

Demócratas teóricos, henchidos de irrealidad, defienden el derecho a la libertad de expresión de los fascistas que no es tal sino el derecho a la siembra del odio y en su caso, violencia. A la libertad de construir y difundir mentiras que dañan a todos. Derecho a destruir la democracia. La ingenuidad al afrontarlo le da alas.  

Sé que es un tema en extremo delicado y que no admitiría la menor duda en un mundo ideal, siquiera en un mundo normal, pero nos encontramos en una situación extrema. La mentira se ha enseñoreado de la vida cotidiana y ha conferido un poder sin precedentes a sus conversos y practicantes. El fascismo y los diversos eufemismos que lo dulcifican se han convertido en un problema máximo. Y nadie se plantearía abrir las puertas de un arsenal de armas para que unos fanáticos ejercieran su libertad de arramplar con bombas y hacerlas estallar en un mercado, pongamos por caso. Pues no difiere gran cosa de lo que estamos hablando.

En España también ocurre, desde luego. El mismo Steve Bannon, soporte de Donald Trump en su ascenso a la Casa Blanca, pasó a asesorar a los ultraderechistas españoles en alianzas y estrategias. Bannon, terminó siendo, lo era ya, un timador condenado por aprovecharse de los embaucados. Y Trump, en su último día al mando, le concedió el indulto. Steve Bannon se vino a Europa a montar una red internacional ultra –con éxito menor del que esperaba- e invitó a Pablo Casado, no solo a los obvios. El presidente del PP ha sido soporte del húngaro Orbán y  se codea con la extrema derecha europea. Los sesgos ideológicos de Isabel Díaz Ayuso al frente de Madrid, materializados en hechos, tampoco dejan lugar a dudas. Les recuerdo a modo de ejemplo que Ayuso rechazó en noviembre dos millones de euros del Ministerio de Educación para alumnos vulnerables. Y que ha destinado solo un 0,5% del fondo COVID-19 a residencias y pobreza. De los 3.300 millones de euros que recibió del Gobierno, ha consignado a ese fin 17 millones. Estas cosas hay que saberlas para estar bien situado en el suelo que se pisa y para ello al menos hay que contar la verdad. La infodemia, la pandemia de infofalsedades en definición de la OMS, está alterando gravísimamente a la sociedad. 

Gracias a la estrategia de declaraciones escándalo y promoción de Ayuso, hay multitud de personas en España convencidas de que existe una campaña contra ella, que es una brillante gestora y hasta de que su hospital Zendal de los horrores funciona. Que a Madrid el malvado gobierno “socialcomunista” no le da vacunas por pura rabia. Sí, existen seres capaces de creerlo, porque confían en quienes se lo cuentan, en los medios de la desinformación y en las cadenas de WhatsApp de sus amigos. Se apuntan hasta a insultar a los sanitarios que protestan en Madrid, enardecidos por los presentadores que cada día dan “repasos” y “zascas” al Gobierno. Lo mismo ha ocurrido con Trump y seguramente con los húngaros o polacos de los fascismos del siglo XXI. Hay que tener una pasta proclive, especialmente en la cabeza, pero ocurre.

El alcalde Martínez-Almeida no se queda atrás. A la triple derecha gobernante le produce sarpullidos el feminismo.

¿Cómo hemos llegado a esta situación tan peligrosa? Hay un gran porcentaje de abandonados por el sistema, dispuestos a creer cualquier cosa. Una gran mayoría ha descartado las guías racionales para actuar por emociones, fácilmente exacerbadas para ser susceptibles de manipulación. La escala de valores, de los valores sólidos del criterio y la decencia, hace tiempo que viene siendo alterada para primar el brillo, el ruido, la anécdota, el espectáculo en lugar de información, el consumo y el egoísmo como dios de todas las cosas. Revertirlo es extremadamente difícil, pero desde luego algo haría no fomentarlo más. Y poner un altavoz a las mentiras y al odio ultra no va precisamente a remediarlo.

Lo primero es la vida. Y la pandemia arrecia con brutal virulencia. En España (con récord de contagios, muertes, incidencia, saturación de hospitales) y en el mundo, con 97 millones de infectados que aumentan a un ritmo ya de más de 500.000 en 24 horas. Pero no es problema menor el terreno social y político en el que cae semejante plaga y se ha de trabajar desde los cimientos para poder abordar los más apremiantes con eficacia y sensatez.

Una sociedad en el momento crítico que vive no se puede permitir seguir dando cancha a fascismos y machismos porque les asiste la libertad de trabajar contra la democracia. Cerrar la difusión a las propuestas de flagrantes delitos no debe incomodar a los demócratas, insisto una vez más. La Alemania de Angela Merkel lo ha venido haciendo de facto aunque criticó la censura de Twitter a Trump o, de entenderlo bien, la situación horrible que había desembocado en ello. Porque ha desmantelado hasta un cuerpo de élite del ejército alemán al encontrar derivas nazis en él. Y parece que los Estados Unidos de Biden, Harris y su gobierno van a tratar de limpiar el inmenso desvarío de inmundicia que asola su país, gestado durante décadas. A su favor tienen que millones de norteamericanos sí creen firmemente en la democracia.

En España el problema ni se contempla. Se admite y se subvenciona de alguna forma la difusión de mentiras flagrantes que atentan contra la democracia o, como mínimo, contra la convivencia. No puede continuar tampoco el brutal ataque en las redes sociales a políticas y periodistas progresistas que ha llegado ya a unos niveles de violencia incompatibles con una sociedad civilizada. Como han hecho en EEUU, las empresas privadas que los alojan deben replantearse el daño que causa su acoso y obrar en consecuencia.

Y hay más: lejos de establecer un cordón sanitario al fascismo, muchas personas se enorgullecen de lo demócratas que son al invitarles a soltar sus falacias en los medios sin siquiera contrarrestar con verdad sus mentiras. Como hemos visto en Estados Unidos, esto acaba con un asalto a la democracia. De la que, bien es verdad, la democracia ha salido triunfante en este primer round al menos.

La tolerancia con los fascismos tiene consecuencias. Nada se construye sobre el barro de la mentira. Y menos de las labradas a conciencia para derruir y sacar provecho. A la libertad de expresión de la que goza el fascismo para promocionar la destrucción, debemos oponer y exigir el derecho de los ciudadanos a que los poderes democráticos nos defiendan.

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