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Cuando la literatura se traga el periodismo

Suso de Toro

Cuando Europa estaba partida en dos, y esto la hacía débil política y económicamente, la cultura europea era el horizonte al que se miraba en España para buscar aire fuera de la hermética burbuja franquista. Creo que todos los europeos se buscaban a sí mismos con curiosidad y atención de unos sobre otros. ¿Y ahora? Paradójicamente, cuando Europa tejió una unidad administrativa, económica y política, el desinterés mutuo es dominante; y la colonización norteamericana, aplastante. En España, hace unas décadas, alrededor de la entrada en la OTAN, se dió el pistoletazo de salida que hizo abandonar la atención a la cultura europea y mitificar a toda velocidad la norteamericana. La consigna estaba implícita en aquella frase de un presidente de Gobierno que acuñó varias formulaciones en las que fue resumiendo su ideario: prefería morir de un navajazo en el metro de New York antes que vivir en las calles de Moscú.

Pero antes de eso aún se atendían aquí a novelistas como Heinrich Böll, autor de la novela El honor perdido de Katharina Blum, que luego adaptó al cine la realizadora Margarethe von Trotta. La obra retrata a unos medios de comunicación monstruosos que devoran a una mujer inocente. En la Alemania de la época –a diferencia de España, donde la prensa estaba sujeta por el Régimen–, los medios de comunicación ya demostraban su rapidez, voracidad y capacidad para incidir en la sociedad y manipularla. Recordé esa novela contemplando atónito el espectáculo que están dando los medios de comunicación con lo que obtienen de las vísceras de un asesinato, verdaderamente siniestro, en mi ciudad. Santiago de Compostela se está convirtiendo en un extraño plató al aire libre que sirve a los espectadores todo tipo de casos pasmosos, a veces paveros y a veces trágicos, como este asesinato de una niña.

En verdad lo acontecido nos perturbó a muchos y es comprensible que estemos a la expectativa para poder comprender algo que nos horrorizó. En esta historia, lo que convecinos y espectadores en general realmente necesitamos es conocer lo que ocurrió en el interior de dos personajes, los padres de la niña asesinada. Es un deseo comprensible para quienes los trataron y los creían conocer, y ahora constatan que esas personas eran dos completos extraños. Como si además de un crimen se hubiese dado una estafa, un engaño, una impostura. En general, los más próximos o los más lejanos, casi todo el mundo, quiere que le cuenten de una vez la historia de esa familia. Una historia que comienza al revés, con el cuerpo desvalido de la niña asesinada, y que nos conduce luego hacia atrás para averiguar cómo se llegó hasta ahí, para conocer la historia de sus padres y la de los padres de los padres. Lo que parece ser una historia familiar que concluye en decadencia y crimen, una saga como “Los Buddembrook”, pero trágica.

Es cierto, hay una demanda profunda en buena parte de la sociedad de conocer ese relato, hay hambre de encontrarle sentido a ese cuerpo menudo en el suelo y de noche. Hay una demanda, pero la oferta que están haciendo los medios de comunicación es una obscenidad: vuelcan sobre nosotros toneladas de vísceras de una familia y nos arrojan al aire los frutos del saqueo de una casa. Un par de periódicos y varias cadenas de televisión han dado gato por liebre a sus seguidores, han traicionado al periodismo y les han ofrecido literatura en su lugar. A veces, por perder las formas y saltarse las normas, se pierde la ética; y otras veces, por carecer de ella, no se contemplan las formas y se burla de las normas. Eso está ocurriendo con la cobertura de ese asunto: han triturado la ética periodística.

Conociendo el atractivo morboso del caso –podría ser el arranque de una buena narración–, han ido construyendo una película o una obra teatral desde el primer día. Junto a datos rigurosamente contrastados se transmiten los bulos que nacen siempre al paso de una tragedia así en las calles y las barras de los bares. En este caso los bulos saltaron de la calle a los medios de comunicación, y de ese modo aparecen como si realmente se tratata de información periodística. Herencias malditas que no existen, amores secretos, otros posibles crímenes anteriores...; cada día una vuelta más en el guión de la película, y siempre más horror y asco.

Sin entrar en si los padres fueron o no los autores del asesinato, sus vidas y las de sus mayores han sido asaltadas y saqueadas cruelmente y sin escrúpulos. Toda una familia ha sido desnudada en público y destripada bajo las peores luces; sus vidas no son hoy patrimonio público sino los restos del saqueo esparcido por la calle embarrada. Nos cuentan cómo eran, sus gustos, sus disgustos; y los tratan por los nombres que recibían entre sus personas de confianza, “Curro”, “Paco” , “Charín”, como si no fuesen personas reales. Se les considera, en fin, personajes de crónica de sucesos y reciben el mismo trato que se les da habitualmente a los delincuentes pobres: “El chato”, “El guapo”... Ya que insisten tanto en el patrimonio más o menos cuantioso de los protagonistas, en sus propiedades, cómo no pensar que lo que los medios pretenden es estimular y hacernos gozar con ese mismo placer que obtiene la gente que saquea un castillo o unos grandes almacenes. Esta carrera sin límites de los medios de comunicación por conseguir audiencia nos está transformando no en plebe sino en chusma.

Queremos conocer y comprender pero al final tendremos las manos completamente sucias de haber braceado en la basura. En Santiago hay varias historias que contar en este momento, una es el crimen de la niña Asunta. Otra es el espectáculo que están dando los medios. Es digno de estudio.

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