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Lloramos, pero seguimos comiendo jamón

Área de gestación. En el Estado español y en la gran mayoría de territorios de la UE, la ley permite introducir a las cerdas en jaulas individuales durante las cuatro primeras semanas de embarazo. Aragón, 2019 /Aitor Garmendia

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Resulta un tanto chocante lo que ha sucedido con los otros animales como consecuencia de esta pandemia. Me refiero a lo que ha sucedido en cuanto a nuestra relación y comportamiento con los animales no humanos. Ha sucedido nada. Me refiero a nuestra relación individual, como terrícolas, como ciudadanas, como consumidoras. Pensemos en cuántas personas conocidas (que no estuvieran previamente concienciadas sobre la vinculación entre la situación de esos animales y nuestra propia situación, nuestras enfermedades, nuestra pandemia) se han cuestionado sus hábitos personales, reflejo de los del mundo, y los han modificado. Es verdaderamente curioso, si tenemos en cuenta que con las primeras noticias sobre el SARS-CoV-2 ya llegaron también las noticias acerca de los mercados húmedos chinos, donde los animales destinados al consumo humano (incluidos los entrañables pangolines, pequeños mamíferos inútilmente protegidos al encontrarse en crítico peligro de extinción porque su consumo se vincula con el aumento de la virilidad), se hacinan en condiciones higiénico-sanitarias deplorables y probablemente ejerzan de animal huésped de virus que llegan a los humanos. Verdaderamente curioso, si tenemos en cuenta que hasta la OMS ha advertido ya de que las macrogranjas son reservorios de virus que pueden ser letales para los humanos. Una tapita de jamón.

De la ética ni hablamos: hoy solo hablo de la capacidad humana para ponerse una venda en los ojos cuando le interesa, es decir, cuando no le interesa la vida de los otros aunque le vaya la suya en ello. Todos los científicos y expertos coinciden en que, si bien no se conoce aún con exactitud dónde y cómo comienza esta pandemia, es indudable que en el origen de la covid-19 está un virus zoonótico, es decir, que la cadena de contagio empieza con el consumo de productos que proceden de fábricas de animales no humanos, de la explotación capitalista de los ecosistemas, de la “mercantilización de la vida social y biológica y el saqueo de la naturaleza”, como expresa el profesor e investigador colombiano Frank Molano Camargo en su recomendable Capitalismo y pandemias, publicado por la editorial Traficantes de Sueños.

No se trata tanto de que el primer eslabón de la cadena de enfermedad fuera un pangolín enjaulado o un cerdo hacinado, sino de que es enfermedad en sí mismo un sistema de explotación que trafica con animales silvestres, que cría y consume de manera intensiva animales de distintas especies a los que se ha sometido a un intenso sufrimiento que favorece la reproducción y mutación de virus que saltan a los humanos, un sistema que destruye los ecosistemas y aumenta el riesgo de zoonosis al permitir que los millones de virus que existen en la naturaleza alcancen con mucha mayor facilidad a la especie humana, un sistema incendiario que al deforestar arrasa con la biodiversidad y provoca que otros animales pierdan sus espacios de vida y se vean obligados a trasladarse para sobrevivir, llevando consigo esos virus por los que ahora lloramos.

Lloramos, pero seguimos comiendo jamón. Lloramos pero seguimos talando. Otra tapita de jamón. Han sido el SARS en 2003, el MERS en Oriente Medio en 2012 (a causa de virus que saltaron de camellos a humanos, como pueden saltar de camellos a humanos en la isla de Lanzarote, donde esta semana la Fundación Internacional Franz Weber y la ONG Ademal han denunciado las lamentables condiciones en las que se encuentran estos animales), el dengue, el ébola, la gripe aviar, la gripe porcina. Ni caso. Otra tapita de jamón. Deberíamos ser coherentes y dejar de llorar, asumir las consecuencias de nuestros actos, el sufrimiento que provocamos y el suicidio que elegimos. Pues ya tenemos información más que suficiente de cuál es nuestra enfermedad, una información que se destaca como imprescindible.

No es casualidad que esta misma semana hayamos conocido que el World Press Photo, el mayor y más importante premio anual de fotografía de prensa en el mundo, haya nominado como finalista al fotoperiodista vasco Aitor Garmendia por una serie de fotos de su investigación FACTORÍA, llevada a cabo en los años 2019 y 2020 en 32 explotaciones de cerdos ubicadas en Castilla y León, Aragón y Castilla-La Mancha. Lo que Garmendia ha documentado es “la violencia estructural que tiene lugar bajo los estándares de la industria ganadera”. Lo que World Press Photo ha considerado relevante es incluir su trabajo en el contexto actual de urgencia mundial relacionada con la pandemia y la crisis climática. No es tampoco casualidad que Hidden. Animals in the Anthropocene haya sido asimismo premiado como Libro de Fotografía del Año en los prestigiosos POY.

Como concluye Frank Molano Camargo en Capitalismo y pandemias, necesitamos un nuevo metabolismo entre la sociedad humana y el resto de la naturaleza para acabar con la rapiña capitalista. Salvaguardando los hábitats naturales para garantizar que los patógenos permanezcan en sus reservorios. Reforestando a gran escala. Cambiando el enfoque de la producción y consumo de alimentos. Acabando con las “fábricas de cautiverio y sufrimiento de animales”. Empezando por nosotras mismas: no tiene ningún sentido que lloremos mientras seguimos comiendo jamón (bueno, yo no).

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