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Mujeres embarazadas

Una mujer embarazada.

Ana Requena Aguilar

Hoy sabemos que una actriz embarazada ha tenido problemas en su trabajo por el hecho de estarlo. Lo sabemos porque ella es una actriz conocida y, sobre todo, porque al otro lado hay una directora que ha hecho del feminismo bandera. 

Lo que hoy no conoceremos, no con detalle, son todas las historias de mujeres que están embarazadas o que lo han estado, que son madres, y han tenido problemas en sus puestos de trabajo. Quizá les sugirieron un cambio de puesto “por su bien” o se negaron a cambiarles el turno o les pusieron mala cara cuando pidieron respeto para su horario. Quizá no se cogieron la baja cuando les hubiera gustado por miedo a que dudaran de ellas, de su compromiso con la empresa, o por miedo a que las pusieran de patitas en la calle. Puede que vayan a trabajar con la sensación de que ya nunca ascenderán o les subirán el sueldo, dudarán de si les volverán a encargar algún proyecto ilusionante.

Puede que tengan que aguantar las miradas condescendientes de sus compañeros -hombres, los que se quedan en la oficina- cuando pretenden salir puntuales. O puede, directamente, que tengan miedo al despido o que ni siquiera tengan trabajo y teman no volver a tenerlo nunca más. Porque esa es la realidad de las mujeres embarazadas y madres en España, Aínas, Martas, Raqueles, Susanas, Lauras, Paulas. ¿Ir a una entrevista de trabajo con un bombo?, ¿qué broma es esa?

Esa es la realidad que tenemos que cambiar. No valen excusas. El contexto es complicado, lo sabemos, el sistema nos absorbe y nos impide movernos y actuar exactamente como querríamos. Cuando intentas poner en práctica tu feminismo en un mundo diseñado por el patriarcado te topas con la jodida realidad: los seguros no cubren riesgo por embarazo, o tienes que cuadrar un presupuesto y una sustitución te hace saltar los números, o te viene tremendamente mal que tu compañera se coja los jueves por la tarde para ir a las clases de preparación para el parto.

Pero no deberíamos utilizar los argumentos del adversario. “Es caro”, “me cuesta dinero”, “me sale mejor buscar a otra”, “ya hablamos cuando acabes la baja”, “¿no te va mejor este puesto que tiene mejor horario?”, son las armas paternalistas y machistas con las que intentan menoscabar nuestros derechos. Si nosotras las usamos, por mucho que creamos que están justificadas en nuestro contexto, ¿por qué no las iban a usar los demás? 

Todas somos carne de cañón, cargamos con nuestras contradicciones, incoherencias, paradojas. Pero tenemos que ser conscientes de que hay decisiones que trascienden nuestro ámbito íntimo y personal y que afectan a los derechos de las demás. La discriminación laboral de las mujeres es uno de los ejes sobre los que el sistema se levanta y se reproduce. No pidamos heroicidades, pero tampoco seamos complacientes. 

Todas tenemos que aprender de todas y podemos repetirnos que el feminismo es un camino amplio, no libre de piedras donde tropezar y hasta de charcos donde hundirse. Pero también, y esto es importante en el mundo en que vivimos, que el feminismo necesita un discurso y un sustento más allá de tuits y post efectistas, un discurso con matices, que escuche, que salga de las trincheras y de las acusaciones entre unas y otras que tanto se llevan ahora en las redes sociales.

El feminismo aspira, entre otras cosas, a consagrar la igualdad de oportunidades, no importa lo que cueste. Si un sistema no valora lo que significa gestar, parir, criar, cuidar; si no pone los medios para que cualquiera de estos cuatro verbos no penalicen ni resten una mínima oportunidad a quien los ejerce, no es mi sistema. Si un sistema no puede garantizar mi derecho a la igualdad porque le resulta muy caro, no es mi sistema. No es nuestro sistema. Revolvámonos siempre contra él, en la medida en que cada cual pueda.

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