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Nacionalista española

José María Calleja

Periodista —

Fue un programa de televisión el que convirtió en personaje a Esperanza Aguirre. “Caiga quien Caiga” hizo una de las mejores campañas a favor de un político al pretender denostarla. Los intentos reiterados por hacer chanza de las lagunas en la formación de la política madrileña, el sacar punta de sus errores, el publicitarla todas las semanas ante los espectadores con sus frases chocantes, sus lapsus y sus despistes, lograron convertir a una política entonces casi desconocida –año 1996, primer gobierno de Aznar–, en un personaje político. CQC hizo de Aguirre un personaje famoso y del que todo el mundo hablaba.

Ahora Esperanza dice que se va.

Si nos atenemos a las palabras de la propia Esperanza, su dimisión se explica por su enfermedad, “presuntamente curada”, pero no solo por ella. Es una decisión largamente pensada por Aguirre que ha cogido por sorpresa a la inmensa mayoría de los dirigentes del PP y que, lejos de representar un alivio para Rajoy –enemigo que huye…–, supone un problema añadido para silente Rajoy, al que ya solo le queda que le prohíban ver el fútbol.

Esperanza Aguirre ha sido una política nacionalista española, intolerante y sectaria hasta lo despectivo con los que no pensaban como ella y que ha levantado pasiones entre sus votantes y odios entre sus detractores. Aguirre ha practicado una especie de liberalismo prusiano, que le llevaba a pedir menos Estado y menos impuestos y a la vez crear un aparato político y propagandístico de corte soviético a cargo del erario público. Aguirre necesita clasificarlo y controlarlo todo, mandar, y ha hecho de su vida publica una búsqueda con ahínco de adictos y enemigos, en los que incluye a los pocos indiferentes que su hacer dejaba.

Los antecedentes inmediatos del abandono de Aguirre son el rechazo a la decisión del Gobierno de Mariano Rajoy de excarcelar al etarra Bolinaga; los remotos tienen que ver con sus maniobras para descabalgar del liderazgo heredado del PP a Mariano Rajoy, contra el que intrigó en connivencia con potentes baterías mediáticas para las que ella era su lideresa. En los últimos tiempos, a su de por sí desinhibido discurso político de radical nacionalismo español, le había añadido algún punto más de temperatura.

Es posible que Esperanza se haya cansado de si misma; que, como tanta gente que pasa por una enfermedad o situación límite, haya decidido vivir la vida de otra forma; es seguro que no estaba a gusto con la política que hacía Rajoy; así en la subida del IVA, impuesto contra el que ella recogía firmas, como en política antiterrorista, contra la que tendría que haber convocado ya alguna manifestación, como hizo cuando los socialistas gobernaban. Últimamente, Aguirre era abucheada de manera sistemática en actos públicos y evitaba bajarse siquiera del coche para eludir los reproches de la calle.

Aguirre, persona muy mal hablada, ha creado un aparato de palmeros que la aplaudían con pasión, hiciera una cosa o su contraria, no solo en el medio público que controlaba de manera franquista, pero eso ya no bastaba ante el estado de indignación de los ciudadanos. Esperanza Aguirre hablaba de los comunistas como hablaban los franquistas y es de esos españoles que debió sentir que el Régimen de Franco permitía vivir en una excelente placidez… a los buenos españoles. Llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid de manera irregular, después de una maniobra de dos presuntos corruptos que no votaron al partido en cuyas listas iban y que dejaron así abierta la puerta al triunfo de la hoy dimisionaria. Deja de heredero a Ignacio González –odiado por Rajoy– sobre el que pesan sospechas de presunta corrupción y que no tendrá, ni de lejos, el tirón que entre el electorado de la derecha madrileña y española tenía Aguirre.

Que le vaya lo mejor posible en su vida personal, en su salud, pero que quede claro lo que esta política ha sido y representado.

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