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No es machismo, es vulgar política

Susana Díaz y Pedro Sánchez participan en un acto en Granada

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Susana Díaz anda muy contrariada por la convocatoria de primarias en el PSOE andaluz para el próximo 13 de junio. Lo ve como una maniobra perversa de Pedro Sánchez para descabalgarla de la carrera a la presidencia de la Junta. Apelando a una suerte de derecho consuetudinario, considera que ella debería ser la candidata sin tener que pasar por la molesta prueba de enfrentarse a otros aspirantes. “Hay compañeros a los que sí les han permitido seguir pese a haber perdido elecciones”, protesta, en alusión, entre otros, a Pedro Sánchez. Y ofrece una explicación disfrazada de pregunta a ese trato supuestamente discriminatorio: “¿Por qué a mí no, si yo gané?, ¿porque soy una mujer?”.

Díaz tiene razón en tres cosas: en que desde Ferraz se la quieren quitar de encima, en que ella ha ganado holgadamente las dos elecciones autonómicas a las que se ha presentado y en que candidatos con peores resultados electorales se han librado de primarias. Aunque -todo sea dicho- también es cierto que en los comicios de 2018 no obtuvo los apoyos suficientes para la investidura y, como consecuencia, el PSOE resultó desalojado del gobierno tras 26 años en el poder, lo cual no es precisamente un hito digno de exhibirse en un currículo. En lo que no creo que tenga razón, a menos que ofrezca pruebas convincentes en sentido contrario, es en atribuir sus actuales tribulaciones políticas al hecho de ser mujer. 

Ignoro si Pedro Sánchez, en su fuero íntimo, menosprecia o no al colectivo femenino. Lo que sí veo es que sus cuatro vicepresidentas son mujeres, que ha promovido iniciativas favorables a la igualdad de género y que en sus discursos no hay el menor asomo de resabios patriarcales. Pero veo, sobre todo, que la condición femenina de Díaz no le ha supuesto a esta un obstáculo para desarrollar una dilatada carrera política y atesorar una colección de cargos públicos que le envidiarían los apparatchiks de cualquier partido del planeta: ha sido desde concejala del Ayuntamiento de Sevilla hasta presidenta de la Junta andaluza, pasando por diputada en el Parlamento autonómico y senadora y diputada en las Cortes Generales. Además, desde hace ocho años es secretaria general del PSOE-A, máximo puesto dentro de la organización. 

No. Díaz no es víctima de una conspiración machista. A lo que se enfrenta es a una sed de venganza amasada durante un lustro por sus bien ganados enemigos y a la pretensión de Pedro Sánchez de expandir su proyecto político con personas de su confianza a toda la estructura del partido. Haber ganado en dos ocasiones los favores de las bases está bien, sin duda; eso imprime legitimidad. Pero un líder que se precie jamás se libra de la tentación de controlar el aparato, y en el caso de Sánchez esa empresa pasa, naturalmente, por la conquista de Andalucía, la mayor cantera de votantes del socialismo. Esto no es una contienda de género. Es una vulgar guerra política, salpicada de intrigas, traiciones, miserias y –por supuesto– cadáveres. Como las guerras políticas de toda la vida. Pregúntenselo si no a Julio César o al emperador persa Jerjes I o al shakesperiano rey Duncan, víctimas ilustres de las querellas de poder. O, mucho más cerca en el tiempo y el espacio, a la propia Susana Díaz, que en 2016 fue una de las protagonistas de la operación de acoso y derribo pilotada por el viejo PSOE contra Sánchez, que condujo a su dimisión como secretario general del partido. Sin embargo, por esas sorpresas pedronavajescas que da la vida, este muerto resucitó al séptimo mes: no solo regresó al cargo tras vencer a Díaz en elecciones primarias, sino que ahí está, en la mismísima Moncloa, analizando ahora con su gabinete cómo reactiva la economía española tras los estragos de la pandemia. Y viendo también con sus asesores palaciegos –los salones monclovitas son multifuncionales– cómo se deshace de la baronesa andaluza que, arropada por el socialismo patanegra de Felipe González, intentó deshacerse en su día de él. Política en estado puro. O más bien politiquería, porque, a menos que se me esté escapando algo, aquí, a diferencia de los acontecimientos que rodearon la decapitación de Luis XVI o el apuñalamiento del Julio César, no se ha hablado en ningún momento de ideas.  

No sé si en este momento crucial Sánchez añore los tiempos en que funcionaba el método imbatible del dedazo, para poder imponer como candidato al hoy alcalde de Sevilla, Juan Espadas, su ficha en el ajedrez andaluz. El problema de las democráticas primarias es que pueden deparar sorpresas. Una victoria de Díaz supondría un serio revés para el proyecto sanchista, sobre todo cara la celebración, en octubre próximo, del 40 congreso federal del partido. El presidente ya tiene bastante con los embates virulentos de la derecha y las exigencias de los aliados del Gobierno como para dilapidar energías protegiéndose del fuego amigo dentro de su propio partido. Susana Díaz está en lo cierto cuando clama con desgarro mariantonietano que desde Ferraz quieren su cabeza. Pero decir que pretenden guillotinarla por ser mujer es una boutade que solo contribuye a banalizar el machismo, del mismo modo que se frivolizan el nazismo o el fascismo cuando se les invoca con ligereza en las discusiones de bar. 

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