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No pasarán

Imagen de archivo en la que Pablo Iglesias se encara con un ultraderechista en Coslada.

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El comportamiento de Rocío Monasterio en la Ser es deleznable, como lo son casi todos los actos de Vox en la vida pública. Ese partido es un cáncer para nuestra democracia y hay que aprestarse con todos los medios posibles para erradicarlo. Porque no hacerlo, y con la rapidez y la contundencia necesarias, puede poner en riesgo la democracia misma. Pero el peligro más grave y más inminente es el que suponen las terribles amenazas que hace veinticuatro horas personas desconocidas han hecho contra la vida de representantes públicos. Ese sí que es un salto cualitativo que nos retrotrae a los momentos más difíciles del pasado reciente, a los años 70 y primeros 80 del siglo pasado, cuando la violencia fascista puso en peligro el proceso democrático.

Monasterio es muy poca cosa. Como lo son Abascal y los demás dirigentes de Vox. Nunca han tenido una actuación políticamente destacable. Nunca han dicho algo brillante. Lo suyo es la demagogia, decir las mismas cosas que dijeron sus antepasados fascistas, sin aportar nada nuevo, mintiendo casi siempre y deformando la realidad para engañar a los incautos y atraerse a los insatisfechos. Con gestos y palabras duras, amenazantes, imitando el lenguaje militar que por esos pagos se considera un modelo de perfección. Más allá de esas gesticulaciones no hay nada.

Pero en momentos de dificultad para un país, cuando algunos de los elementos fundamentales de la convivencia se ponen en cuestión, esa aventura fascista puede tener un cierto predicamento. Desde hace un tiempo, España está viviendo un momento de ese tipo. Y Vox se está aprovechando de ello. Sin prejuicios, dispuesto a subir la apuesta sin contemplaciones. La insensibilidad de la derecha, Ciudadanos incluido, hacia esa dinámica favorece su juego. Todo indica, y particularmente la deriva del PP de Madrid, que esa actitud va a mantenerse. Sólo Núñez Feijóo se ha rebelado contra ella, en una declaración que le honra y que ojalá tenga seguidores.

La equidistancia ante lo que está ocurriendo es también culpable. Bajo ningún concepto, ni factual ni moral, Pablo Iglesias es lo mismo que Vox y por ello ambos no deben ser igualmente condenados por los bienpensantes. Iglesias es el creador y el líder de un partido de izquierda radical que dice y hace cosas que a algunos oídos demasiado sensibles les podrán parecer fuertes. Pero nunca ha dejado de cumplir las normas democráticas, la Constitución, ni ha amenazado con cargárselas. Vox sí. Un día tras otro.

Por eso le han mandado las balas. Lo mismo que al ministro Marlaska y a la directora general de la Guardia Civil. Al primero porque es de izquierdas y reivindica sin complejos las posiciones de ese mundo. A los otros dos porque osaron cesar a un coronel de la Guardia Civil que había abusado de las prerrogativas de su cargo para hacer política… contra el Gobierno.

Cabe especular sobre quiénes son, a qué ámbito pertenecen, las personas que han vertido esas amenazas de muerte. De poco vale avanzar por ese camino. Lo único que cabe esperar es que las investigaciones policiales descubran quiénes han sido y que sobre ellos caiga todo el peso de la ley, sin componendas.

Quien no quiera exactamente eso y no condene sin tapujos lo que han hecho esas personas serán también culpables. De debilitar la democracia y de no defenderla. Hace unos pocos meses se comprobó con horror que las barbaridades que vertieron en el espacio público unos generales no eran castigadas por los tribunales. Es de esperar que eso mismo no ocurra ahora. Y si ocurre, que haya una reacción para revertirlo.

No es tiempo de contemplaciones. Por mucho que asuste entrar en una guerra contra el peligro fascista. Porque la tibieza en ese frente no hará sino aumentar las dimensiones de ese peligro. Pablo Iglesias ha hecho bien abandonando el debate de la Ser. Con Vox no se puede debatir. A menos que cambie de registro y se avenga a respetar las normas democráticas. Lo cual no va a ocurrir. 

Votar contra la derecha madrileña que quiere abrir las puertas del poder a Vox puede ser un antídoto eficaz contra los vientos fascistas que se han desatado en España. Que las autoridades hagan todo lo que está en sus manos para desmantelar lo que puede haber detrás de quienes han enviado las cartas con bala y, luego, para parar los intentos de reproducir esos comportamientos es la tarea prioritaria del gobierno. Desde hoy mismo. No se puede jugar con fuego. Hay demasiados antecedentes como para desechar que lo que hoy está ocurriendo no pueda devenir en algo mucho más terrible e imparable. Y el mundo de hoy no ofrece muchas seguridades de que desde fuera puedan pararlo.

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