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No seas tonto

La presidenta y candidata del PP en la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y Rocío Monasterio, de Vox.

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Bertrand Ndongo, asesor de Vox en Madrid, ha colgado un vídeo diciendo que su partido debería rectificar, que se equivocó al pedir la deportación de Serigne Mbayé, portavoz del sindicato de manteros y ahora integrante de las listas de Unidas Podemos para las elecciones de Madrid:

“Serigne tiene nacionalidad española por lo tanto no sé cómo se supone que le van a deportar. Es español, tiene todos los derechos como cualquier otro ciudadano de nacionalidad española y la verdad es que es un error”.

No está de más explicar lo obvio. El racismo está ya tan inoculado en nuestra sociedad que mucha gente es incapaz de reconocerlo, de verlo, de distinguirlo. Ha sido normalizado. Estamos en un contexto que pide a gritos formación en derechos humanos para enfrentar los discursos de odio y los enfoques que estigmatizan desde altavoces públicos. Serigne Mbaye no puede ser deportado porque es español. No es ilegal ser negro. No es ilegal ser portavoz del sindicato de manteros. Sí es ilegal deportar a un español negro, y además es tremendamente racista.

Las personas que llegan a España lo hacen, en la mayoría de los casos, con ganas de trabajar, para enviar dinero a su familia, para ganarse la vida. La Ley de Extranjería les impide hacerlo de forma regular a no ser que logren un contrato de un año trabajando un mínimo de treinta horas semanales, para una empresa que esté al día con Hacienda y garantice la actividad continuada.

Según la normativa, para obtener el permiso de residencia tienen que transcurrir tres años -tres- desde la llegada de una persona migrante a España antes de que pueda solicitar el arraigo social, para el que además se precisa el contrato de trabajo mencionado. Es decir, la propia ley está diciendo a miles de personas que tienen que permanecer de forma irregular en nuestro país durante tres años.

¿De qué forma puede alguien sobrevivir durante tres años así? La normativa actual está empujando a mucha gente a trabajar en negro, algo de lo que se aprovechan algunos empleadores y que además facilita la competencia desleal, porque quien posee un negocio y contrata en negro puede permitirse poner precios más bajos, por ejemplo.

Sin embargo, el Estado mira hacia otro lado. Y cada vez más nos encontramos con relatos periodísticos o discursos políticos que vinculan ser negro o musulmán o árabe con ser terrorista y delincuente. Además de ser vergonzoso, son mensajes que faltan a la verdad y que estigmatizan gravemente.

Que Vox diga que deportará a Mbaye debería haber sido escándalo público. Que el PP insinúe que Mbaye representa la ilegalidad mientras esconde debajo de la alfombra sus casos de corrupción define bien a este partido. La posición de ambas formaciones habría dado mucho que hablar en los medios de comunicación si estuviéramos en un país más avanzado. Pero no lo estamos, y llevamos varios años dando enormes zancadas hacia atrás.

Por lo demás, vayamos más allá y no nos quedemos solo en qué es y no es legal, porque sigue habiendo normas injustas y contrarias a los derechos humanos. Porque en los últimos años se ha convertido en legal multar a alguien por manifestarse o expresarse libremente. Porque hay leyes mejorables que se han quedado desfasadas. A lo largo de la historia la ley ha justificado atroces acciones, desde las de Núremberg que dieron carta blanca a los nazis, hasta las que han legitimado guerras cruentas, pasando por las que permiten detenciones arbitrarias, redadas racistas, deportaciones inhumanas, discriminaciones diarias, políticas económicas injustas que fomentan la precariedad o recortes de derechos y libertades que nos afectan a todos, por muy españoles que seamos.

Llegados a este punto en el que el racismo campa a sus anchas, partidos políticos, medios de comunicación e instituciones tienen la obligación urgente de impulsar instrumentos para formar, educar y fomentar una convivencia sin odio. Para explicar que si hay precariedad o desigualdad no es por culpa de las personas migrantes, sino de unas políticas que han facilitado los privilegios de unos pocos en detrimento de los intereses de la mayoría. Ello implica revisar las actuales políticas migratorias y la Ley de Extranjería, obsoleta, caduca e injusta, tal y como señalan múltiples expertos en este campo. Ganaríamos todos.

En 1943 el Gobierno de EEUU realizó el documental No seas tonto, para concienciar a su población de la gravedad del fascismo. Lleva tiempo circulando en redes sociales, pero no está de más recordarlo. En una de sus escenas, un hombre se dirige a un grupo de gente en la calle diciéndoles:

“Veo extranjeros con dinero. Veo negros con trabajos que nos pertenecen. Si permitimos que esto ocurra, ¿qué pasará con nosotros, los estadounidenses de verdad?”

Entre el público, dos hombres conversan. Uno, de origen húngaro pero nacionalizado estadounidense, comenta: “He escuchado esto antes pero nunca creí que lo oiría en EEUU. ¿Crees en lo que dice?”. El otro contesta: “No sé. Me parece que tiene sentido”.

El mitinero prosigue: “Este país no será nuestro hasta que no sea un país sin negros, sin extranjeros, sin católicos, sin masones”.

El hombre que hasta ese momento encontraba sentido a semejantes palabras, salta: “¿Qué pasa con los masones? Soy un masón. Está hablando sobre mí”.

El estadounidense de origen húngaro le replica: “Y eso lo cambia todo, ¿verdad? En Berlín escuché lo mismo que acabamos de escuchar, pero fui tonto. Creí que los nazis estaban locos, que eran fanáticos estúpidos. Pero no fue así. Sabían que no eran lo suficientemente fuertes para conquistar un país unido. Así que dividieron Alemania en pequeños grupos y usaron los prejuicios como un arma para acabar con el país”.

Antes de que sea tarde, necesitamos documentales así en las escuelas, en los institutos, en los medios de comunicación. Mucho periodismo consciente de su responsabilidad social. Mucha formación antirracista en todas las esferas públicas. Y políticos valientes que estén a la altura, que no se escondan cuando toca defender los derechos humanos, que no devalúen su importancia.

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