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Pedro Sánchez tiene que resistir... y puede

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados en una imagen de archivo.

Carlos Elordi

A pesar de los palos que recibe día tras día, el Gobierno está aguantando. Incluso ha sabido tomar la iniciativa en un incidente de recorrido tan grave como ha sido la sentencia del Tribunal Constitucional. Y puede resistir aún unos cuantos meses más, al menos hasta el otoño que viene. La exigencia de una convocatoria electoral urgente ha bajado por parte de la oposición. Pero algún sector del propio PSOE cree que, a la vista de los sondeos, sería conveniente votar en febrero, antes de las municipales y autonómicas. Cabe esperar que Pedro Sánchez soporte esas presiones. Porque tal y como está el panorama político e institucional, con varias crisis abiertas en ambos terrenos, lo más conveniente para los intereses generales es la estabilidad del Gobierno, al menos durante un año.

El ejemplo de lo ocurrido con las hipotecas puede valer, salvadas todas las distancias, como lo que podría pasar si se confirma que los dirigentes independentistas catalanes son condenados a penas espantosas. Porque ha demostrado que el Gobierno tiene en su mano poderosos instrumentos para encauzar los problemas por muy minoritaria que sea su fuerza parlamentaria y por mucho que la oposición grite e insulte. En esta ocasión Sánchez ha sabido gestionar ese poder. Dejando muy mal parada a la actual cúpula judicial, atendiendo a la indignación social que su sentencia había provocado y dando un toque a la banca, que puede que termine pagando la retroactividad del impuesto, pero evitando un enfrentamiento abierto con ella.

Cabe suponer que el golpe político que habría de significar la sentencia catalana se podría reducir aplicando también y desde ahora mismo firmeza y prudencia y sabiendo hacer frente a las críticas que ésta provocará. En ello va no sólo la supervivencia del gobierno Sánchez, sino la estabilidad general del país. Porque la potencialidad del conflicto catalán es seguramente mayor que la que existía hace un año y puede arramblar con muchas cosas. Entre otros motivos porque el rechazo al castigo ejemplar contra el independentismo que preparan los tribunales va mucho más allá de las filas del soberanismo y en el mismo está una amplia mayoría de la ciudadanía catalana. Incluso bastantes votantes de partidos unionistas.

Cuando esa ola estalle, que estallará, en Madrid tendría que haber un gobierno no sólo capaz de hacerle frente con los instrumentos que le confiere el poder sino también con la disposición a negociar con sus impulsores las fórmulas para desactivar en alguna medida los motivos profundos de la ira catalana. ¿Cree alguien que el PP o Ciudadanos pueden hacer algo de eso?

Sánchez tiene en sus manos no sólo la posibilidad evitar que el conflicto llegue a sus extremos potenciales sino también la de rebajar la presión electoral que sobre el PSOE ejerce el anti-catalanismo de muchos españoles y españolas de otras regiones. Porque si sus iniciativas son capaces de reducir en algo la tensión y evitar enfrentamientos sin cuartel no pocos españoles sabrán valorarlo positivamente.

El PSOE necesita como el agua que los partidos independentistas sigan apoyándole cuando menos puntualmente en el Congreso. Y lo está logrando. Para sacar adelante los presupuestos, lo cual todavía es factible, o para la prórroga de los actuales con nuevas medidas sociales. Por encima, o por debajo, de las invectivas que le lanza Quim Torra. De ahí parte un hilo de esperanza que Pedro Sánchez tiene que reforzar como tarea prioritaria. Sin enfrentarse al Tribunal Supremo ni despreciar las opiniones de los españoles que no quieren componendas con el nacionalismo catalán.

En esa tarea se va a medir la altura política del líder socialista. Es muy difícil, casi imposible. Pero está claro que la condición de partida para abordarla es la permanencia del actual gobierno cuando menos hasta el final del año que viene.

Las perspectivas económicas no van a dificultar mucho ese empeño. Pero al menos tres son los obstáculos que podrían hacerlo imposible. Uno es que las posiciones de los partidos independentistas se endurecieran no sólo rompiendo todo puente con Madrid sino incluso exigiendo la convocatoria urgente de elecciones generales. No parece muy posible que esto último ocurra: ni Esquerra ni las distintas facciones del PdCat están por medir sus fuerzas en estos momentos. Y sobre lo de los puentes parece claro que, por el momento, influyentes sectores del independentismo quieren preservarlos, aun no diciéndolo abiertamente.

El segundo obstáculo potencial podría ser Unidos-Podemos. Porque podría llegar un momento en el que Pablo Iglesias y los suyos consideraran que una permanencia prolongada de Pedro Sánchez en La Moncloa, con el Boletín Oficial del Estado en pleno funcionamiento, podría terminar reduciendo mucho su espacio, obligándoles a aceptar una moderación política que casara mal con su propuesta. Y, lo que sería peor, provocando que el PSOE recuperara muchos de los votantes hasta ahora alineados con ellos. Son hipótesis que se barajan en el interior de Podemos y de Izquierda Unida. Pero cabe desechar que en un horizonte previsible se produzca una ruptura del pacto con el gobierno. Porque no está claro a quién haría más daño, si al PSOE o a Unidos Podemos: los ciudadanos de izquierda ven con agrado que unos y otro se entiendan. Y porque los dirigentes de Unidos-Podemos, con Pablo Iglesias a la cabeza, están gestionando muy bien su terreno: la manifestación del sábado en el Supremo es una prueba de ello.

El tercer peligro es que la demagogia desenfrenada del PP termine provocando efectos gravemente desestabilizadores. Últimamente Ciudadanos ha bajado un tanto el pistón y parece que prefiere esperar a que su rival en la derecha termine estrellándose. Pero Pablo Casado sigue lanzado en su irracional fuga hacia adelante. Que sólo puede tener un motivo: el de que las cosas le van muy mal. En los sondeos, particularmente para Andalucía, y dentro de su partido, que parece haber vuelto al caos.

El proyecto de asesinato de Pedro Sánchez es un hecho aislado, sin duda. Lo de las “ratas” de las Nuevas Generaciones andaluzas tiene más de un precedente. Y el PP lo ha anulado rápidamente. Esperemos que ese reflejo de cordura sirva también para calmar las ansias de Casado provoquen efectos que el partido no pueda controlar.

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