Pensar en grande
Cuenta la leyenda que Dédalo quedó atrapado en la isla de Creta después de haber construido el laberinto del Minotauro para escapar del rey Minos. Dispuesto a escapar de su cautiverio, diseñó unas alas con plumas de pájaro entrelazadas con cera para que tanto él como su hijo Ícaro pudieran escapar literalmente volando, ya que el rey controlaba la tierra y el mar. Tras fabricar el artilugio, le indicó a su hijo que no volara demasiado alto, ya que si las alas se acercaban al sol, el calor podría derretir la cera y provocar su caída. Ícaro fue ganando confianza y cada vez más altura, desoyendo el sabio consejo de su padre. Como el invento aguantaba, siguió hasta que la cera se descompuso, las alas se derritieron y se precipitó al vacío.
Volar alto y caer en la irrelevancia. El síndrome de Ícaro. Le pasó a Albert Rivera. Tanto quiso elevar el vuelo, tanto le deslumbraron los sondeos y tanto le regalaron el oído los del IBEX35 y los medios amigos que el ex líder de los naranjas pasó de verse de inquilino de La Moncloa a caer en el vacío de una política que en España acostumbra a elevar a los altares a la misma velocidad con la que entierra a los muertos.
La historia de su errática trayectoria y su posterior descalabro es bien conocida. Y la referencia a la mitología griega la ha utilizado estos días el eurodiputado y ex miembro de la dirección del partido, Javier Nart, quien promovió junto a Luis Garicano en su día la votación para levantar el veto del partido al PSOE y ahora aplaude con entusiasmo la decisión de Inés Arrimadas de votar la cuarta prórroga del estado de alarma.
No ha sido el único. En general, lo han hechos todos aquellos que desde dentro del partido renegaron en su día de la foto de Colón, de la radicalidad en la que se instaló Rivera y del alineamiento con las tesis más extremas de la derecha. También ha habido, claro, quienes le han puesto a caldo por dar oxígeno a Pedro Sánchez, por ser la nueva aliada de un Gobierno “bolivariano”, por “traidora”, por dialogar con los “comunistas”, por recuperar la esencia de partido bisagra... Y todo sin que esté escrito aún ni que vaya a transitar definitivamente por el carril de la centralidad, ni que se haya echado en brazos del Gobierno de coalición, ni que pase por su cabeza sostener parlamentariamente a Pedro Sánchez lo que resta de Legislatura.
Entre lo que conviene a los españoles y lo que merecería un presidente que no ha hecho del diálogo su principal baza en esta crisis sanitaria, Arrimadas ha elegido lo primero. Entre ser útil y sumarse al coro de profesionales de la descalificación porque sí y el negacionismo de todo, ha optado por dar utilidad a sus siglas. Entre perderse en los lugares comunes o usar a los muertos como arma arrojadiza y arrimar el hombro en una crisis sanitaria sin precedentes, ha entendido que debía ayudar. Lo que ha hecho la líder de Ciudadanos no es otra cosa que pensar en grande. Dejar de lado las cuitas. Prescindir del revanchismo. Renunciar a la calculadora de votos. Salir del “trincherismo”. Y todo, seguramente, a sabiendas de que cuando pase la crisis sanitaria, el PSOE volverá a reconstruir los lazos con el independentismo que facilitó la investidura de Sánchez, que Unidas Podemos no permitirá que el PSOE mire demasiado al carril central y que sus 10 escaños serían, además, insuficientes para abrir un nuevo escenario de alianzas en el Parlamento. Dicho de otro modo: sustituir a ERC por Ciudadanos como aliado prioritario puede servir para poco más que para que algunos tengan un sueño húmedo.
Por lo demás, pensar en grande es crucial para destruir el miedo, para soltar lastre, para levantar el vuelo, para convertir la derrota en victoria y para alcanzar el éxito. Es lo que ha hecho Arrimadas y lo que le ha valido el repudio de algunos de los suyos que, en realidad, nunca fueron de ella y han encontrado ahora la excusa perfecta para abandonar la militancia del enésimo partido al que, por cierto, estuvieron afiliados.
La líder de Ciudadanos ha cumplido con el deber de un partido que antaño defendió el diálogo, la negociación y el pacto entre diferentes como valores irrenunciables en una democracia parlamentaria. Y no lo ha hecho por Sánchez, sino por España. Esa España con la que a otros se les llena la boca que y hoy asiste perpleja al linchamiento político de alguien que simplemente ha aportado algo de sosiego y mirada larga entre tanto exabrupto y tanto sectarismo.
Es probable que hasta la propia Arrimadas sepa que el giro a la centralidad que le reprochan llegue demasiado tarde para reparar el destrozo provocado por Rivera en el partido. Las encuestas no emiten señales de recuperación. Para que fuera así tendría que suceder, según los expertos demoscópicos, o bien que el PP se desplome por el centro o que lo haga el PSOE. Y, hoy por hoy, ninguna de las opciones parece factible.
Entretanto, Ciudadanos tiene por delante un arduo trabajo de reconstrucción. En lo ideológico y en lo institucional. Pero si de ésta se quita a unos cuantos fanáticos y otros “aprovechateguis” de los que tiene “enchufados” en las Autonomías y ya flirtean con el PP para no perder el puesto, pues ni tan mal.
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