¿Cuánto pesa el Gobierno español?
Norman Foster fue sorprendido un día cuando su colega Richard Buckminster Fuller, un experto arquitecto e ingeniero americano, cuya filosofía era conseguir estructuras más resistentes usando la menor cantidad de recursos, le preguntó cuánto pesaban sus edificios. Foster confiesa que no tuvo respuesta para esta inesperada cuestión, pero que una semana después ya disponía de la cifra precisa y que el proceso para llegar a ese dato le permitió descubrir el excesivo peso de los materiales utilizados. A partir de ese momento, Foster replantea su trabajo y desarrolla nuevos materiales de alta tecnología, muy ligeros y permeables al paso de la luz.
Si uno le hiciera la misma pregunta a Mariano Rajoy con respecto al peso de su Gobierno, ¿experimentaría sorpresa o saldría con algún giro absurdo como en aquella célebre intervención sobre el caso Bárcenas, “A la segunda, ya tal”?
El pintor Antonio López, tal como refleja la película de Victor Erice El sol del membrillo, también se cuestionó el problema del peso. En su caso lo hizo con respecto a los frutos que intentaba pintar. López trabajaba en un cuadro con óleo, pero los cambios de luz y el peso de los membrillos que arrastraban con ellos ramas y hojas, variaban semana a semana el punto de fuga. López, al final, abandonó el intento de realizar una pintura pero, al igual que Foster, superó el obstáculo con alegría y lo continuó por otros medios: realizó un dibujo.
Así como Foster busca materiales ligeros y dóciles a la luz, ¿por qué Rajoy no encara el peso de la realidad que le agobia con materiales ideológicos más permeables a los problemas del cuerpo social?
O a la manera de Antonio López, al ver que su cuadro de situación es inabordable ya que el punto de fuga es móvil en todas las áreas del gobierno y nada se fija, todo se escapa sin solución, ¿por qué no encara un dibujo posible y sostenible de la situación?
Más que un punto de fuga para trazar un proyecto viable, lo de Rajoy parece el intento de fuga de una estatua, atrapado por el peso de las circunstancias que no le permiten ir a ninguna parte. Así lo demuestra el acto de Soutomaior, en Pontevedra, en el que la policía mantuvo a un kilómetro de distancia del presidente a un grupo de afectados por participaciones preferentes.
Ese para Rajoy es el peso de la realidad: el que se manifiesta con los síntomas de un paciente con trastorno de pánico y un propósito obsesivo: saldar una deuda imposible de pagar y que arrasa con cualquier proyecto viable de país.
El mundo se encamina hacia la tercera revolución industrial que está cambiando el paradigma de producción con la captura del átomo, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y la genética. España, en ese contexto, se sitúa en la cola de la Unión Europea en gasto de I+D+i, por detrás de Estonia y la República Checa, y a fecha de hoy, el logro parece ser que en el mes de agosto haya 31 personas menos apuntadas en los servicios públicos de empleo.
Rajoy y su Gobierno ganan grasa económica y pierden músculo dialéctico con la realidad que les toca vivir.
No se trata ya de un proyecto conservador y excluyente, se trata de el impulso de un modelo caduco que alimenta de forma circunstancial a un sector socialmente sedentario que deposita su fe en beneficios del capital financiero y en quimeras como las del complejo Eurovegas en la Comunidad de Madrid.
El Gobierno es obeso, torpe y de circulación lenta. Nada indica que vaya a abandonar la construcción de este mausoleo por la de un edificio inteligente, ni de insistir en pintar un bodegón, una naturaleza muerta llena de objetos inanimados, para encarar el dibujo de un país viable.
Al fin, como no puede ser de otro modo, caerá por su propio peso. Pero arrastrará un futuro posible consigo.