Es ya un clásico, llevamos meses -algunos, años- hablando de la baja calidad de la prensa en España, de los problemas crecientes de la independencia de los medios debido a sus dificultades económicas, del efecto intimidador de la 'Ley mordaza' impulsada en solitario por uno de los gobiernos más autoritarios que ha tenido la democracia española desde la Transición y apenas pasa nada. Ahora bien, en cuanto el New York Times se hace eco de la situación en un tímido reportaje, se lía parda.
Lo que viene siendo, en terminología de Jordi Évole, poner en marcha la máquina del fango. Esos usos (más bien abusos) con los que la prensa y los periodistas españoles hemos tirado por la borda un prestigio y credibilidad que nos va a costar (como colectivo) mucho trabajo recuperar.
Pero no nos engañemos, mirar al pasado de la profesión y de los medios pensando que todo fue bonito es algo más que un engaño de la nostalgia. Algunos de los que hoy se dicen víctimas de la libertad de expresión e intervienen con desparpajo en el debate sobre la calidad del periodismo, incluso señalan al diario de Prisa como la fuente de todos los males, son los mismos que en otros momentos fueron verdugos desde sus medios del rigor y la decencia profesionales.
Ahí tenemos a Pedro J. Ramírez, al que no le niego su talento y perseverancia (me divertí mucho trabajando a su lado, siempre desde la lealtad muy crítica), que después de llevar a la ruina a El Mundo y de impulsar a costa de los atentados del 11-M la mayor campaña de manipulación de la prensa española desde la Transición, quiere ahora ir de abanderado del periodismo de calidad. O al que fue su vicedirector y luego sustituto, Casimiro García-Abadillo, cómplice en la forma y el fondo de ese periodismo de agitación y que ahora es interrogado por Évole sobre las diferentes calidades del fango periodístico. O a la tropilla de tertulianos que tiene embelesada a media España haciendo pasar por periodismo lo que no es más (ni menos) que un entretenido espectáculo televisivo.
Este, el de la libertad de expresión y la relevancia del periodismo, es un asunto en realidad muy serio, del que depende en buena medida la calidad de nuestra democracia. Si no espabilamos, los ciudadanos se irán organizando (ya lo hacen en algunos casos) y tomarán el relevo. Ese sí puede ser el triste final de un oficio tan bello. Por eso abrir un debate sobre lo que nos pasa a los periodistas es tan necesario, pero si se sigue haciendo desde los egos y sin rigor, no servirá para nada.
Les copio más abajo, pacientes lectores, un artículo sobre este tema que escribí y publiqué en junio de 2006, unas semanas antes de ser destituido como director de elmundo.es por negarme de forma reiterada a secundar la campaña de manipulación de El Mundo sobre el 11M. En él se anticipan (¡hace casi 10 años!) algunas de las cosas que han pasado o están sucediendo. Una pena.