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Polémicas burguesas

Los escaparates de una calle de Sevilla apagados tras la entrada en vigor del plan de ahorro energético.
11 de agosto de 2022 22:35 h

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La política es ordenar prioridades. Las preferencias enseñan cuáles son las preocupaciones y sobre todo cuál es el origen y el estatus vital de quien establece el listado de tareas de un partido en la agenda pública. Lo sustancial frente a lo frugal, pero también el lugar desde el que se parte, el origen social y el confort vital presente. No se preocupa de lo mismo quien convive con gente humilde consciente de su precariedad que los que se relacionan con académicos con el riñón cubierto, y no se preocupan sobre lo mismo quienes vienen de un origen social confortable que aquellos que conocen la situación ahogada de quien proviene de un estrato social desfavorecido. Las preocupaciones políticas están determinadas por nuestro entorno social. Las de la ciudadanía y sobre todo, por encima de todo, las de nuestros dirigentes.

Las preocupaciones burguesas han ocupado a la derecha política y la izquierda de manera indistinguible aunque con temas diferentes. Una espada y la temperatura del termostato. Esta semana había dos imágenes en las que la izquierda podía fijarse, en el rey sentado ante una espada bolivariana o en una gráfica sobre devaluación salarial e IPC en el mes de julio que ha generado un agujero a la clase trabajadora que equivale a un salario mensual de pérdida. Podemos eligió la espada y Yolanda Díaz la subida del salario mínimo. Esas son las prioridades. La única espada que tiene que importar en otoño para quien quiera defender los intereses de los más vulnerables es la de Damocles levitando sobre sus cabezas.

La cuota de clase en política tendría que ser una obligación para las formaciones de izquierdas porque ayudaría a que hubiera quien mostrara a la intelligentsia burguesa que copa las cúpulas de los partidos cuando sus intereses académicos, personales o elitistas se alejan de las necesidades y los intereses de la clase trabajadora. Las batallas culturales pueden tener sentido como instrumento para lograr el poder, pudieron tenerlo como cambio de paradigma en su momento, pero tienen nulo sentido cuando se está en el gobierno y se tiene como herramienta el BOE. Más nulo aún cuando solo responde a intereses particulares de quien estando fuera de la política marca el paso a un partido incapaz de tener su agenda en propiedad a la espera del último tuit que les enseñe el camino.

La polémica de la espada no ha sido la única preocupación burguesa de estos días, aunque sí ha sido la que ha mostrado la profunda brecha de clase que separa la sociedad de los partidos de izquierdas. Los debates sobre el drama que supondría tener los espacios comerciales a 27 grados y el peligro para la seguridad que supondría apagar los escaparates en el centro de Madrid es una buena muestra de los usos y costumbres de la clase política que habita la derecha de este país.

El alumbrado público es una cuestión de clase, algo que ha evidenciado la manera en la que se ha afrontado el debate sobre las medidas de ahorro energético. Primero, porque los comerciantes que tienen escasos recursos llevan tiempo ahorrando en aire acondicionado. Cualquiera que se mueva en barrios populares sabe que el lujo de la climatización ha desaparecido de los pequeños comercios de barrio que, por la subida de precios de la energía, no pueden permitirse mantener encendido el aire en sus locales o lo hacen con unas temperaturas que cumplían con creces el real decreto antes de que se publicara. Pero además, porque la luz en un barrio de clase obrera es una carencia más como otra cualquiera, se aprende a transitar sin ella, a enrocar los ojos y crear aptitudes felinas. Preocuparse porque la luz de un escaparate te ciegue es una querencia burguesa propia de quien no sale de la almendra central e ignora que en Usera, Vallecas o Carabanchel la noche viste a todos de pardo.

Desentrañar la política a veces es muy sencillo, basta con observar cuáles son los miedos que nos enseñan y cuáles son los hechos que provocan escándalo en nuestros líderes políticos para conocer la ascendencia de clase, que tiene que ver poco con la ideología y mucho más con lo cubierto que se ha tenido el riñón y lo fresco que se duerme hoy por la noche. Las batallas culturales en el contexto actual son una preocupación burguesa en un momento en el que las personas más vulnerables de la sociedad tienen problemas para enfriar sus casas y llenar sus neveras. No significa que no sean importantes, pero para quien ve con angustia que el bolsillo se le estrecha apenas importan la temperatura del Primark y la espada de Bolívar.

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