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Sobre las 'portavozas'

Irene Montero

Elena Álvarez Mellado

El 'portavoces y portavozas' que pronunció Irene Montero el martes pasado se ha convertido sin duda en el tema lingüístico de la semana. En los últimos días hemos asistido a una avalancha de declaraciones, polémicas, reivindicaciones y burlas en torno a la forma 'portavoza', además de al ya tradicional aluvión de preguntas que reciben los siempre sufridos servicios de consulta de la RAE y Fundéu cada vez que se monta una tangana lingüística:

Vaya por delante que la polémica sobre 'portavoza' es al debate gramatical lo mismo que el vestido de Pedroche a los debates sobre feminismo. La situación en la que se produjo el momento 'portavozas' es un escenario artificial creado con el objetivo de atraer atención mediática y generar una polémica sobre un asunto socialmente candente (el lenguaje inclusivo). En cualquier caso, como en el caso de los vestidos de Pedroche, resulta muy elocuente ver las pasiones que despierta este tema y comprobar la susceptibilidad con la que algunos han recibido el término.

Crear palabras nuevas está en la naturaleza misma del idioma y en la capacidad lingüística de sus hablantes. Todos creamos palabras nuevas constantemente. Algunas de esas palabras sobreviven, se extienden y pueden acabar siendo compartidas por toda una comunidad lingüística. Pero la mayoría son menos afortunadas y se nos quedan por el camino. En ese sentido, 'portavozas' es una propuesta de neologismo tan aceptable como cualquier otra y no hay nada que afear por ahí. Ahora bien, este neologismo recién alumbrado, ¿es explicable desde el punto de vista de la lógica lingüística? ¿Es una feminización necesaria de un sustantivo que pedía a gritos una forma en femenino? En las últimas décadas hemos presenciado la normalización de palabras en femenino como 'ministra', 'arquitecta' o 'médica', formas que en su momento fueron recibidas por escepticismo por no pocos hablantes. ¿Por qué no hacer lo mismo con 'portavoza'? ¿La extrañeza que ha suscitado la palabra 'portavoza' es una muestra más del machismo endémico en el que vivimos inmersas?

El meollo del asunto reside en que la naturaleza de la palabra 'portavoz' no es exactamente igual a la de otros términos ya feminizados como 'arquitecto' o 'ministro'. Si ponemos la palabra 'portavoz' bajo el microscopio, veremos que está formada por dos partes: por un lado, la 3ª persona del singular del verbo 'portar' ('porta') y, por otro, un sustantivo ('voz'). Es decir, 'portavoz' es una palabra compuesta: 'que porta la voz'. Este tipo de compuestos no son ninguna rareza en español. La combinación de verbo conjugado y sustantivo tiende a formar parejas bien avenidas y muy estables a largo plazo, y por eso esta estrategia para formas palabras nuevas resulta tremendamente productiva: ‘reposacabezas’, ‘cascanueces’, ‘salvapantallas’, ‘cortacésped’, ‘salvamanteles’, ‘chupatintas’. El castellano está plagado de este tipo de oraciones jibarizadas en forma de palabras compuestas.

Lo interesante del asunto (y la raíz de todo portavozagate) viene cuando descubrimos que este tipo de palabras carecen de una marca explícita de género. Nada en su forma nos permite saber a priori si son masculinas o femeninas. Son palabras agénero. Normalmente solemos agarrarnos a la terminación de las palabras para detectar su género, pero en este caso la terminación es engañosa porque lo que la terminación nos indica no es el género y el número de la palabra entera, sino tan solo de uno de los integrantes. La terminación -as en ‘salvapantallas’ es propiedad del sustantivo ‘pantallas’, que es una de las integrantes del compuesto, pero eso no hace a la palabra ‘salvapantallas’ ni femenina ni plural.

Esta indefinición en cuanto al género se hace particularmente evidente cuando las aplicamos a personas. Una matasanas no sería la forma femenina de ‘matasanos’, sino aquella profesional sanitaria con especial ojeriza hacia sus pacientes mujeres. Como estos compuestos se resisten a llevar su propia marca de género, adoptan camaleónicamente el género de la palabra o el artículo que las preceda, y así podemos decir que un señor es recogepelotas y que una señora es portavoz. Los compuestos vienen listos para ser aplicados a individuos de cualquier género sin que necesitemos ajustar terminación alguna. Esta absorción del género por ósmosis que hacen este tipo de sustantivos compuestos no es muy distinta a la que también hacen otras palabras unisex, como los adjetivos terminados en -az o en -ble (‘Érase una mujer terrible y tenaz’), sin que cunda el drama morfológico.

Nunca hubo ningún impedimento morfológico que justificase el escepticismo con el que muchos recibieron formas femeninas como ‘ministra’ o ‘médica’. Eran formas en femenino que se regían por las mismas reglas de la morfología flexiva que ‘frutera’ o ‘política’. Pero la ausencia (¿hasta ahora?) de una supuesta forma femenina ‘portavoza’ y la extrañeza con la que ha sido recibida no se debe (o no necesariamente) al sistema profundamente patriarcal y misógino en el que vivimos, sino a las reglas profundas que operan en la morfología del castellano. Desde el punto de vista de la morfología y mientras ‘portavoz’ siga siendo percibido por los hablantes como un sustantivo compuesto, 'portavoza' no tiene razón de ser lingüística.  

Ahora bien, ¿es entonces ‘portavoza’  un engendro lingüístico que hay que condenar a la hoguera? Quién sabe, quizá el ruido mediático haga que se extienda, a pesar de tener toda la morfología en su contra. O quizá para poder interpretar correctamente la naturaleza de ‘portavoza’ no haya que mirar en la morfología, sino que debamos observar el uso pragmático de la lengua. La improbable forma ‘portavoza’ tal vez no sea un caso aislado, sino que forme parte de una tendencia morfológica infrecuente en la lengua habitual de los medios y de las instituciones pero bien arraigada en el el lenguaje informal de algunos ámbitos activistas: el fenómeno de transgredir conscientemente el género gramatical tradicional con fines reivindicativos (y con un marcado carácter festivo), como cuando se habla de ‘señoro’ para referirse a un hombre patriarcal particularmente inaguantable o de ‘periodisto’ para denominar a los periodistas machistas. Quizá estemos asistiendo al nacimiento de una tendencia de marcar de forma redundante el género de una palabra con el objetivo comunicativo de poner el foco sobre la realidad de género en la que se mueven esos conceptos. Pero es pronto aún para saberlo. Seguiremos informando.

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