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¿Puede el PP dejar de ser tan bruto?

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, atiende a los medios de comunicación antes de participar de forma presencial en la Cumbre de líderes del Partido Popular Europeo previa al Consejo Europeo. EFE/Horst Wagner
24 de junio de 2021 22:10 h

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La respuesta a la pregunta que encabeza estas líneas es “no”. No puede. Al menos por ahora ni en un tiempo previsible. El PP está atrapado en su actual, y ya larga, línea de confrontación sin concesiones con el Gobierno, con la izquierda y con los nacionalistas, por razones que desde su perspectiva son muy poderosas y a las que no puede sustraerse mientras no cambien mucho sus circunstancias. Pero mantener esa postura puede ser muy costoso. Ya empieza a haber signos de ello: en los últimos días, exponentes muy significativos de su espectro social han dado signos de no estar de acuerdo con las posiciones de Pablo Casado.

Las últimas iniciativas del líder popular han cosechado algo parecido a fracasos. La manifestación de Colón, inicialmente lanzada con gran fuerza, posteriormente desdibujada a medida que distintos barones regionales empezaron a mirar para otro lado, fue algo cercano al fiasco. Isabel Díaz Ayuso aportó la gente que pudo, pero de fuera de Madrid acudieron muy pocos efectivos. La recogida de firmas contra el indulto también se quedó muy corta, casi en el ridículo. Se diría que en ambos empeños la organización popular no movilizó sus recursos en la medida en que hacía falta. Porque no se lo exigieron desde arriba o simplemente porque no pudo hacerlo. 

Por mucho que la formidable escuadra mediática del PP se esforzó por disimular esos chascos, la sensación de que el PP no había estado a la altura de las circunstancias se extendió en el ambiente político. Casado había actuado constreñido por el riesgo de que Vox se hiciera con el protagonismo de la protesta y no fue capaz de alejar ese fantasma hasta el momento mismo de la manifestación. Algunos en el PP se preguntaron, no en público, claro está: “entonces, ¿por qué la ha convocado?” Y una vez más, la cara de perplejidad que Casado pone cada vez con más frecuencia, fue la mejor respuesta a la misma. El líder del PP anda cada vez más perdido.

En las entrevistas periodísticas que siguieron a esos momentos, Casado parecía sonado. Frente a todas las evidencias de lo contrario, repetía como un autómata que los indultos no eran legales, y cargaba cansinamente contra la España del mal, la izquierda unida a los separatistas que día tras día viene confirmando su mayoría parlamentaria.

Pero el golpe de gracia se lo iba a dar el presidente de la CEOE. Antonio Garamendi declaró que los indultos le parecían bien si servían para desbloquear la situación. El día antes, los empresarios catalanes de todas las organizaciones, los mismos que hace tres años se colocaron duramente en contra del independentismo y que, de una u otra manera, apoyaron el traslado de sedes fuera de Cataluña, se habían manifestado en idéntico sentido.

Casado reaccionó muy mal a esas palabras. Él y Díaz Ayuso se dedicaron a descalificar en los peores términos a Garamendi, negándole el derecho a expresar opiniones políticas -que en el pasado han solido ser muy bien recibidas por el PP- y llamándole prácticamente paniaguado.

Y las descalificaciones continúan hoy mismo. Garamendi se ha reafirmado en lo que dijo y una parte de la cúpula de la CEOE ha manifestado su solidaridad con él. Otra no, ciertamente. Pero no cabe duda de que el dirigente empresarial sabía que contaba con apoyos importantes antes de atreverse a dar ese paso. Son las grandes empresas y la gran banca las que mandan en la CEOE y no parece probable que el líder empresarial se haya arriesgado a desafiarlas. Y si existía un acuerdo tácito entre uno y otras, quiere decir que el mundo del dinero que trabaja y decide, otra cosa son los rentistas, empieza a no ver precisamente con buenos ojos el talibanismo sin sentido y sin futuro del presidente del PP.

La conferencia episcopal española acaba de poner su granito de arena en ese contencioso. “Nosotros, como los obispos catalanes, estamos por el diálogo y el respeto de las leyes” ha declarado su portavoz oficial, Luis Argüello. Y no es despreciable el apunte, por mucho que los obispos lleven un tiempo esforzándose por parecer alejados de la polémica política. Y más cuando Casado había arremetido contra la conferencia episcopal catalana por haber apoyado el indulto.

¿Está el líder del PP arrinconado? Seguramente aún no, pero sí con serios motivos de preocupación para encontrar cómo puede mantener su posición política en medio de dificultades crecientes.

Porque echarse para atrás en estos momentos no es una salida por la que pueda optar. Eso equivaldría a dar la razón a Vox, que desde hace años acusa a la dirección del PP de “blandita” y aumentar las posibilidades de Isabel Díaz Ayuso para sustituirlo en el liderazgo manteniendo la línea dura de la que nunca se ha apeado.

La presencia en el tablero de esos dos rivales acuciantes explica mejor que cualquier otra cosa el radicalismo de Casado. Que no nace de una reflexión autónoma, sino que es forzado, impuesto por las penosas circunstancias en las que el líder del PP lucha para mantener su cargo, y que por eso mismo no controla ni dirige.

Empieza a estar cada vez más claro que fuera del círculo más selecto de la calle Génova, en la sede de otros poderes de la derecha social y también de las baronías regionales, no pocos se preguntan a dónde lleva la deriva de Pablo Casado y hasta cuándo su posición puede ser sostenible. Muchos operadores políticos y sociales necesitan de un PP que negocie y acuerde con el Gobierno soluciones para una infinidad de problemas concretos, desde financieros y económicos hasta legales.

Y Casado no está haciendo nada de eso. Porque teme que hasta una reunión con un ministro para atender a una cuestión puntual sea tachada de traición por Vox y criticada por Ayuso. Y esos dos, más la masa más fanática de la militancia y del electorado del PP son por ahora los únicos espejos en los que el líder quiere mirarse. Por eso, lo más previsible es que no se mueva de su radicalismo verbal, cotidiano y cada vez menos creíble. Hasta que le obliguen a hacerlo. Y puede que entonces sea demasiado tarde. 

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