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El rey que asistirá al debate republicano

Rosa Paz

Sectores de la derecha, que hasta ahora negaban cualquier necesidad de reforma para regenerar la política o acercarla más a los ciudadanos y que incluso celebraban como un gran éxito el resultado del PP en las elecciones europeas del 25 de mayo, se han imbuido de pronto de un gran espíritu reformista. Ha bastado con que el Rey abdicara en su hijo para que esa derecha político-mediática, tan inmovilista, se apunte ahora a una segunda transición que regenere la democracia española. Es como si el simple cambio de rey tuviera para ellos poderes taumatúrgicos. Más parece, sin embargo, que la abdicación ha desvelado la intensidad de la crisis político-institucional y la magnitud del desafecto ciudadano que se viven en España y ha obligado a mirar de frente los problemas a todos aquellos que hasta ahora seguían la máxima de que “es más fácil vivir con los ojos cerrados”. Con permiso de David Trueba, claro.

Así que el príncipe Felipe será proclamado rey en un contexto complicado y durante su reinado, más pronto que tarde, va a asistir al debate formal e institucional, es decir, en el Parlamento, no sólo de una reforma constitucional que trate de resolver el problema catalán o de favorecer una mayor participación ciudadana en la política, sino que verá también cómo en las Cortes que le proclamarán rey dentro de dos semanas se abordará no muy tarde la propia pervivencia de la Monarquía como forma de Estado, o lo que es lo mismo, su propia supervivencia como Rey.

Estos días se ha constatado que el pacto constitucional que permitió transitar de la dictadura a la democracia se ha descompuesto. Ni la IU de Cayo Lara sigue la senda marcada entonces por el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, ni los nacionalistas de CiU parecen sentirse ya concernidos por lo que le ocurra al resto del Estado o lo que ocurra en el resto del Estado. Y eso que el futuro de Cataluña dependerá en buena medida de decisiones que se adopten en el Parlamento español. También el PSOE, que sigue fiel a la Constitución del 78, a la que le quiere hacer una reforma integral, tendrá que afrontar en su seno el debate Monarquía/ República. Y tampoco podrá retrasar por mucho tiempo esa discusión. No sería extraño, de hecho, que un puñado de diputados socialistas rompan estos días la disciplina de voto en la ley sobre la abdicación.

Un debate serio e institucional sobre la Monarquía no le debía de asustar a nadie y permitiría clarificar algunas cuestiones pendientes en un país tan poco monárquico como respetuoso con la institución, aunque la crisis económica, el empobrecimiento general de la población, los recortes en políticas sociales y, por contra, el escándalo Urdangarin y la imagen de los miembros de la familia real como un grupo de privilegiados a los que no afecta la crisis, ha situado a la Corona en las cotas más bajas de aceptación y ha hecho que mejore la imagen de la República, sobre todo entre los jóvenes.

Es posible que el príncipe Felipe le tenga menos miedo a ese debate que algunas fuerzas políticas. Entre otras razones porque siempre ha sabido que su permanencia como rey depende de que así lo quieran los ciudadanos. Y quién sabe, a lo mejor si se plantea formalmente la disyuntiva lo sigue siendo. Porque a esa derecha que se ha vuelto reformista de un día para otro y que nunca ha vibrado con la Monarquía -ni si quiera en versión juancarlista- con la sola mención de la palabra república le salen ronchas. Pero eso sí, parece que esa misma derecha no le perdonará al rey la separación de Cataluña, una cuestión que, por cierto, les toca abordar políticamente al Gobierno del PP y al resto de fuerzas parlamentarias, de aquí y de allí, pero para cuyo arreglo el monarca no tiene competencias.

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