Rivera busca trabajo
Cuando Albert Rivera compareció el 11 de noviembre del 2019 para anunciar que dejaba la política, en realidad lo que había pasado era que la política le había dejado a él. “Dejo la política en coherencia con lo que soy”, proclamó con toda la solemnidad de la que fue capaz de hacer acopio alguien que pensaba, porque así se lo hicieron creer, que era más de lo que era. Se fue a su casa tras perder más de dos millones y medio de votos y 47 escaños.
En marzo del 2020 reapareció públicamente para comunicar su fichaje por un despacho de abogados, el bufete Martínez Echevarría. Rivera no tenía ni la agenda ni la influencia de Soraya Sáenz de Santamaría y seguramente por eso la que fuera todopoderosa vicepresidenta se incorporó a Cuatrecasas y el exlíder de Ciudadanos se tuvo que conformar con un bufete sin togas de oro. Aun así le quiso dar al anuncio toda la pompa y boato que no tenía con una rueda de prensa que acabó siendo carne de memes.
Muchos de los antiguos del lugar, los que ya informamos sobre los primeros pasos de ese joven desacomplejado que fue el primer candidato de Ciudadanos, seguimos con interés la evolución de Rivera y observamos, confieso que con no poco estupor, el entusiasmo que despertó en círculos empresariales, esforzados encuestadores, directivos de medios y columnistas de la prensa editada en Madrid. Los mismos directivos y columnistas, de tendencias editoriales distintas, para los que ahora es poco menos que un apestado. A lo mejor nunca fue tan brillante pero convenía halagarle porque para unos era el salvador de una derecha asediada por la corrupción y para otros, la muleta que el PSOE necesitaba para no caer en manos de podemitas y siglas periféricas que tanta urticaria provocan.
Supimos de Rivera por algún tuit, y porque obsequió con su indiferencia a Ciudadanos pasando de ir al congreso del partido mientras Inés Arrimadas seguía achicando agua como podía. Después, en un gesto que revistió de magnanimidad, se acercó a una conferencia de Juan Marín, en octubre del año pasado, donde se esforzó en dejar claro que había ido a arropar al vicepresidente andaluz porque es amigo suyo, a ver si alguien se iba a confundir pensando que estaba allí para echarle un cable a la líder de Ciudadanos. Al final no tuvo más remedio que hacerse la foto con ella.
Sus dotes de oratoria indiscutibles acostumbran a estar impregnadas de la arrogancia del perdonavidas, dentro o fuera de la política, y lo hemos corroborado las pocas veces que hemos vuelto a saber de él. Hasta que el lunes por la noche El Confidencial informó de que Rivera dejaba el despacho dos años después de haberle contratado. No porque otra compañía hubiese descubierto su efectividad. Era por todo lo contrario. “Su productividad estaba alcanzando niveles preocupantes, muy por debajo de cualquier estándar razonable”, explicaron fuentes de Martínez-Echevarría para argumentar su salida.
Estaba claro que no había sido una ruptura amistosa pero la cosa no se quedó ahí porque lo que vino después es pura miel. El mismo medio informó al día siguiente del contenido del comunicado interno que el bufete había redactado. A modo de resumen para la hemeroteca queda este párrafo sobre la labor de Rivera durante este tiempo como abogado: “Aunque sabíamos de su completa inexperiencia en nuestro sector, a todos nos han sorprendido su inactividad, su falta de implicación, interés y su desconocimiento más elemental del funcionamiento de una organización empresarial. Nulo resultado del que muchos veníais a comentar sorprendidos. No estamos habituados en nuestra profesión a discursos vacíos; a llenar los espacios solo con palabras sin soporte real; a unas exigencias de protagonismo tan acusadas; ni a unas formalidades de ensalzamiento personal que son inexistentes entre compañeros de profesión y, mucho más, entre compañeros de un mismo despacho”.
Podríamos consolar a los abogados no habituados “a discursos vacíos” y a “unas exigencias de protagonismo tan acusadas” aunque igual tanta sorpresa no debería haberles provocado. Lo mejor es que la versión de Rivera y de José Manuel Villegas, uno de esos secundarios que merecerían protagonizar un spin-off, es que su renuncia está motivada porque no les dieron ni los cargos ni el dinero prometidos y es por eso que reclaman que les abonen el sueldo correspondiente hasta 2025. Es decir, 500 días por año trabajado. Nada que ver con el modelo que proponía Ciudadanos cuando él era su líder: un contrato único de 20 días por despido procedente y de 33 si estaba injustificado.
El cruce de acusaciones incluye también un comunicado que la empresa envió a El Confidencial, una vez se supo que Rivera estaba negociando su salida, en el que se recuerda que “su corta experiencia jurídica, concretada en solo dos años como becario en La Caixa junto con una pasividad e inactividad no vistas nunca en la empresa privada, han resultado intolerables para Martínez-Echevarría Abogados”. ¿Si su experiencia como abogado se limitaba a haber sido dos años becario en La Caixa, algo que todo el mundo ya sabía, qué es lo que esperaba de él el bufete cuando lo contrató? Es de suponer que lo mismo que cuando las empresas energéticas fichan a exministros para que se sienten en sus consejos de administración. Pero Rivera nunca fue ministro y “solo con palabras sin soporte real” no crece ninguna facturación.
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