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Alfredo, ¿por qué solo hasta 2016?

Jesús Cuadrado

Exdiputado del PSOE y militante socialista. —

Tras las elecciones gallegas y vascas se ha producido una ruidosa ofensiva para cuestionar el liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba que ha llegado al extremo de reclamar la celebración de un congreso extraordinario del PSOE o una aceleración de las elecciones primarias.

APR una vez más ha sabido estar a la altura y, en una combinación de mesura y generosidad, ha respondido: “Me quedaré aquí hasta 2016”. A lo que agregó: “Si alguien tiene una crítica que hacer que me la haga a la cara”.

Es cierto que APR ha demostrado a lo largo de su dilatada carrera política que es capaz de sobrevivir en las circunstancias más adversas y que sabe defenderse solo. No obstante, aportaré mi modesta contribución a la defensa del secretario general socialista rebatiendo uno por uno los falaces argumentos de quienes le cuestionan.

Rubalcaba es mal candidato y así quedó acreditado en las elecciones del 20 de noviembre en las que el PSOE obtuvo el peor resultado de la historia

Es tal vez el argumento más capcioso de cuantos se vierten sobre APR, porque es de todos sabido que la responsabilidad del calamitoso resultado electoral del 20 de noviembre de 2011 no fue suya sino del desdichado Zapatero. Que nadie argumente que Zapatero se había retirado de la competición seis meses antes, que APR se hizo con todo el poder desde mayo de 2011 o que fue durante los dos mandatos de Zapatero el personaje más influyente junto con el malogrado Pepe Blanco (“Rubalcaba y Blanco son mi núcleo duro”, declaró Zapatero). Tampoco se alegue que desde octubre de 2010 Rubalcaba era vicepresidente primero y factótum socialista (“Zapatero recurre a Rubalcaba para rescatar al PSOE” tituló el 10 de octubre de 2010 El País). Son vanos pretextos porque es poco lo que pudo hacer Rubalcaba para tirar de una candidatura que asumió muy a su pesar y solo empujado por el espíritu de servicio para impedir males mayores para un partido al que ha consagrado toda su vida.

El socialismo ha obtenido malos resultados electorales en las últimas convocatorias y estos no cesan de empeorar.

Si el argumento anterior era capcioso este solo puede ser tachado de malévolo. Es verdad que en Galicia el socialismo ha registrado resultados electorales desastrosos y que en algunas grandes poblaciones ha quedado desplazado a la tercera posición, registrándose un “sorpasso” como el que soñaba Julio Anguita. Lo es también que en el País Vasco el balance electoral ha sido deplorable tras una legislatura en la que Patxi López ha ensayado una fórmula tan audaz como insólita de gobierno minoritario de izquierdas con apoyo de la derecha que, lamentablemente, no ha sido comprendida por el desinformado votante vasco. Pero no es menos cierto que estos resultados electorales que suponen un retroceso de 10 puntos respecto a las propias generales deben ser anotados en la cuenta de Zapatero y su DHR (difícil herencia recibida) que sigue persiguiendo como una maldición a Rubalcaba y al Partido Socialista. Y que no se objete que en las elecciones andaluzas de marzo Griñán mejoró el resultado de las generales en 4 puntos porque no se trató de otra cosa que un espejismo. Si ese avance debe ser atribuido a alguien es a APR en exclusiva ya que, en un gesto magnánimo de integración tan noble como poco reconocido, tuvo la clarividencia de incorporar a Griñán como presidente del PSOE tras el victorioso congreso celebrado semanas antes en la capital andaluza. En todo caso, si las elecciones catalanas arrojan un resultado desfavorable para los socialistas ello se deberá, a partes iguales, a la envenenada herencia de ZP que nos mantiene en ese ciclo negativo citado y a la ambigüedad del PSC que es “otro partido, como la UPN” tal como Rubalcaba se cuidó de advertir hace unos días. Si hay culpables, que no los busquen en Ferraz.

Las encuestas arrojan pésimos resultados para el PSOE y para el propio APR.

Por mucho que otros hayan sucumbido a la idolatría de las encuestas y por más que este argumento sirviera en su momento para cuestionar la candidatura de Tomás Gómez e impulsar la de Trinidad Jiménez e incluso más tarde para forzar el anuncio de retirada de José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo nunca se ha contado entre esos adoradores de los sondeos de una opinión pública que, bien lo sabe él, es voluble por naturaleza. No hay que inquietarse por lo que digan las encuestas; la encuesta que vale es la del día de las elecciones; las encuestas captan una foto fija y no tendencias, por más que la tendencia sea constantemente a la baja. Cualquiera de esos argumentos o la combinación de todos ellos sirve para descalificar ese reproche.

APR es el líder peor valorado por los votantes en general y el que recibe peor calificación de sus propios electores.

Para replicar a esta objeción debiera bastar la respuesta anterior que descalifica en general las encuestas y sondeos. Pero cabe reforzar la réplica con un añadido. Si los electores socialistas son quienes peor valoran a su líder ello se debe a su enorme exigencia y a su pronunciado espíritu crítico, como el propio APR se cuidó de señalar atinadamente en una entrevista en la cadena SER.

Rubalcaba no es un número uno, es un buen número dos que no tiene madera de líder, por eso no compareció tras el varapalo electoral de Galicia y Euskadi.

No negaré que este reproche se escucha con insistencia y un poso de decepción entre algunos de quienes fueron hasta hace bien poco sus valedores. Pero carece de todo fundamento porque, si algo ha quedado demostrado a lo largo de la dilatada carrera de APR (“gran esprínter” lo definió un día con su proverbial miopía y cicatería Zapatero, cuando en realidad Rubalcaba es un fondista infatigable), si algo sobresale en su sacrificada biografía, que le ha llevado a encabezar las listas socialistas en hasta cuatro comunidades autónomas (su Cantabria natal, su Madrid infantil, su Cádiz vacacional y su Toledo... bueno, su Toledo querido) y a servir a las órdenes de nada menos que ocho líderes, es su extraordinaria polivalencia, su fabulosa versatilidad. En suma, Rubalcaba sabe ser número uno, número dos y número tres, y así sucesivamente. Incluso sabe componer un equipo completo por sí solo; fue el infausto Zapatero quien lo definió –por una vez con tino- como el “político más completo” que había conocido, un hombre de Estado. Y un hombre de Estado tiene siempre la prudencia como norma y es consciente de que lo último que puede hacer, por el bien de su partido y del país, es quemarse en apariciones apresuradas e inconvenientes. Para eso están los fusibles que se disponen adecuadamente en el tiempo (Oscar López y Elena Valenciano). Por eso se ausenta sabiamente en medio de la tempestad soberanista catalana. Porque sabe cuán necesaria es esta reserva para cuando en el futuro su presencia resulte imprescindible.

Rubalcaba no tiene estrategia, es un táctico que improvisa sus posiciones.

Esta es la crítica que, aderezada con un par de anécdotas triviales que nada prueban, es la preferida de los dogmáticos, de los rígidos, de quienes creen poseer la receta definitiva del socialismo y no comprenden que a una realidad en perpetua mutación solo cabe responder con un movimiento también constante. Ese manejo de los tiempos, esa habilidad para el regate es precisamente el principal activo de los grandes estadistas. Así lo demostró por ejemplo Rubalcaba al fijar la posición sobre la comisión de investigación de Bankia: primero, no; luego, ya veremos; finalmente, sí, pero era tarde y no por culpa suya. O su postura sobre el federalismo: primero un inteligente y elocuente silencio; luego una vaga mención; al fin una devota militancia en las filas federales. No faltará quien lo tilde de oportunismo o improvisación (ya sabemos con qué poco fundamento, porque la improvisación era el vicio abominable de Zapatero, y Rubalcaba nunca tuvo nada que ver con Zapatero). Yo prefiero que lo llamemos por su nombre: destreza, astucia, habilidad, cualidades inseparables del gran político tal como lo definió Maquiavelo hace siglos.

No tiene equipo. Está rodeado de gente mediocre.

Algunos acuden a esta explicación con el loable afán de disculpar a Rubalcaba sin ser conscientes de que están infligiéndole un daño innecesario. No voy a negar que sus colaboradores más directos carecen del talento oratorio del secretario general; tampoco rebatiré que no cuentan con sus dotes de organización ni con su laboriosidad y entrega incansables. Pero esa sensación que no puede negarse solo es fruto del contraste con las portentosas cualidades del Rubalcaba y sería injusto considerarlas un déficit de su equipo. Lo que cuenta es el promedio y cuando se suman los talentos del grupo dirigente del PSOE –Rubalcaba incluido– y se saca la media nos hallamos ante un equipo netamente superior a cualquiera de los que hayan guiado con anterioridad el socialismo español.

Está demasiado identificado con el pasado, es un superviviente al estilo de Fouché y el PSOE necesita caras más jóvenes que encarnen la renovación.

Rubalcaba es el primero que desearía dar un paso atrás y así lo ha manifestado en repetidas ocasiones a sus más íntimos. También lo ha insinuado en público, cuando ha declarado que está “recorriendo los últimos metros de su carrera”, como expresó allá por el año 2000, tras la derrota de José Bono, su candidato, en el XXXV Congreso y volvió a repetir hace apenas un año en la radio. Es innegable que han transcurrido desde entonces dos lustros y medio y que su actual mandato concluirá cuando haya sobrepasado la edad de jubilación. Pero ¿hay alguien en condiciones de reemplazarle como líder del partido de Pablo Iglesias? ¿Acaso podemos entregar el partido a las inexpertas manos de los Madina, Chacón, García Page, etc? Gentes sin otro título que el desempeño de algún que otro ministerio, una alcaldía o ni siquiera eso... Aún menos cuando acaban o están a punto de sufrir un castigo electoral severo en el País Vasco y Cataluña. Se alegará que no concurrían a dichas contiendas, pero eso no les exime de responsabilidad ya que sí lo hacía el Partido Socialista en las zonas respectivas. A poco que se reflexione se entenderá el enorme sacrificio personal que supone para APR mantenerse al frente de la nave socialista en momentos tan duros como los presentes. Momentos que exigen toda la pericia y toda la experiencia que son la marca Rubalcaba. ¿Se le acusa de que Zapatero prescindiera de la aventura de las primarias en aquella situación tan delicada o de que el presidente tomara la correcta decisión de adelantar aquellas elecciones? ¡Qué disparate!

El declive sistemático del PSOE puede llevar al socialismo español a una situación similar a la del PASOK griego, que ha pasado de la mayoría a la irrelevancia con poco más del 6% de intención de voto.

A este particular reproche ha dado certera respuesta Elena Valenciano en twitter: “Compañeros, un poco más de respeto por el PASOK”.

En suma, tras salir al paso de las reservas críticas que todavía pudieran albergar algunas personas progresistas más vulnerables a la propaganda reaccionaria, espero haber extirpado de raíz cualquier objeción frente al liderazgo de APR. Si aún restara alguna duda, quién podría mantenerla después de oír las palabras de Oscar López, emitidas en TVE el pasado 26 de octubre: “En un momento como el actual, donde hay un alejamiento de la política de los ciudadanos, donde se critican ciertas superficialidades de la política, tener una persona que tiene el rigor, la capacidad intelectual, la honestidad, la capacidad de trabajo de APR es lo mejor que le puede pasar al PSOE”. Si lo sabrá Oscar López, capaz de ejercer, con total solvencia, de portavoz de la oposición en Castilla y León empleando medio día al mes.

Con estas reflexiones confío en que quede conjurada cualquier posibilidad de que un socialista flaquee en los próximos 4 años y ose espetarle a APR: “Alfredo, esto no tira”. No, al contrario. Esto tira y tira de lo lindo. Tanto que me permito concluir mi reflexión con una pregunta que encierra una petición: “Alfredo, ¿por qué solo hasta 2016?”

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