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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

Salario, precio... ¡y ganancia!

Archivo - Imagen de frutas.

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Este lunes ya es veinticuatro, así que doy por hecho que lo primero que harás al levantarte no será leer este artículo, sino abrir en el móvil la app del banco. Sentado en el váter, es lo primero que miras, antes incluso del tiempo o los estados del Whatsapp. ¿Qué tal va la cosa? ¿Llegamos a fin de mes, o ya tiramos de tarjeta de crédito? Verás qué risa cuando vayas esta tarde al súper. De veinte euros no baja cada vez que entras en la frutería, y no cargas más de seis o siete kilos de lo que sea. Y espera, que falta el recibo de la luz.

La subida de precios nos ha caído tan a lo bestia que no hacemos ya ni chistes al pedir la vez en la tienda. La sensación de que nuestro saldo bancario es un contador luminoso que corre hacia atrás veloz, imparable. Que nuestro sueldo vale menos, cada vez menos. Que somos más pobres. Solo es comparable a cuando pasamos de la peseta al euro, ¿lo recordáis? Esa sensación de estafa permanente, de que nos han metido la mano en el bolsillo, de ser turistas en un país rico. Pero es nuestro barrio.

¿Y qué podemos hacer? No sé.. Se me ocurre una tontería. Ni caso, es una chorrada, lo primero que me pasa por la cabeza… Venga, lo suelto: subir los salarios. Subirlos tanto como los precios. Qué bobo eres, Isaac; no sabes que si subimos los salarios puede ser peor, entraremos en la “espiral salarios-precios”, nos golpeará la “inflación de segunda ronda”. Y las pobres empresas, piensa en ellas, será el tiro de gracia. Basta preguntarle al frutero. Él no tiene asalariados, pero eso da igual. Cuando se trata de subidas salariales, los medios no acuden con el micrófono al consejo de administración de una eléctrica, un banco, una multinacional o una cadena de supermercados: le preguntan al frutero de tu calle. Al bar de desayunos. Somos un país que presume de innovación, talento, grandes empresas que conquistan el mundo…, hasta que alguien pide subir salarios, y entonces de golpe volvemos a ser una callecita de barrio llena de pequeñas tiendas y bares a las que ningún desaprensivo querría apretar más.

Ya puestos, pregúntale mejor al librero. Dile que te consiga un ejemplar de un librito que viene al pelo estos días: Salario, precio y ganancia. Me acuerdo mucho de ese título estos días en que tanto hablamos de salarios y precios, y tan poco de ganancias. Salario, precio y ganancia. Insisto: salario, precio Y GANANCIA. No os voy a decir el autor, buscadlo en Google. Es un panfletillo de hace siglo y medio donde se niega la relación entre los salarios y los precios, y a cambio se afirma la dependencia entre salarios y ganancias: la subida de sueldos no afecta tanto a los precios, como a las ganancias de las empresas.

Debe de ser un texto obsoleto, o su autor un indocumentado. Si no, no se entiende que estos días hablemos tanto de salarios y precios, y tan poco de salarios y ganancias. Porque mientras los precios no dejan de subir, y los salarios pierden poder adquisitivo, los beneficios aumentan y aumentan… Las empresas ya han recuperado el nivel de beneficios previo a la pandemia, y la rentabilidad de las empresas crece a “una tasa muy alta” según el Banco de España. Resumo: precios disparados, sueldos devaluados y beneficios al alza. ¿Hace falta que haga un esquema, o se entiende?

Ya se empieza a hablar de “otoño caliente”, ese clásico. Por toda Europa la espita del malestar va soltando golpes de vapor en forma de huelgas, protestas, conflictividad. En España nos lo estamos tomando con calma, pero el 3 de noviembre hay una convocatoria sindical bajo el lema “Salario o conflicto”. Porque de eso se trata: quién paga la inflación y sus consecuencias. Y solo hay tres candidatos para pagarla: los trabajadores, las empresas y el Estado. Adivinen quién de los tres está haciendo menos sacrificio hoy. Y no hablo del frutero del barrio. En la crisis de 2008 cayó casi todo el esfuerzo en los trabajadores: devaluación interna. En la crisis actual el Estado está asumiendo una parte importante, amortiguando el coste social, pero la parte mayor sigue sobre los trabajadores, con la devaluación salarial más grande en cuarenta años. ¿Y las empresas? Cri-crí, cri-crí…

El panfleto del que hablaba antes acaba, por cierto, recomendando una solución más drástica que la mera negociación colectiva, para abordar no los efectos, sino las causas de esos efectos: “la abolición del sistema de trabajo asalariado”. Ahí lo dejo, por si un día nos hartamos de mirar la app del banco nada más levantarnos. Ánimo.

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