Sociedad civil
La época en que las ONG, las fundaciones o incluso los movimientos ciudadanos, entre otros, vivían de subvenciones públicas está tocando a su fin con la austeridad permanente en la que nos hemos instalado. Ya no volverá a haber dinero para estos fines. Hasta las empresas privadas han empezado a aflojar y tampoco se vislumbra en el horizonte un brote de filantropía en nuestro país al ejemplo de las sociedades anglosajonas. La sociedad civil va a tener que reinventarse, aunque su fortaleza suele ir a la par que la fortaleza del Estado. ¿Estado débil / sociedad civil fuerte? Está por ver. La crisis puede haber provocado en España un rebrotar de esta sociedad civil.
Un ejemplo de sociedad civil activa lo encontramos en 1913 cuando un grupo de intelectuales y personalidades, capitaneado por Juan Ramón Jiménez y José Ortega y Gasset, se reunieron el 23 de noviembre de aquel año en Aranjuez en un acto de desagravio y homenaje a José Martínez Ruiz –perteneciente a la Generación del 98–, más conocido por el seudónimo de Azorín, y a quien la Academia de la Lengua había denegado por dos veces su ingreso. En aquella reunión se manifestó el espíritu que ya se venía larvando de la llamada Generación del 14, generación, valga la redundancia, regeneracionista.
Un siglo después España está ante la necesidad de un nuevo regeneracionismo, aunque para ello no haya líderes ni referentes. Un grupo de vecinos de Aranjuez, sin ningún apoyo externo, salvo el intelectual y moral de la Fundación Ortega y Gasset-Marañón, decidió, en ese espíritu regeneracionista, conmemorar el centenario de aquel acto con una serie de conferencias y un banquete que acabó el pasado sábado con la lectura en El espinario de un manifiesto titulado “Por una política de la ciudadanía”, al que se han sumado numerosas personas.
Es una petición para recuperar la política y las políticas. “De nada sirve una democracia de papel si las políticas concretas se olvidan de que se gobierna para y con los ciudadanos”, señala el texto. Y recuerda que Azorín consideró en aquella Fiesta de Aranjuez que la fortaleza de un país “es una resultante del bienestar y de la justicia sociales”.
Entonces no se hablaba del Estado de bienestar. Pero la idea estaba presente para una España mucho más pobre. En aquella ocasión, el ilustre escritor habló de que “la inanición va minando, poco a poco, las generaciones de labriegos. Como con una hoz, son segadas las vidas por la tuberculosis. En las míseras casillas de los pueblos donde estos hombres viven, no hay lumbre ni pan; los hijos de estos hombres no tienen escuelas donde aprender los rudimentos de la instrucción. Al igual que en el siglo XVII, cuando los moriscos fueron expulsados de España, estos labriegos, con sus mujeres, con sus niños, pálidos, extenuados, cubiertos de andrajos, peregrinan en bandadas por los caminos en busca del lejano mar: el lejano mar por el que han de caminar a morir lejos de esta tierra por la que penaron”.
Pues bien, un siglo después, en un país mucho más rico pero en crisis, hay que salir en defensa de ese Estado de bienestar que como dice el manifiesto “ha servido y sirve para que los ciudadanos nos sintamos partícipes de la sociedad en que vivimos. Su hundimiento pudiera llevarnos a la desafección política y a los impredecibles riesgos que ella conlleva”.
Pero el Estado en esta nueva era de austeridad no va a bastar. Es preciso que la sociedad civil despierte –lo primero, para impulsar un cambio en la política– y se vertebre a sí misma, como han hecho estos vecinos de Aranjuez que no solo han celebrado un centenario, sino que han puesto de manifiesto que un siglo después vuelven a plantearse problemas similares en España, que han resurgido –si alguna vez se fueron– y que requieren nuevas respuestas desde la política y el Estado, sí, pero también desde la sociedad. Quizás para ello sea necesaria una nueva Generación del 14, esta vez de 2014.
En este encuentro de Aranjuez faltaron los jóvenes. Hay que ir a su terreno y no pensar que sean ellos quienes se acerquen al de las generaciones anteriores. La que llega con fuerza y bien preparada es esa generación de 2014, que, de momento, es más prudente llamar de 2004, dado que llegó a la madurez con los atentados del 11 de marzo, la generación de los que ahora tienen entre 30 y 45 años. La que pide paso frente a la generación de la Transición (la del Rey, Felipe González) y la de la postransición (Aznar, Zapatero y Rajoy).
Va a ser una generación que va a tener que impulsar la sociedad civil y liderar desde la austeridad. Quizás por ello será más auténtica que la anterior. Y a su vez, tiene otra por detrás que reclama oportunidades vitales. Por cierto, que en la época de aquella Fiesta de Aranjuez, Ortega y Gasset tenía 30 años y Azorín, 40.