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La sociedad que cultiva el fascismo

Un hombre pasa junto a los carteles de campaña de las presidenciales francesas.

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Ahí anda Europa, conteniendo la respiración por si Francia se convierte el domingo en una república neofascista (evitemos eufemismos como el de ultraderecha). La suerte está echada y nuestros vecinos del norte no van a atender recomendaciones. Unos votarán por convicción, algunos -se dirán- al mal menor, pero otra gran parte de la sociedad lo hará, lo hace, por la rabia o el show dejándose en casa todo razonamiento. Han llegado a dar en los sondeos hasta un 9 a 1 a favor de Macron aunque puede pasar cualquier cosa. De ganar Marine Le Pen, ya saben que una vez en el poder entre censuras, presiones y métodos de manipulación termina ocurriendo lo que en Hungría, lo que en Madrid, que ya muchos no distinguen si eso tiene que ver con la democracia y si les importa la democracia.

Hoy es un día, otro día cualquiera, para reflexionar. Esta sociedad del primer cuarto del siglo XXI ha cambiado mucho. Se ha dejado adiestrar y comer el terreno como ninguna otra. Ha sido, sin duda, a través de la desinformación y la deseducación. Ofreciendo mundos felices tal cual el de Aldous Huxley. Con verdades distorsionadas y restando, en la indolencia, capacidades de respuesta. Mientras, los de siempre tomaban el mando cada vez con más eficacia cuando sufrían el menor retroceso de su poder.

Decían que esta generación era una de las pocas que no había padecido una gran guerra –diseminadas por doquier ha habido siempre pero ésas “no importaban”-. La guerra es hoy el escalón más hondo y reciente al desastre. Pero venimos de la pandemia y, antes, del crack del capitalismo en 2008 al que reaccionaron mejor que nunca descargando costes sobre los ciudadanos. Y seguía latente el peso de la miseria y la injusticia repartidas por el mundo, que cuenta aunque se quiera tapar. Y la codicia que nunca descansa.

La sociedad de consumidores tenía todo hasta estragarse pero nunca saciarse porque esa fiebre siempre pide más por definición. Y hasta el peso de quienes querían serlo. De quienes producen sin disfrutarlo. De los orillados incluso de lo mínimo. La sobreabundancia de unos lo tapa todo. Hemos probado ya ciertas carencias en el desabastecimiento. El de la pandemia y el de la explotación. Y hay descontento y disgusto. Emociones. La rabia no se cura dándose uno mismo golpes en la cabeza contra un muro y abrazar los fascismos es lo que implica. Lavados desde los medios, entran mucho mejor. Son algunos trazos que nos han traído a un hoy donde millones de personas sienten y no reflexionan. Y son quienes terminan condicionando la marcha de la colectividad.

Este viernes el Telediario de las 15.00 de TVE ha ofrecido un publirreportaje de Marine Le Pen y, en el glosario de tan rompedora y sensata mujer, han olvidado mencionar ni una vez la palabra “ultraderecha”. En cambio, se incluía el mensaje de los fascismos actuales que dicen no ajustarse a ningún cliché. Minuto 1.00. Al margen de las inclinaciones o ineptitud de la autora, existe una dirección en la que se ha de ver lo que se emite.

Casi no se puede invertir el tiempo preciso en ver y asimilar. Las pantallas partidas mostrando a un tiempo varias situaciones. Los decorados hasta de los informativos con una presencia más poderosa del decorado que del presentador. El titular basta en lugar de todo el texto a menudo –ya sé que no para ustedes, que han llegado hasta aquí- y el tuit es la medida de las ideas. “El cuarenta por ciento de los usuarios abandonan una página web si tarda más de tres segundos en cargar” contaba Marta Peirano en su libro El Enemigo conoce el sistema. Hay signos casi imperceptibles que definen. Desde hace algún tiempo se está hablando de la evolución de los logos hacia la simplificación que, quizás, evidencian el cambio experimentado por esta sociedad. Las más grandes marcas van restando elementos y color a sus diseños. Debe tener que ver sobre todo con la capacidad de atender a tantos estímulos visuales.

El asunto se complica cuando, cuanta más inteligencia racional se pierde, más crece la artificial -tan de moda- que como todo gran “invento” supone un avance para ser utilizado de muy diversos modos. Desarrollos que potenciaron la eficacia de las máquinas, han entrado ahora en tareas intelectuales y artísticas. Ya es posible cambiar y crear imágenes que parece reales sin serlo. Con tal exactitud y brillantez que pueden pasar por ciertas. Abre posibilidades infinitas de aplicaciones a la creación.  Pero, si muchas personas se comen los bulos como buñuelos de una fuente, estas imágenes en un mal uso pueden causar graves equivocaciones. No es Photoshop, es inteligencia artificial y los nuevos programas pueden crear “cualquier contenido”, de todo tipo, con cualquier sesgo,  en cualquier actitud, de cualquier persona, como explica el divulgador Carlos Santana Vega en su canal DOT CSV con más de medio millón de suscriptores. Interesantísimo.

Imaginen estos programas en manos de gobiernos fascistas. Curiosamente podrían usar el progreso tecnológico para implantar su sueño de involución e imaginarios pasados gloriosos, anclados en tradiciones y ultranacionalismos. Da vértigo.

Vivimos en un país cuyos cimientos parecen ser las cloacas, como mostraba gráficamente la viñeta de Manel Fontdevila (el humor es a menudo más valiente que la información). Desde ellas se montó un espionaje ilegal a políticos independentistas. Tiempos de Rajoy, de su mano derecha escasa de toda talla. Allí empezó. ¿El silencio del gobierno actual otorga? La cloaca se alimenta y escupe por boca de medios capaces de justificar lo injustificable y convertir en agresores a las víctimas. Y a toda portada. Se nota cómo se han rebajado los estándares morales de entes responsables y eso conduce a más fascismo.

Una sociedad a la que las mentiras le entren por los ojos disfrazadas de verdad es por completo vulnerable. Pero ya ocurre, toscamente, en las falsedades burdas que cuelan en seres amaestrados en esa simplicidad, en emociones solas en las que predomina la rabia. Esta semana Isabel Díaz Ayuso abrazó la alianza ultra de Castilla y León, demostró ser una vez más la presidenta para los ricos de Madrid con el dinero de todos, de los más pobres incluidos, los que no cuentan para nada. Sigue impune su protocolo por el que murieron mas de 7.000 ancianos en Madrid de Covid sin asistencia médica en los geriátricos. Y se fue a dar un baño de adeptos en la Universidad Complutense. Eran los que eran, probablemente seleccionados entre los afines, pero esa entrada a lo Reina de Saba entre aplausos resultaba desoladora.

Ahí confluye la ignorancia, la rabia, la simplicidad, los bulos destructores malamente camuflados, trampas y delitos flagrantes, la manipulación informativa, la rendición de las víctimas, la insolidaridad de los beneficiados, la escala de valores en el vertedero, egoísmo, incapacidad, clasismo, ineptitud, necedad, todo lo que conduce a ser y votar fascismo. En España ya infecta varias comunidades y estamentos, a ver qué hacen los franceses. “Allons enfants de la patrie, el día de la gloria llega. Contra nosotros, de la tiranía, el sangriento estandarte se alza”. En fin, con usar la cabeza valdría.

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