No es (solo) por José Couso
Todos somos iguales ante la ley. La Constitución es inviolable. Hay que defender el Estado de Derecho de cualquier ataque. La independencia del Poder Judicial es incuestionable. Las fuerzas del orden protegen por igual a todos los ciudadanos. No hay nadie por encima de la ley… Cuentos, cuentos y más cuentos.
Evitaré hacer cualquier comparación con otras víctimas, otras violaciones de la legalidad, otras órdenes de búsqueda y captura internacional, otras actuaciones políticas, fiscales, policiales y judiciales... No faltan hechos y argumentos, todos los días, para que cada lector pueda hacer su propio paralelismo. Yo me limitaré a recordar una historia que comenzó hace exactamente tres lustros y que demuestra el concepto de “cumplir la ley” que tienen nuestros gobernantes.
Hace quince años asesinaron a un padre, un marido, un hijo, un hermano, un amigo, un periodista.
Desde hace quince años sabemos que no le mataron porque se llamara José Couso, sino por ser un reportero dedicado, en cuerpo y alma, a que los españoles supieran lo que estaba ocurriendo durante la invasión estadounidense de Iraq.
Ya hace quince años que conocemos las identidades de quienes le asesinaron y las razones que les empujaron a perpetrarlo.
A lo largo de quince años los diferentes gobiernos españoles, populares y socialistas, no solo no han ayudado a perseguir a los culpables sino que han dado por buena la versión de los asesinos y se han dedicado a torpedear la investigación judicial, a insultar al magistrado encargado del caso, a utilizar a la Fiscalía para que ejerciera como defensora de los criminales y a evitar que la policía o el CNI realizaran cualquier tipo de pesquisa sobre el asunto.
Durante estos quince años la Audiencia Nacional ha ido venciendo todos esos obstáculos y presiones, hasta acabar dictaminando que se trató de un crimen de guerra y que, por ello, iniciaba el procesamiento de tres de los asesinos contra los que dictó una orden internacional de búsqueda y captura.
Cuando parecía que la Justicia se abriría camino entre tanta mierda, llegó la última respuesta del Gobierno que ya presidía Mariano Rajoy. Impotente ante la rectitud de un magistrado insobornable como es Santiago Pedraz, el Ejecutivo toleró, o mejor dicho propició, que la policía no cursara esa orden internacional dictada por el juez. A continuación los hombres y mujeres de Rajoy hicieron un razonamiento muy simple: Si la Audiencia Nacional mantiene que, con la ley en la mano, los asesinos son… asesinos, lo que hay que hacer era cambiar esa ley. Dicho y hecho. En unas pocas semanas se acabó con los años de avances contra la impunidad que había garantizado la llamada Justicia Universal. Gracias a la reforma legislativa, aprobada chapucera y urgentemente por el PP, los criminales ya no podían ser perseguidos por nuestros tribunales. El propio juez Pedraz, en el auto en el que tuvo que cerrar el caso, dejó constancia de que la nueva legislación impediría investigar, y por tanto castigar, el asesinato de cualquier compatriota en un contexto de conflicto bélico. En otras palabras, la figura del crimen de guerra, que tanto costó consagrar en la Convención de Ginebra, había dejado de ser aplicable, de facto, si la víctima tenía nacionalidad española.
Esta vergonzosa sucesión de hechos solo es posible en un lugar de tan baja calidad democrática como es España. No tengo la menor duda de que más tarde o más temprano, ya sea el Tribunal Constitucional o, más bien, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo (TEDH) tumbará esa reforma legal por su manifiesta ilegalidad. Me he comprometido a no hacer comparaciones, así que me limitaré a sugerir a los responsables del TEDH que habiliten una sala específica para tratar las violaciones de Derechos Humanos cometidas en nuestro país…
porque se van a hartar de trabajar.
Aunque a quienes justifican a los asesinos les gustaría, no voy a terminar sin recordar el único hecho del que no he hablado: el primero de todos y fundamental. Lo hago porque, en voz baja, estos encubridores mantienen que la muerte de José Couso fue un gaje más del peligroso oficio de corresponsal de guerra. Por eso hay que reiterar, una y otra vez, que José Couso no murió “porque la guerra es un lugar peligroso”, como dijo el entonces presidente Bush mientras Aznar le daba las palmas. El reportero de Telecinco no fue víctima del fragor del combate, del enfrentamiento bélico entre los dos bandos, de un obús perdido ni de una equivocación.
1.- Aquel 8 de abril de 2003 el tanque estadounidense que disparó sobre el Hotel Palestina llevaba horas inmóvil, en un puente sobre el río Tigris. Horas durante las cuales varios centenares de periodistas le grabábamos, sin escondernos, a pecho descubierto, desde decenas de balcones del hotel. Horas durante las cuales, obviamente, nos estuvo observando y pudo confirmar que, tal y como sabían hasta en el último puesto de mando norteamericano, el Palestina era el centro de la prensa internacional.
2.- El ataque contra el Palestina fue el TERCERO contra la prensa internacional que se producía esa misma mañana. Los blindados estadounidenses ya habían disparado antes contra las sedes de Al Jazeera y Abu Dhabi TV asesinando a otro periodista e hiriendo a otros tres.
3.- El Ejército de Estados Unidos cambió dos veces de versión según se iban desmintiendo las anteriores. Primero dijo que había recibido “fuego hostil” desde la base del hotel. Al hacerles ver que eso difícilmente justificaba su ataque contra la planta 15 del edificio, corrigieron el relato afirmando que les estaban disparando desde la azotea del hotel. Cuando los centenares de periodistas alojados en el Palestina, estadounidenses y británicos incluidos, aseguramos que no se había producido disparo alguno desde el Palestina, el Ejército de EEUU volvió a cambiar de versión y afirmó que en un balcón había un “oteador”; un hombre con prismáticos que estaba “delatando” la posición de los tanques. Un argumento no solo falso sino que roza el ridículo ya que, sin necesidad de unas simples gafas, era posible divisar a esos blindados desde media ciudad, puesto que se encontraban desde hacía horas en medio de un enorme puente visible desde centenares de edificios.
4.- El militar que mandaba el blindado que disparó contra el Palestina aseguró que no había visto en ningún momento a periodistas en los balcones. Hay horas y horas de grabaciones, miles de fotografías y cientos de testimonios que demuestran la falsedad de tal afirmación.
Todos estos hechos los relatamos así, desde el primer día, los testigos de aquel asesinato, pero lo que es más importante es que fueron confirmados durante la investigación. No somos solo los compañeros de José Couso ni su valiente familia los que afirmamos que su muerte fue un crimen de guerra. Lo dice, nada menos, que la Audiencia Nacional. Así que por muchas leyes que se cambien torticeramente, dentro de 5, de 10 o de 15 años más si fuera necesario, seguiremos aquí. Lo haremos por José, pero no solo por José, ni principalmente por José. Lo haremos para defender el derecho a informar, para impedir que se mande un mensaje de impunidad a los criminales de guerra… Lo haremos porque la ley está para cumplirla. ¿Les suena el argumento?