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Soñar futuros incluso en la España sucia

Preparativos para las elecciones de este domingo en un colegio electoral.  EFE/ Jesús Diges

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España demuestra que los errores, o las trampas buscadas, o la desidia, cuando no se reparan se pudren. España es un país con muy serios problemas largamente enumerados, la impunidad y la corrupción como base de su germen errático. A los grandes ladrones pervertidos y pervertidores les gusta así, sacan más provecho, y a ello volvemos una y otra vez en cuanto ven la mínima oportunidad.

 A esta execrable campaña electoral -como primera vuelta de las generales este mismo año- no le faltaba más que el fraude de la compra de votos por correo. Es una consecuencia lógica en este país tal como es y que sin duda se ha producido en otras ocasiones. Lo que nos han contado que han hecho miembros de PSOE, PP y Coalición por Melilla, otros candidatos en Mojácar (Almería), y algún lugar más  -que sepamos- es devaluar el voto a niveles de mezquindad y sus autores deben ser borrados de la vida pública. Pero hay que buscar los orígenes siempre.

El fraude reside en que se pide identificación al solicitar el voto y al recibir la papeleta, pero no al entregarla en Correos. Un artículo imprescindible de Alicia Gutiérrez en Infolibre.es documenta cómo el Fiscal General del Estado -nombrado por el PP- alertó a Rajoy de esa “laguna legal” y pidió reformar la ley. No le hicieron ni el menor caso, ni después. Y así llegamos hasta hoy, con un mercadeo repugnante que va desde pagar 100 euros a dar vales de comida. Una herencia del más puro caciquismo, con el contrapunto del servilismo que lo acepta.

Están involucrados miembros del PSOE y del PP, y es este partido el que añade ignominia al problema al hablar de fraude generalizado -salvo que lo diga con conocimiento de causa por ellos mismos- y pidiendo la dimisión de Sánchez. Un González Pons con altos cargos siempre en España y en Europa no ignora el caso en absoluto. Solo es la continuada senda de sacar provecho de trampas propias y ajenas para embaucar a unos votantes que no se estimen en su criterio y hasta en su honestidad.

Quien haya seguido a fondo esta campaña electoral llegará exhausto al domingo. Son las declaraciones desmelenadas de Ayuso y Aznar, cabeza de cartel de la crispación. Los desvaríos de Feijoo por su cuenta. La punzada nazi para lerdos. Los sicarios mediáticos. Las bandas de alocados bicharracos diseminados por internet, bots o con cerebro de bots. Existe un claro  movimiento para deslegitimar las elecciones al puro estilo trumpista. Es esa derecha ultra y corrupta sobre todo que quiere el poder a costa de lo que sea y de quienes sea.

Les diría que nos jugamos mucho, pero hace mucho tiempo que estamos en ese borde del abismo. Tenemos gobiernos que trabajan por la sociedad pero no parecen tener la fuerza o el coraje suficiente para limpiar las malas yerbas que nos nublan el horizonte. Y no hay otra salida. El abismo, oculto entre la hojarasca conduce así a precipitarse al vacío.

Estoy convencida sin embargo de que este país se mantiene gracias a quienes realmente trabajan por el bien común desde sus parcelas de acción, fuera del ruido y los intereses mezquinos. Lo hacen con dificultades por las muchas trabas que ponen quienes buscan  únicamente su provecho  y sobre todo por los miles de necios que no usan su cabeza sino sus tripas revueltas para sus decisiones básicas. Nos necesitamos mutuamente para saltar esas barreras.

PP y Vox luchan contra Europa por sus medidas anticontaminación y Madrid, siempre Madrid, se erige como la principal oposición. Ahogo para hoy, insuficiencias serias de salud para mañana. Y hasta económicas.

Hace falta ser muy lerdo o muy mala persona para condenar a toda una comunidad al recorte de sus servicios vitales solo porque les guste la gresca que arman las cabezas de cartel electoral. No se entiende racionalmente pasar por alto actuaciones deshumanizadas que han conducido a finales fatales. Hay que saber elegir, conocer todos los porqués. Los votantes tenemos una responsabilidad con nosotros mismos y con el resto de quienes componen esta sociedad.

“Quienes pueden hacer que creas en absurdos pueden lograr que cometas atrocidades”, avisaba Voltaire desde la Francia de los cambios históricos. Una idea que cualquiera puede suscribir hoy. Existen seres extremadamente inconscientes que hacen daño a los demás a niveles increíbles. Se ve desde la anécdota nada inocua, como ésta ocurrida en Molina de Segura (Murcia) a cuestiones profundas.

Mis columnas de esta campaña han salido en medio de una realidad trabajosa que aporta distancia. Con doble necesidad de luces en el horizonte próximo. La primera cuestión que deben plantearse los votantes es si pueden confiar en seres tan sucios para gestionar asuntos fundamentales de sus vidas, les dije, si tienen a bien. Y que nunca creí cuando estrenamos la democracia que la política tramposa y sin alma volviera al poder como elección de los votantes. O que se quisiera retroceder en derechos y libertades. Y sobre todo que tenemos una sola vida que a veces se pierde o malogra por las políticas de recortes y fomento de la desigualdad, no por las peregrinas ideas que imbuyen precisamente sus autores.

Y ayer leí la vivificante columna de un colega, Jonathan Martínez, Yes Future, en Dominio Público. Hago mías con fruición estas conclusiones y se las traslado con sumo gusto, porque ya urge experimentar esto: “Habrá que dejar de añorar pasados para poder soñar futuros. Si no es hoy, que sea el lunes, cuando por fin se haya apagado el ruido de las urnas y nos toque hacer examen de conciencia. (…) Para que las quimeras campen a sus anchas, sin urgencias electorales y sin inercias mediáticas”. Soñar futuros, “con los brazos abiertos a lo increíble”, volviendo a trabajar de nuevo, sobre las ruinas que nos hayan dejado o sobre la esperanza de lo posible.

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