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Quién desenfunda primero

Escena final de 'El bueno, el feo y el malo'

Isaac Rosa

(Para leer como se merece, pónganse de fondo alguna BSO de spaguetti western. También vale silbarla)BSO de spaguetti western

En este western en que se ha convertido la política española (con vaqueros justicieros, forajidos, apaches y más de un sheriff corrupto), los protagonistas de la película llevan dos semanas plantados en medio de la calle principal. Cada uno en una esquina, con la mano acariciando el revólver, mirándose unos a otros a ver quién desenfunda primero. A ver quién pacta primero.

No se trata de un duelo clásico, sino de esa otra variante endiablada que se conoce como Mexican Standoff, o Tablas Mexicanas: el enfrentamiento donde tres o más contendientes se someten a un férreo marcaje esperando a que alguno desenfunde, pues disparar primero no es una ventaja. Lo hemos visto mil veces en el cine, y todos recordarán aquella agónica escena final de El bueno, el feo y el malo: en el cementerio, los tres granujas triangulando, el cruce de miradas nerviosas, los dedos acariciando la culata, la espera interminable y la música agobiando al espectador.

Pues así andan desde el 24M los cuatro vaqueros de nuestra película. En una esquina, Buffalo Sánchez, estrábico a fuerza de mirar a la vez a su izquierda, donde está Iglesias Kid con el ceño fruncido; y su derecha, donde sonríe Lucky Rivera. Y al otro lado de la calle, a la sombra, el impasible Calamity Rajoy mastica tabaco como si la cosa no fuera con él.

Los cuatro se miran, escupen al suelo, acarician la cartuchera, ponen cara de malo o de hombre de Estado, dan pasos cortos sin moverse del sitio. El sol cae a plomo en el pueblo, y los ciudadanos miramos desde las ventanas del saloon y hacemos apuestas de quién disparará el primer pacto.

El tiempo se agota, y en cualquier momento uno de los cuatro desenfundará. Y entonces el clímax postelectoral se resolverá de golpe, con un tiroteo en cadena de una punta a otra de España: en cuanto uno dé el primer paso, provocará una cascada de decisiones municipales y autonómicas, a la misma velocidad que esos tiroteos del Salvaje Oeste en que no vemos pasar las balas pero al final uno queda en pie y los demás se retuercen en el suelo. Cuando se aclare la polvareda veremos alcaldes y presidentes, pactos de investidura y socios de gobierno.

Pero mientras llega ese primer disparo, sigue el marcaje en medio de la calle. Hay un lenguaje subterráneo de guiños, sonrisas, cejas levantadas, que los espectadores intentamos descifrar. Iglesias Kid parece a punto de pactar con Sánchez, pero no se acaba de decidir, temeroso de que Sánchez prefiera cenar tortilla con Rivera, o que el socialista haga una señal a Rajoy para que los dos viejos vaqueros unan fuerzas contra los jóvenes insolentes. El guaperas del sombrero naranja, por su parte, es pistolero ambidiestro y quién sabe si no acabará disparando pactos a izquierda y derecha, a Sánchez y a Rajoy, uno en Andalucía y otro en Madrid. En plena tensión, Iglesias manda callar a quienes le gritan que debería pedir refuerzos, que solo no podrá, mientras en el dispensario Young Garzón se repone de la última paliza y dice que está dispuesto a cabalgar a su lado. En su rincón, Calamity Rajoy se enciende un puro, descuidando su revólver, confiado en que al final esos tres se matarán entre ellos y él saldrá vivo, aunque sea malherido.

Tic, tac, tic, tac... A los espectadores ya no nos quedan uñas, algunos se tapan los ojos para no verlo. Y pensar que este ni siquiera es el duelo final, que todavía quedan las generales. Bang.

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