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El fin del trabajo como religión

Imágenes del aeropuerto de Ibizael viernes 1 de julio, fecha del inicio de la operación salida de las vacaciones de verano. EFE/Sergio G. Cañizares

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Es finales de agosto y eso significa que muchos españoles están a punto de participar en el gran ritual nacional de penar por todos los rincones de las casas porque se terminan las vacaciones. Las viviendas, además, parecen otras después de pasar días fuera. Lucen más tristes, grises, mohínas. Hay un hedor a rutina instalado en la nevera y en el cajón de los tuppers. Los armarios tienen un poso de polvo y de costumbre muy alejado de la excitación vacacional.

Durante las últimas semanas muchos españoles hemos participado también en el gran ritual nacional de repetir insistentemente el: “Yo podría vivir permanentemente de vacaciones”. Y creo que este año hemos repetido la frase con más vocación y fe aspiracional que nunca. Porque volver al trabajo ya no sólo significa volver al trabajo, significa volver a la inflación, a la crisis, a las recomendaciones periódicas de los organismos internacionales, y al desajuste, a menudo frecuente, entre expectativas y realidad. 

Hay un desapego reciente hacia el trabajo, una especie de renuncia flotando en el ambiente, con más causas además de la evidente precariedad. Otra razón es que a muchas personas se les vendió durante años la idea de que el significado de la vida lo encontrarían trabajando; la creencia de que el trabajo no solo era necesario para la producción económica y llegar a fin de mes, sino para encontrar una identidad propia. Una idea ligada al dogma de que el trabajo duro garantizaba la movilidad ascendente. No encontrar un empleo que además fuese pasión, vocación y casi religión era síntoma de fracaso. “Si trabajas de lo que te gusta no estarás trabajando”, te decían.

He empezado a ver la serie Severance, donde una oficina es escenario de absoluto terror y claustrofobia. Cuando los trabajadores entran en ese espacio aséptico olvidan sus vivencias en el exterior y a la inversa: tampoco saben nada de lo que han hecho en el trabajo cuando salen de él. El trabajador como un yo desintegrado. La empresa como cárcel coorporativa. 

No estamos aún en Severance, pero sí en un escenario en el que muchos trabajadores se han caído del guindo de la movilidad ascendente, abandonando la ficción de que con esfuerzo uno llega donde quiere y la idea de que la única forma de realización personal se encuentra frente a un ordenador respondiendo emails en Outlook. Digamos que hace unas décadas el trabajo dejó de ser un medio para convertirse en un propósito vital. Ahora vuelve, de algún modo, a ser sencillamente un medio. Trabajar por lo que te pagan, a fin de cuentas.

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