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Trumpistas, afines y allegados

El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, y la vicepresidenta, Kamala Harris. EFE/EPA/JIM LO SCALZO/Archivo
19 de enero de 2021 22:34 h

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Más allá de que el futuro político de Donald Trump resulte todavía una incógnita, el legado que deja como líder político proyecta un horizonte preocupante e incierto, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Seguidores, emuladores y palmeros se han rendido y adherido abyectamente al fascismo espectáculo que representa el estilo de hacer política del multimillonario venido a expresidente. Una gestión caracterizada por su mala educación, las mentiras a sabiendas de que lo son, una masculinidad cruel hacia la gente más frágil socialmente y una personalidad que se enorgullece de todo esto a golpe de likes y acaparando titulares.

Su legado como showman es indiscutible, también lo es como sátrapa. Sin embargo, como ser humano deja mucho que desear a pesar de que Vox pidiera a Bruselas, en el mes de septiembre, que le respaldase como candidato para el Nobel de la Paz.   

Un análisis de las políticas de Trump pone de relieve cómo el trumpismo es el mejor cóctel de neoliberalismo salvaje y fascismo de siempre si se le ponen las dosis necesarias de espectáculo y extravagancia como para camuflar y banalizar la ideología supremacista que está detrás. El resultado, más allá de Trump (o partir de este) es la expansión de lo que Juan José Tamayo, en su último y recomendable libro, ha denominado “la Internacional del odio”. 

Una corporación que actúa como turba y que ha logrado aglutinar en sus filas a extremistas, fundamentalistas, populistas, negacionistas, movimientos antiderechos y liberales. Como si el más reaccionario de cada casa, para proteger sus sagrados privilegios, hubiese encontrado el protagonismo que necesitaba en especular con la verdad, el miedo, la ira y el odio. 

Los mismos patrones de mentiras, mensajes y argumentarios aparecen en cualquier punto del mundo y entre representantes de idearios que pensábamos incompatibles. De esta forma se llegan a dar situaciones tan chocantes como que, en el ataque a la dignidad de las personas trans (con el que se quiere negar el derecho a la autodeterminación de género), coincidan y usen idénticos bulos, agresividad y argumentos los partidos de extrema derecha como Vox, los grupos evangélicos como los que forman la Alianza Evangélica Española, algunos miembros del negacionismo de la COVID-19 como el periodista Rafael Palacios y las TERF dentro del movimiento de los feminismos.

El elemento común que les une es la necesidad de odiar como autoafirmación para preservar su supremacía desprestigiando, difamando, despreciando y desdibujando a los que consideran enemigos porque ponen en peligro sus privilegios. Esos que se esconden tras la blanquitud, la cisexualidad, la masculinidad, la heterosexualidad, la clase social, el patriotismo, las religiones, el colonialismo, la posición económica, el poder político... Es en ese momento cuando hacen sagrada la máxima neoliberal auto afirmativa de que en el mundo del “yo” no cabe “el otro” si me quita “lo mío”. ¿Qué es “lo mío”? ¿Cohabitar respetando y garantizando los derechos humanos? 

Es no luchar contra las violencias que patrocina e impulsa el trumpismo y “la Internacional del odio” (las violencias racistas, machistas, capacitistas, antigitanistas, tránsfobas, clasistas, aporófobas...) lo que hace desaparecer y borra a miles, a millones de personas en el mar, en las calles, a manos de sus parejas, exparejas o familiares, en las prisiones, bajo custodia policial, encerradas en centros de tortura, abandonadas en el desierto, bajo el frío, explotadas... destruidas vital y emocionalmente. 

La lógica de los Derechos Humanos, además de ser una obligación ética y humana, está lejos de borrar a nadie como sujeto. Si así fuese no se estaría aplicando el principio de no discriminación. La mirada de los derechos es mucho más amplia que la visión miope que ofrecen quienes se parapetan en potenciar el miedo, la ira y la animadversión hacia los enemigos de sus privilegios.

Quizá estamos mucho más cerca de lo que creemos de lograr muchas de las metas que nos acercan a un mundo más justo, más igual y más humano. Quién sabe si es por esto por lo que los reaccionarios redoblan sus golpes, sus mentiras y trafican con la crispación y el temor de la gente sin máscaras ni pudor. Lo cierto es que quien presta juramento como presidente electo de Estados Unidos es Joe Biden. El candidato más votado al representar una propuesta política que no es Trump. Esa que se espera que apueste por la reconciliación, el respeto y la pluralidad. 

Como decía Ruth Bader Ginsburg, “trabaja por lo que crees, pero elige tus batallas y no quemes tus puentes”. Y ahora, en medio de tanto ruido narcisista y fascista, hay que seguir trabajando y avanzando por los derechos humanos y evitar quemarse en los puentes que otras y otros incendian en su escalada de odio destructivo. El objetivo es seguir avanzando paso a paso, codo con codo y plantando cara a los ogros con toda la inteligencia emocional de la que seamos capaces. Fuentes de inspiración no faltan.

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