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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

A la ultraderecha no le gustan los sindicatos

Santiago Abascal junto a Giorgia Meloni en la campaña de las elecciones andaluzas

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¿Dudas de si un partido, un político, un periodista, un tertuliano o tu primo tienen ideas de ultraderecha? Aquí tienes un detector infalible: mira qué opinan de los sindicatos de clase. Hay varias piedras de toque para identificar el discurso ultra (feminismo, inmigración, minorías…), pero la aversión al sindicalismo nunca falla. No me refiero a que critiquen a los sindicatos, faltaría más, no son sagrados ni intocables, y algunos tienen mucho que criticar. Yo hablo de quienes los desprecian por sistema, los atacan y difunden bulos contra ellos, o proponen medidas para dejarlos fuera de juego, superarlos, liquidarlos.

Lo pensaba este lunes, viendo cómo “celebraban” el Primero de Mayo dos representantes del neofascismo en Europa: la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y nuestro Santiago Abascal.

En el caso de Meloni, echándole un pulso a los sindicatos italianos al aprobar una reforma laboral el mismo uno de mayo. Zas, en toda la cara. Mientras los trabajadores festejaban su día en las calles, en manifestaciones y conciertos, Meloni convocó el consejo de ministros para “celebrar este día con hechos, y no con palabras”, porque “el Primero de Mayo no pertenece en exclusiva a la izquierda”, dijo en plan chula. Hay que recordar que en Italia los sindicatos han sido muy combativos contra el ascenso del neofascismo, y que hace año y medio la sede de la CGIL fue asaltada violentamente por ultras, episodio que avivó la memoria negra del squadrismo, la violencia fascista que tantas Casas del Pueblo asaltó hace un siglo.

Nuestro Abascal también “celebró” el Primero de Mayo. Su “sindicato” convocó a los trabajadores para festejar “San José Obrero”, con poco éxito de asistencia pero sí mucho ruido. Allí el líder de Vox cargó contra los “sindicatos comunistas y socialistas” que tienen “secuestrados” a los trabajadores, y les lanzó un aviso: “No les tenemos miedo, cuando gobernemos les quitaremos las subvenciones y los pondremos en su sitio”. Presentó como ejemplo el gobierno de Castilla y León, donde nada más llegar se han cepillado las ayudas para el diálogo social, y de paso para prevención de riesgos laborales. Frente a los sindicatos de clase, propone Abascal su “sindicato patriótico”, que hace un mes firmó un manifiesto junto a otras organizaciones “patrióticas” de Europa, donde mostraban su rechazo a los sindicatos de clase, la inmigración y el cambio climático. Se entiende todo, ¿verdad?.

El odio al movimiento obrero le viene de lejos a la ultraderecha, de cuando el neofascismo era fascismo a secas, en su versión original. Los regímenes nazi y fascista en Alemania e Italia fueron especialmente brutales contra los líderes sindicales e ilegalizaron sus organizaciones, imponiendo a cambio sus propios “sindicatos”. Y qué decir de nuestro Franco, que persiguió durante cuatro décadas cualquier forma de organización que no fuese el Sindicato Vertical. Así que el antisindicalismo, más o menos violento, está en su ADN. 

Recuerda Jason Stanley, en su libro 'Facha', cómo el neofascismo quiere eliminar a los sindicatos porque cuando están fuertes son un obstáculo a su crecimiento: fomentan la unidad y la solidaridad entre clases, frente a la división, el miedo y el rencor; crean lazos comunes en términos de clase y no de religión y raza; y ayudan al trabajador a protegerse de la precariedad, la desigualdad y la incertidumbre, que son el caldo de cultivo de la ultraderecha. Por eso “los sindicatos son un objetivo preferente del fascismo”.

Pero hay algo más: el fascismo, el “neo” o del de toda la vida, odian al sindicalismo de clase porque saben de su tradición antifascista, que siempre ha sido una fuerza de resistencia contra sus gobiernos. Si a la ultraderecha no le gustan los sindicatos, ya sabemos dónde tenemos que estar.

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