El verdadero problema de España
Hay que ver lo bien que hablaba Suárez. Qué dominio del lenguaje. De las pausas. De las aliteraciones. Puedo prometer y prometo. Cuánta r. Cuánta p.
Ya no hay políticos que hablen así, con esa conciencia de fondo y forma. Ahora gritan y balbucean y maltratan las orejas ajenas. La segunda ya tal. A nivel de. Quicir. Mirusté.
Ahora todo es una cosa. La valla de Ceuta es una cosa y alguna cosa habrá que hacer para solucionar la cosa. La gente se cachondeó de Ana Botella con aquello del relaxing cup of café con leche, pero más doloroso es cuando se la entiende. “El empleo es la mayor medida social que se puede hacer”, decía hace poco más de un año. A ver qué replicas a eso.
Al paso del féretro de Suárez, los jubilados le dicen al Telediario que lo que España necesita de verdad es recuperar la capacidad oral de antaño. Porque mira que hablaba bien este hombre, recuerdan, que a todos puso de acuerdo (salvo a quienes querían matarle, se entiende).
En una cosa tienen razón los abuelos: andamos fatal de retórica. Si queremos un país estructurado, necesitamos discursos estructurados. Con su principio, su medio y su final, con sus inflexiones y sus figuras literarias. Puestos a quitarnos derechos, que lo hagan, al menos, con un poco de elegancia.
Nuestros políticos ya solo cultivan la metáfora y la omisión. En lo primero es bueno Mas. Tira de Google si no me crees. Que si lamenta que el PSC “se baje del tren”. Que si no desea “un choque de trenes” con el Estado. Que si Cataluña no puede quedar “en vía muerta”. Todo muy ferroviario, como se ve, quizá debido a algún trauma infantil mal curado.
En las figuras de omisión, como en el fútbol, andamos sobrados de talento. La reforma del aborto estaba en el programa, dice Gallardón, aunque nadie la encuentra por más que mira. Pero está ahí, insiste el ministro, en los silencios, en el blanco entre palabras. El problema es de la gente, claro, que lee mal. Ya lo dice PISA: andamos fatal en comprensión lectora. Si hasta han tenido que poner fotos en las cajetillas de tabaco porque la gente ni la esquela se leía. Y luego venga a morir de cáncer de pura desinformación, con la consiguiente sangría para la Seguridad Social.
La izquierda, huérfana de referentes, anda ahora en busca y captura de oradores. Alguno ya apunta maneras, como Pablo Iglesias, que lleva tiempo bregando con las palabras en su propio show y en los de Atresmedia. Iglesias no dice quicir ni abusa de cosa. Sabe qué sílaba remarcar y en qué punto tomar aire. Tiene, además, una voz agradable, como de locutor vespertino. Uno podría votarle mientras hace otra cosa, igual que escucha la radio mientras plancha o conduce.
Si su proyecto político fracasa será quizá por un exceso de prosaísmo. Mucho dato y poca armonía. Y tampoco eso gusta al electorado. Los Excel, ya lo saben, nunca han movido al voto.
Habrá que seguir esperando al mirlo blanco de la oratoria. Por el momento, nuestros mayores seguirán fantaseando con Suárez, y nosotros buscando repuestos en los más vistos de YouTube. Cada generación, mirusté, tiene la retórica que se merece.