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Otra vez las cartas no, por favor

El president de la Generalitat, Quim Torra, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo.

Antón Losada

Repasemos los hechos y las pruebas, que diría Grissom. Los Mossos cargan con dureza para impedir que los CDR boicoteen actos de Vox en Girona y Tarrasa. El president Torra comete el error y la imprudencia de declarar culpables a los Mossos sin ni siquiera haber oído su caso y abre una crisis en su propio Govern y con su propia policía. Para acabar de arreglarlo el mismo president Torra se va a Bruselas e invoca frívolamente una vía eslovena que divide aún más a los independentistas y siembra dudas sobre su principal activo internacional: la irrenunciable naturaleza pacífica.

Durante el puente, los CDR vuelven a actuar cortando una autopista y levantando las barreras de los peajes. Los mandos políticos y operativos de los Mossos deciden que es mejor mediar antes que cargar y negocian durante horas, hasta que se retiran los manifestantes; una decisión prudente que hemos visto en decenas de huelgas y conflictos y que parece aún más acertada cuando la presunta violencia policial está en el ojo del huracán.

De vuelta del puente, el president Torra se va de ayuno a Monserrat teniendo que comerse sus palabras y dejando que el conseller Miquel Buch se reúna con los mandos de los Mossos para disculparse, ratificar su intervención y reafirmar su confianza y su apoyo en el cuerpo.

En un país normal habría sido un mal final para quienes apuestan por el conflicto unilateral a un lado y otro y un buen día en la oficina para quienes buscan una solución en Catalunya por la vía de la política. Pero esto es España y se trata de Catalunya; quién dice qué es normal y qué no es la derecha. Así que, a la irresponsabilidad de invocar la vía eslovena, se suman la tremenda responsabilidad de hablar de “ulsterización” y “balcanización” de Catalunya (copyright Pablo Casado) o proclamar que Catalunya es un “territorio sin ley” (copyright Albert Rivera), lo que comenzó a causa de una intervención contundente de los Mossos se convierte en denuncia de su pasividad frente a la violencia y resulta que ya no es Torra quien tiene una crisis de autoridad y en su Govern, sino que el problema de autoridad lo tiene Pedro Sánchez.

Y así estamos hoy, como hace dos años, con el gobierno central remitiendo por la tarde cartas al Govern para advertirle que hagan lo que acababa de hacer con normalidad esa misma mañana el conseller de Interior respaldando a los Mossos, con los independentistas repegando su división con el fantasma del enemigo exterior, con los patriotas de tertulia especulando sobre los centenares de policías que conviene mandar a Catalunya y con Rivera y Casado discutiendo por ver quién aplicaría antes el 155 y a más cosas mientras se chotean de las cartitas de Moncloa y las usan como evidencias a su favor y herramienta de desconcierto entre los apoyos de Sánchez. Ya podemos apuntar el primer éxito de esta estrategia epistolar: el Gobierno ha tenido que salir a aclarar sus propias dudas sobre si celebrar o no el Consejo de Ministros en Barcelona.

Haría bien el presidente Sánchez en preguntarle a Mariano Rajoy qué pasó la última vez que se cuestionaron la actuación y la confianza en los Mossos y se mandó a la Guardia Civil y a la Policía Nacional a hacer su trabajo. Catalunya vuelve a definirse como un problema de orden público, no como un problema político; justo el debate y el marco que le interesan a la derecha extrema.

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