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Vuelve el alcalde de Tiburón

Tiburón, verano de 1975

Antón Losada

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Si Pedro Sánchez cree que ese cuadro de mandos “público y objetivo”, donde todos podremos consultar “desde cualquier lugar de España” cuáles son las condiciones técnicas que deben cumplirse para aspirar legítimamente a salir del confinamiento, detendrá como por arte de magia tecnocrática la carrera política desatada por ver quién desescala primero, va listo. Ha comenzado lo que Angela Merkel ha definido tan certeramente como la “orgía del desescalado”; claro que ella se refiere al impecable y admirado Estado federal alemán, siempre tan ordenado y racional; no a nuestro desastroso y chapucero Estado de las Autonomías.

Cuanto más repite el Gobierno central que la desescalada la dirige él, más incentiva que le desafíen y menos creíble parece. La dirección se ejerce, no se anuncia. Con la misma rapidez que España se llenó de epidemiólogos, ahora rebosa de gestores y líderes que recuerdan vivamente al alcalde de la película Tiburón, el clásico de Steven Spielberg. El alcalde de Amity Islands, repelentemente encarnado por Murray Hamilton, era un personaje vociferante que vestía a la moda y se negaba repetidamente a cerrar la playa porque sería malo para el turismo y para la comunidad, porque Roy Scheider era un histérico que veía amenazas mortales donde nada había y porque la gente tiene que comer y no se puede vivir toda la vida sin pisar la playa. Luego, cuando aparecía el tiburón asesino, salía corriendo con sus concejales para analizar la situación y dejaba al pobre sheriff a solas con el bicho.

Como estamos gobernados por gentes que nos toman por idiotas y solo creemos aquello que cuenta la televisión, todos esos alcaldes de Tiburón hispánicos están convencidos de que salir antes del confinamiento supondrá la confirmación indiscutible que necesitan para convencernos de que su gestión ha sido mejor que la de los demás y nuestra comunidad ha quedado en los puestos de cabeza del campeonato del coronavirus. Nadie lo ha explicado mejor que el popular Fernando López Miras, el presidente de Murcia: sus cifras son mejores y no van a permitir que venga nadie de fuera a estropearlas.

Lo que debería constituir un proceso guiado por criterios sanitarios y técnicos y la prudencia del buen gobierno corre serio peligro de convertirse en una ridícula carrera por ver quién se cuelga primero la medalla del desconfinamiento, sin más argumento que una reducción al absurdo de aquel viejo “España es diferente”. Como si no hubieran aprendido nada. Como si aún no se hubieran percatado de que, sin una gestión integral y cooperativa, no puede contenerse un virus que no distingue entre casos “propios” e “importados”. Como si en el Gobierno central no hubieran aprendido que la autoridad se gana, no se reclama como hacía Larry Vaughn, el alcalde de Tiburón; a quien, por cierto, no le debió ir del todo mal porque en la segunda parte de la película continuaba como alcalde; claro que la secuela era infumable.

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