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El músculo que viene

Alejandro de Gregorio-Rocasolano Jaumot

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Creo que nos encontramos en una situación donde parece que los poderes centrales están un poco despistados en cuanto al posicionamiento de cierta parte del independentismo. Lo digo como un no independentista por motivos de sentir la absoluta carencia de pasión hacia este tipo de lucha, es decir, la identidad nacional, en ningún espacio, pero siempre con el respeto de que cada uno puede creer en lo que quiera sin la necesidad de convertirse en un predicador, hacia los agnósticos o los herejes, de las creencias propias o compartidas sobre anheladas utopías.

Tengo entendido que en el momento que estalló la guerra de sucesión, el sentimiento de parte de los catalanes en ese momento ya era la de intentar independizarse de un futuro Estado regido por el nieto de Luis XIV, estereotipo del absolutismo, generador del unionismo francés, famoso por la frase atribuida “el Estado soy yo” o mejor la de su propia pluma “El bien del Estado constituye la Gloria del Rey”. De hecho, el digno descendiente del rey Sol derogó los fueros de Catalunya, los de Valencia y los que quedaban de Aragón tras las alteraciones de 1591 acompañadas de la decapitación del Justicia, Juan de Lanuza, por orden de Felipe II.

Esta aspiración de separarse del resto de España que viene de lejos siempre ha estado presente variando el número de sus adeptos convencidos de ser poseedores del soberanismo y que se ha ido transmitiendo generacionalmente o socialmente durante 3 siglos.

Este núcleo independentista aprovechó el cepillado del estatuto del 2010 y la crisis económica para buscar y sumar más seguidores, abriendo el espectro a descontentos con la financiación, fácil en este caso por la crisis, y mostrando la cara amable de la cultura.

En abril de 2012, nace la Asamblea Nacional Catalana (ANC) como una asamblea que aglutina el independentismo sin partido, responsable de la organización de la “diada” del 2012, con el lema reivindicativo “un nuevo estado en Europa”, y de las que le han seguido, junto a Omniun Cultural creada en 1961, como organización para combatir la censura y la persecución de la cultura catalana.

Las cifras de participación son escalofriantes: han pasado de 10.000 asistentes del 2011 a concentrar entre 1.000.000 y 1.800.000 los 8 años siguientes, concebidas siempre como una fiesta familiar o entre amigos totalmente pacífica.

Todo esto viene a cuento del joven músculo manifestante presente estos días, hablo del que intenta por encima de todo actuar de forma pacífica.

Buena parte de ellos tienen el perfil siguiente:

Personas que en 2010 tenían entre 9 y 16 años, que han participado de mano de sus padres en todas estas manifestaciones pacíficas de los últimos 11 de septiembre, muchos vinculados a asociaciones sociales y culturales, conocedores de las peculiaridades culturales, folclóricas e históricas de donde viven. Esta juventud, además de los cantos de los 11 de septiembre, ha cimentado una antipatía y repulsa hacia el concepto de español, no hacia las personas y los territorios, pero sí hacia todo lo que lleva el sello del poder de este Estado. Han sido testigos o informados de:

Las declaraciones de un importante y prepotente político, el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, cuando se refería al resultado final de la aprobación del referéndum del 2006 diciendo: “Nos cepillamos el Estatut de Catalunya”.

La intervención del tribunal constitucional en el 2010 sobre el “estatut” del 2006, votado en referéndum afirmativamente por el 74% de los participantes, cortándolo más.

Ver imágenes de un futuro presidente del Gobierno que estuvo recogiendo firmas a pie de calle en contra del mencionado estatuto.

Cómo durante todo este periodo la prensa y los políticos de varias formaciones estatales han despreciado su tierra y su cultura.

Cómo un Estado donde viven diferentes culturas es incapaz de capitalizar este hecho a favor de la convivencia y riqueza y no en contra.

Cómo un dirigente vasco considerado como un elemento básico en la paz de Euskadi pasaba 7 años en la cárcel.

Son conscientes de que sus políticos no han hecho las cosas bien muchas veces.

Han visto cómo los vecinos de los pueblos, de donde salían los guardias civiles que venían a “defender” el 1 de octubre, jaleaban y vitoreaban con la frase “a por ellos” como si fueran a enfrentarse con hordas armadas (ya se vio por las televisiones a los peligrosos catalanes).

Fueron testigos de la actuación de la policía el 1 de octubre.

Han vivido la aplicación del 155.

Tienen la percepción de que no se gobierna por la situación en Catalunya.

Están indignados por las sentencias a los miembros del gobierno de su “país” por el Tribunal Supremo...

Sus líderes les aseguran un país más libre, más igualitario, con más política social.

Son testigos del auge de la derecha nacionalista española, que además de mantener un importante mensaje contra Catalunya, tiene un discurso ideológico más próximo al vengativo Felipe V, es decir, aplicaría decretos como el de Nueva Planta, eliminaría la ley de violencia de género, realizaría una limpieza de inmigrantes y refugiados. Observando además que ya es partícipe de instituciones del estado de la mano del segundo partido más votado...

Toda esta juventud no forma parte del independentismo por necesidad o interés, forma parte del independentismo creyente, son seguidores de una mónada que “se llama pueblo”, que pervive a lo largo de la historia y están convencidos que “tienen el derecho a gobernarse a sí mismos sin intermediario” a través de la soberanía: Catalunya y, repito, se lo creen.

Indudablemente, este posicionamiento viene por la educación en casa y en la calle o en los dos sitios dependiendo de cada persona, pero lo que ha fortalecido esa creencia ha sido la percepción de que, en el otro lado, no hay ningún interés en conectar. Esta la falta de empatía ha sido el convencimiento de esa “realidad”. Lo que para un mayor es un periodo de la vida, para un joven de estas edades es toda la vida y esta es la sensación de empatía negativa que ha tenido desde las Españas y el resultado es que están hartos.

Durante 12 años de la capital, los políticos han escurrido el bulto y ahora se dan cuenta del problema que se avecina. Creo que al Estado español, en todos sus estratos y poderes, debe concentrarse en encontrar un modelo de relación nuevo, moderno, a la vez de buscar ideas para desatascar este problema en la dirección que sea antes de que explote tarde o temprano.

Creo que en las Españas pensaban que este tema básicamente era ideológico y actualmente tiene un cariz más de creencias y no se puede discutir de creencias, es imposible convencer a alguien que abandone las suyas, porque un creyente no cree lo evidente o probable, sino lo que no se ve, lo imposible incluso los milagros. Con los creyentes se pueden compartir ideas pero para eso primero hay que tener ganas.

Yo, mientras, me siento aragonés, pero por ello no me creo nada.

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