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Lo que nos pasa

Dispositivo de Cruz Roja ante el temporal 'Filomena' / CRUZ ROJA

Carlos Candel

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El fin de semana de Reyes del 2018 miles de personas quedaron atrapadas durante horas en la AP-6 en dirección a Madrid a causa de unas fuertes nevadas que bloquearon la autopista en cuestión de horas. Ni la administración ni las personas que tuvieron que pasar la noche en sus coches atendieron a las recomendaciones de los meteorólogos, que llevaban varios días avisando de la fuerza del temporal. Ni la administración puso en marcha las medidas necesarias para evitar los problemas que se originaron, ni la mayoría de los conductores de los vehículos fueron lo bastante previsores como para cancelar sus viajes o incluir unas cadenas en sus equipajes.

Tal vez este hecho podría habernos servido como aviso para estar prevenidos contra las fuertes nevadas de la semana pasada, pero no ha sido así. Las ciudades han quedado completamente colapsadas y, una vez más, nos hemos visto obligados a detener nuestra actividad diaria. Y lo que es peor, ha estallado de nuevo la batalla política para demostrar quiénes lo han hecho peor. En realidad, parece una calca de lo sucedido con la pandemia.

Pero lo cierto es que ninguna administración ha sido capaz de dar una respuesta satisfactoria y eficaz en relación a lo acontecido con Filomena en los últimos días. Y esto, desde mi punto de vista, ha sucedido por varios motivos.

El primero y más lógico es que no es algo que suceda habitualmente, por lo que debemos aceptar que un porcentaje de lo sucedido se escapa a nuestro control, como sucede con todo tipo de catástrofes en otros lugares del mundo. No es posible disponer de los efectivos y recursos necesarios para afrontar esta situación como lo harían en países que sufren fuertes nevadas de forma más habitual. Y esto es un hecho incontestable que deberíamos tener muy presente para no caer en la espiral de acusaciones que sólo nos lleva a incrementar el clima de polarización. Si bien es cierto que quizás sería importante que tanto los medios de comunicación como nuestros representantes políticos expusieran a la ciudadanía la relación existente entre este tipo de eventos y el Cambio Global en el que estamos inmersos, para que todos tomemos conciencia de que, igual que sucederá con futuras pandemias, cada vez se van a producir con mayor frecuencia y van a tener un mayor impacto en nuestras vidas.

Pero también es innegable que ha habido cierta falta de previsión. Una ausencia de reacción que ha recorrido a todas las administraciones, independientemente del color político, por mucho que la derecha se empeñe en hacer oposición incluso cuando la gestión de las administraciones en las que gobiernan también haya fallado, lo que incide aún más en la creciente polarización política que amenaza con ser una de las peores crisis a las que nos vamos a enfrentar actualmente, como hemos podido comprobar recientemente con el asalto al Capitolio en Estados Unidos. Deberíamos preguntarnos por qué se ha dado por igual, independientemente del color político y la experiencia gestora de nuestros políticos. Exactamente igual que ocurrió con la pandemia del coronavirus: nadie creyó que fuera a pasar lo peor. Y mucho me temo que esto no es casual. Tal y como sucede en el cuento de “Pedro y el lobo”, estamos creando una sociedad extremista, que adora lo catastrófico, pero incapaz de analizar los datos que nos ofrece la ciencia, que desconfía de las evidencias, lo que finalmente se traduce en una población insensible e incapaz de reaccionar.

No creo que tengamos que juzgar a nadie por su falta de responsabilidad. Lo que sucede aquí sencillamente es que no somos capaces de concebir la catástrofe en nuestras vidas, aunque paradójicamente nos bombardean con ella constantemente. Nuestra visión de los riesgos está distorsionada por el mismo efecto que rige el algoritmo de las redes sociales. Llevamos años recibiendo informaciones que en muchas ocasiones son magnificadas o distorsionadas por los medios de comunicación. Un modo de actuar que está muy condicionado por los índices de audiencia. Cuanto más extremo es el contenido, más atención capta. Y las previsiones meteorológicas, o más bien, la forma en la que se transmiten dichas previsiones, no se escapa a estos mecanismos de divulgación tan perversos. Los telediarios están repletos de catástrofes y escenas extremas. Por un lado, nos transmiten miedo y, por otro, nos convierten en espectadores ajenos a la realidad que se nos muestra. Carecemos de herramientas para interpretar la información que nos ofrece la ciencia. Lo que se traduce en una desconfianza hacia la misma por parte de la población. Y una vez más, nos seguimos topando con una de las principales causas que provocaron el estatismo de los Estados a la hora de afrontar la emergencia sanitaria provocada por el Coronavirus.

Una desconfianza que va de la mano de la creciente generalización en torno a la idea de que las instituciones no han servido para sacarnos de esta situación y que sólo la solidaridad de los vecinos, o lo que es lo mismo, un espejismo de lo colectivo que no es más que una versión depurada del individualismo más voraz, puede combatir las amenazas externas como Filomena. Lo que nos lleva a un tercer elemento clave: la destrucción de los servicios públicos. Con la pandemia hemos comprobado que no había suficientes sanitarios para cubrir las necesidades, que contábamos con pocos docentes para atender a las necesidades educativas de la infancia y ahora nos damos cuenta de que no hay personal de mantenimiento que pueda desalojar tanta nieve acumulada en nuestras calles. Y la causa de ello no es que las instituciones y los servicios públicos no funcionen, o que todos nuestros políticos sean unos absolutos ineptos (algunos habrá, por supuesto, pero no todos), como tampoco podremos hallarla en los proyectos políticos que plantean respuestas militarizadas para todo tipo de males. Sino que la razón la podemos encontrar más bien en las políticas de austeridad y los recortes que redujeron bajo mínimos nuestros servicios públicos, sumado a la constante privatización de los mismos a bajo coste. No se trata de tener plantillas sobredimensionadas o destinar enormes partidas a adquirir recursos que no sabemos cuándo vamos a usar. De lo que se trata es de tener cierta cintura institucional para manejar de la mejor forma posible nuestro día a día, incluyendo incluso situaciones de emergencia como las vividas. Y eso no lo vamos a conseguir a través de empresas cuyos rígidos contratos no contemplan estas situaciones, sino mejorando nuestros servicios públicos. Hay quienes siguen alimentando esta desconfianza, porque saben que el desmantelamiento de lo común siempre va a favorecer a determinados negocios privados, pero los votantes deberíamos tener muy claro que eso no nos va a beneficiar nunca.

De manera que nos enfrentamos al deterioro de pilares básicos como son la confianza en la ciencia, en la política y en nuestras propias instituciones. Una situación que no va a ayudar nada si queremos combatir de manera eficaz la creciente desigualdad que se está dando en nuestras sociedades y el reto del Cambio Global que nos amenaza.

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