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Sí, la energía nuclear es 'verde'

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En la nota de opinión ‘Verde, de monárquico a nuclear y gasístico’, Arsenio Escolar arremete contra la propuesta de la Comisión Europea de incluir en la ‘etiqueta verde’ a las energías nuclear y el gas. Lamentablemente dicha nota no ofrece datos, sino que acude al ‘sentido común’ contra la energía nuclear. Esto no es exclusivo del periodista, pues el mismo uso de las ‘palabras clave’ y la misma falta de datos exhibió la Ministra Alemana de Medio Ambiente Steffi Lemke al referirse a esta propuesta. ‘Catástrofe ‘; ‘accidente de un reactor’, y ‘grandes cantidades de residuos altamente radiactivos’ fueron sus palabras para atemorizar sin fundamento. Al menos tuvieron el tino de no usar los clásicos ‘Chernóbil’ y ‘Fukushima’.

Estamos ya transitando una crisis climática global, y no podemos seguir con la cantinela de la demonización de la energía nuclear (cuyo impulsor original, Greenpeace, tiene en esta oposición a lo nuclear su mayor contribución al calentamiento global), pues tal vez sea la única tabla de salvación que podría evitar un cambio climático irreversible en el futuro próximo.

La descarbonización no puede sostenerse únicamente con la producción eólica o solar, puesto que estas energías están ‘diluidas’, es decir se requieren enormes áreas de granjas eólicas o paneles solares para igualar la energía producida en un reactor nuclear. El impacto ecológico de las granjas eólicas (mortandad de aves por ejemplo) y solares (utilización de centenas de hectáreas donde hay que eliminar todo tipo de vida silvestre) no cuenta a día de hoy con propuestas superadoras. La variabilidad de las energías verdes también dificulta su utilización para una demanda sostenida en el tiempo: el Factor de carga (porcentaje de energía eléctrica producida en relación a lo que produciría estando al 100% de potencia todo el año) ronda los 35% y 24% para eólica y solar, respectivamente, frente al 93% de la nuclear.

Sobre el ‘peligro’ que significa el uso de la energía nuclear, los datos son contundentes: la energía nuclear ha causado menos muertes por unidad de energía generada, con 90 muertes por cada PW-h (Petawatt-hora, un millón de GW-h) frente a las 440 producidas por la energía solar, las 150 de la eólica, las 36.000 del petróleo o las 100.000 del carbón. Pero ¿qué significa que se producen muertes por la energía nuclear o eólica? ¿Es que un aerogenerador asesina a un transeúnte, o una placa fotovoltaica provoca cáncer? Pues básicamente se refiere a estadísticas de accidentes de trabajo, y se debe a que el entorno de las centrales nucleares es altamente controlado y sus trabajadores son personal entrenado. Hay un paralelismo con los medios de transporte: en 2019 (pre-pandemia) un total de 1755 personas fallecieron en las carreteras Españolas, mientras que el número para muertes por accidentes aéreos fue de 257. En todo el mundo. Sin embargo muchos pensamos en la posibilidad de un accidente al subir a un avión, pero no al subir a nuestro coche cada día. Pero un avión no es intrínsecamente más seguro que un coche: son la cantidad de horas-hombre dedicadas a la planificación de la seguridad, y una reglas estrictas de mantenimiento las fuentes de estas diferencias. Es simplemente inversión en seguridad. Y exactamente lo mismo ocurre con las energías. Hace tiempo, durante una visita a las instalaciones de un reactor nuclear, un ingeniero me dijo ‘un reactor nuclear no es más que una vasija de concreto rodeada de infinitos sistemas de control y seguridad’. Son esos controles y protocolos que hacen a cualquier energía más o menos segura.

Los peligros que suponen los residuos radiactivos son perfectamente asumibles, porque conocemos los materiales adecuados para blindar las radiaciones ionizantes, y tenemos la tecnología para almacenarlos de forma segura por muchos años con sistemas de seguridad redundantes. Además se está avanzando en el reciclaje de los residuos nucleares de los reactores llamados ‘de cuarta generación’, pasando de extraer sólo el 5% de la energía del material combustibles a un 97% en los futuros reactores, con la consiguiente baja en volumen y radioactividad de los residuos futuros. La fusión atómica (‘fundir’ dos átomos de hidrogeno para formar Helio y liberar grandes cantidades de energía) es una alternativa prometedora pero los desafíos tecnológicos y la falta de una inversión sostenida la ubican en un futuro demasiado distante para aportar a la actual crisis climática global. En un mundo donde ya vemos los efectos de la ‘carbonización’ de nuestro planeta debemos actuar con las herramientas que tenemos ya desarrolladas, y la energía nuclear es ciertamente una de estas herramientas. Y esto no va de contraponer ‘nuclear vs. renovables’ pues ambas opciones son necesarias para una descarbonización con el suficiente impacto que detenga esta escalada climática antes de llegar al punto de irreversibilidad, si es que eso ya no ha ocurrido.

Estamos inmersos en una época dominada por noticias falsas (fake news), bulos y una cierta sublimación de lo real en una niebla donde nada es tangible. Afortunadamente ya hay voces criticando estos bulos contra la energía nuclear, informando con datos duros, y abriendo la discusión de los aspectos más controvertidos. Organizaciones como el Bulletin of the Atomic Scientists nos dicen que sin la energía nuclear en la matriz energética, la descarbonización será extremadamente difícil. En España contamos con divulgadores serios como Alfredo García (@OperadorNuclear) y tantos otros que consistentemente ofrecen datos para analizar desapasionadamente los mitos contra la energía nuclear. Suele ser difícil proponer una discusión serena sobre los pros y contras en temas complejos como la energía nuclear. Pero es un esfuerzo ineludible pues no nos queda mucho tiempo para reaccionar, si es que somos capaces de hacerlo, antes que la naturaleza nos diga con su mensaje inapelable que ya es demasiado tarde.

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