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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Trump, Biden y el nacionalismo económico

El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, habla en un mitin en el estadio Raymond James en Tampa, Florida, EE. UU., 29 de octubre de 2020. EFE/EPA/PETER FOLEY

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Las elecciones del 3 de noviembre en EEUU, que se van a celebrar en un contexto extremadamente polarizado, pueden generar costes sustanciales en el resto del mundo, independientemente de quién las gane. En este artículo, analizo los parecidos discursos sobre la política industrial de dos candidatos tan diferentes.

A principios de octubre se celebró la semana de los productos nacionales en la Casa Blanca. Donald J. Trump declaró el 3 de octubre el día de los productos estadounidenses. Desde que se mudó, la Casa Blanca ha sido sede de la Exposición de Productos Americanos donde una empresa de cada estado exhibe orgullosamente sus productos incluyendo desde equipamiento militar hasta los palos de golf.

Según Trump, conocido por su eslogan de “Compre productos estadounidenses, emplee a los estadounidenses”, dicha celebración es un indicador del “valor que su gobierno da al trabajo de los estadounidenses y que había sido olvidado durante mucho tiempo.” El Presidente afirma que los gobiernos anteriores, rendidos a la globalización, trasladaron las empresas estadounidenses al exterior y las empresas extranjeras “robaron” su tecnología. Asegura además que, gracias a su gobierno, eso terminó; ahora los productos y los trabajadores estadounidenses tienen prioridad absoluta.

No hay ninguna sorpresa, dado que el discurso de Trump sobre la globalización es coherente desde el inicio. Desde su primera campaña electoral, desgrana las consecuencias inaceptables (“horribles” en sus propias palabras) de la globalización. Con este discurso, ha atraído muchos votos de los “perdedores” de la globalización, en su mayoría trabajadores de cuello azul, ofreciendo la ruta del nacionalismo económico.

Lo sorprendente, a pesar de la polarización sin precedentes en el país, es la postura nacionalista convergente de Biden y Trump. Ambos candidatos, aparentemente representando dos mundos opuestos, casi se mimetizan en la política industrial y el comercio internacional, aunque utilicen palabras y tonos diferentes. De hecho, esta convergencia no es sólo interesante por sí misma, sino también por sus consecuencias potenciales sobre la economía global y sus reglas del juego, que pueden afectarnos a todos. 

La industria nacional que une el “America First” de Trump y el “Made in America” de Biden

Indudablemente, las políticas económicas de Trump y Biden divergen de forma sustancial en política fiscal y redistributiva—impuestos, gasto en salud pública, educación, la seguridad social y el cambio climático, entre otras. Sin embargo, sus posturas se asemejan en política industrial, vinculándola estrechamente con la seguridad nacional y el (re)posicionamiento de EEUU en el orden internacional. Todo ello se acompaña de un discurso retador, no solo contra China, sino también contra las instituciones multilaterales.

“La seguridad económica significa seguridad nacional y la industria manufacturera define el espíritu de América”. Estas palabras de Biden para apoyar la industria manufacturera con recursos federales se articulan en seis eslóganes: 1.“Compre productos estadounidenses” refiriéndose a la adquisición pública; 2.“Hazlo en América” comprometiendo incentivos para la industria manufacturera; 3.“Innova en América” proponiendo estímulos para la alta tecnología; 4.“Invierte en todos los rincones de EEUU” garantizando ayudas para todos en todas partes; 5.“Defiende a América” proveyendo oportunidades justas a los estadounidenses; 6.“Suministra a América” comprometiéndose a devolver las cadenas de suministro críticas a EEUU para no depender de China u otros países. Con esta postura, Biden se aparta de la política tradicional del Partido Demócrata, que siempre ha subrayado el impacto positivo del comercio internacional libre en el mercado doméstico.  

Se puede razonar “qué está bien pensado” dar prioridad a la industria nacional y que está de moda. Sin embargo, muchas de las medidas propuestas por la economía más grande del mundo con poder hegemónico (quizá en declive), que en su momento impidió a otros países adoptar medidas parecidas, causarán el retroceso de la globalización con costes para todos. Aún más, algunas medidas contradicen las reglas multilaterales establecidas por el liderazgo de EEUU. La adquisición pública y los subsidios propiciaron muchas disputas iniciadas por EEUU ante la Organización Mundial del Comercio (OMC), quejándose de medidas parecidas de los demás.

Guerras comerciales y los votos del “rust belt”

El centrista y pragmático Biden, que afirma orgullosamente “no ser socialista,” se ha rendido a la presión de la izquierda de su partido para incorporar medidas redistributivas que atraigan a los “perdedores” de la globalización. Con ello, toma el pulso al público en los estados “pendulares” que, como Pensilvania, Ohio, Michigan (del “rust belt”), serán críticos en los resultados electorales y son los más afectados por la desindustrialización.

En algunos estudios académicos (ver aquí) se muestra que la globalización, sobre todo la importación de China, intensificó la polarización en EEUU debido a la disminución de empleos y salarios de los trabajadores de cuello azul. Rodrik atribuye a la globalización el crecimiento del populismo a través de los cambios en el mercado laboral para estos trabajadores, muchos de los cuales constituyen la base del populismo de derecha personificado en Trump.

Según datos recientes de Pew Research, el 73% de los estadounidenses tienen una visión desfavorable de China, un nivel sin precedentes (36% en 2010). Esta visión negativa también ha aumentado en otros países avanzados, con Japón a la cabeza con el 86%. De 14 países, España (63%) e Italia (62%) muestran el menor nivel crítico hacia China.

A pesar de la brecha partidista sobre China, hay que subrayar el aumento de la visión negativa en los últimos años tanto entre los votantes del Partido Demócrata, como de los republicanos. Esta visión negativa aumentó del 31% al 68% entre los demócratas de 2005 a 2020, mientras que el incremento ha sido del 46% al 83% para los republicanos.

Según otra encuesta de Pew, el 86% propone “una política muy dura o algo dura hacia China en cuestiones económicas y comerciales”. En EEUU, la globalización y China se perciben casi de manera intercambiable. Otro estudio de 2019 con grupos de discusión en EEUU y el Reino Unido destaca que “la globalización desafía la identidad nacional y local”, provocando un sentimiento de que [los nativos] han sido “abandonados y barridos”.

Parece que Biden conoce al dedillo estas encuestas. Al igual que su rival, su postura sobre China y la guerra comercial se ha vuelto bastante agresiva. Se compromete a “adoptar una posición estricta sobre China y otros países que bloquean la industria manufacturera estadounidense a través de prácticas injustas” como subsidios, aunque su programa se dirija a proporcionar subsidios a las empresas estadounidenses que inviertan en territorio nacional.

Biden se compromete a “presionar a China y otros países que abusan del comercio internacional”. Con la ayuda de sus aliados, su gobierno no permitirá que los extranjeros roben derechos de propiedad intelectual, o fuercen la transferencia de tecnología. No obstante, no está claro cómo va a colaborar con los países aliados, dado que no hay ni siquiera una mención de las organizaciones internacionales en sus discursos electorales.

El programa de Biden deja claro que no permitirá que otros países ignoren las reglas del comercio internacional en favor de su propia política industrial. Al mismo tiempo, EEUU va a adoptar una política industrial con incentivos generosos, no aceptando que las reglas multilaterales lo impidan.

¿A dónde se fueron el multilateralismo y el espíritu de Bretton Woods?

En el programa de Biden no se menciona la “M” de Multilateralismo. No habla de las reglas de juego institucionalizadas bajo el liderazgo de EEUU. Aunque su énfasis en “actuar junto con los aliados” le distinga de Trump, no existe ninguna declaración proponiendo utilizar las reglas internacionales existentes. Ni una sola frase subraya los beneficios potenciales de la colaboración con los aliados para ellos. Biden solo destaca los intereses de EEUU, y los aliados, incluso la Unión Europea, aparecen como instrumentos para restringir a China y limitar su dependencia de ella.

La falta de mención de la OMC quizá no sea extraña. Aunque fue Trump quien se convirtió en noticia cuando bloqueó el nombramiento del Órgano de Apelación del organismo, el escepticismo de EEUU sobre la OMC había comenzado durante el gobierno de Obama, quien también bloqueó los nombramientos en 2011 y 2016. Por lo cual, la postura unilateral de EEUU tiene precedentes en los gobiernos previos. Trump ha intensificado dicha postura en la dirección del aislacionismo.

Tanto Biden como Trump se apartan del espíritu de Bretton Woods de 1944, uno de los pilares del consenso de posguerra en el ámbito económico. En el discurso oficial, por lo menos, se enfatizaba “el beneficio de todos,” entrelazando la paz, la estabilidad, la cooperación, el comercio internacional y la prosperidad, aunque los intereses económicos y geoestratégicos de EEUU fuesen esenciales. En esa época, la determinación de no volver a la Gran Depresión y su penuria, al caos en el sistema internacional y a la guerra era una postura irrenunciable.

¿El regreso de la política estadounidense a su “núcleo” del mercantilismo Hamiltoniano?

La convergencia de los dos candidatos, tan polarizados en otras dimensiones, sobre la industria nacional apunta regresar al hilo genético del mercantilismo latente del país. En el “Informe de la industria manufacturera” presentado al Congreso en 1791, Hamilton, el padre del mercantilismo americano, y primer secretario del Tesoro de EEUU, sostenía que era “fundamental apoyar a la producción nacional con subsidios y protegerla de las importaciones.”

En la rivalidad con el Reino Unido, Hamilton proponía proteger la naciente industria estadounidense hasta que fuera competitiva. El mercantilismo Hamiltoniano ha influido enormemente las políticas económicas, particularmente aplaudidas por los republicanos. Pues bien, 229 años después, ¡el espíritu de Hamilton se mantiene aún más firme!

¿Qué sucederá si estos programas no son solo parte de la estrategia electoral, y se aprueban e implementan y otros países siguen a los EEUU en esta senda como en los años 1930? ¿Cuál será el efecto en la economía mundial, el sistema internacional y la rivalidad en curso por la hegemonía? Habrá que prestar profunda atención a estas dinámicas.

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