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La jeta constitucional como una alternativa en la derecha al consumo masivo de Prozac

Felipe González y José María Aznar en el estreno del congreso.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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La derecha está confusa. Dividida. Dolida. Enfurecida, como casi siempre. “Estamos ante un fraude político, un embuste legal y un desfalco de la soberanía que no vamos a tolerar”, dijo Pablo Casado sobre la reunión del Gobierno central y la Generalitat en Moncloa, esa que arrojó tan pocos titulares dignos de mención.

El mentor de Casado está aún peor, deprimido por todo lo que ocurre. “Me siento ciertamente angustiado. No me gusta nada lo que estoy viendo en la sociedad española, lo que está pasando”, ha dicho José María Aznar. Derecha Prozac.

Ciudadanos viene de su Pearl Harbor electoral, el día en que los votantes los enviaron al fondo del océano. Ahora su constante defensa del imperio de la ley y la Constitución ha quedado manchada hasta el ridículo al saberse por una información de este diario que contó con un infiltrado en la Junta Electoral Central, una especie de agente doble que contribuía a preparar los recursos del partido ante el organismo del que era vocal para luego votar a favor de ellos. Es posible que hasta elogiara la calidad jurídica de esos recursos por aquello de que el amor bien entendido empieza por uno mismo.

Ahora la derecha cree que necesita invertir tiempo y dinero en un remedio de urgencia: la sociedad civil. Sí, eso que abarca a todo el mundo que no participa en las instituciones del Estado. En la izquierda, es frecuente que a eso se le llame movimientos sociales. En la derecha, el concepto está más asociado a las élites políticas y económicas. Es un plan B para momentos de crisis, es decir, cuando el PP pierde en las urnas.

Este jueves, se celebró en Madrid el I Congreso Nacional de la Sociedad Civil con unas jornadas que duran dos días. 130 ponentes participan en unos encuentros dominados por la abrumadora presencia de la derecha: Rodolfo Martín Villa, Jaime Mayor Oreja, Federico Trillo, Ana Pastor, Rosa Díez... y el apoyo caluroso del alcalde de Madrid y la presidenta de la Comunidad. El lema del congreso es “repensar España”. Para ello están convocados catedráticos, exministros, abogados de los bufetes Cremades o Cuatrecasas, magistrados, fiscales, el exdirector del CNI... y Francisco Marhuenda y Juan Luis Cebrián. La sociedad civil de toda la vida.

El dúo de los expresidentes

Para arrancar las jornadas, tenían el plato fuerte de una conversación de José María Aznar y Felipe González, que ya han actuado juntos en varias ocasiones. Es un dueto al que sólo le falta presentarse en Mad Cool. El repertorio es conocido. Aznar muestra su pesimismo ante la coyuntura por la que pasan España y el mundo. González es más optimista y habla por los codos.

El exlíder del PP sabe muy bien cuándo se torció todo. “Hasta 2004, España funciona en una situación de normalidad”. Pista: Aznar abandonó el poder en 2004. González tiene otra fecha a mano: “En 2015 se acabó la fiesta”. Pista: las elecciones de diciembre de ese año pusieron fin al bipartidismo. Ambos tienen la habilidad de retratarse muy bien con sus opiniones.

Esta vez podían comentar también un tema reciente, la reunión del día anterior en Moncloa con dos delegaciones presididas por Pedro Sánchez y Quim Torra. “El solo hecho de la reunión es simplemente devastador para el sistema político español”, dijo un serio y lívido Aznar. Al expresidente le escandaliza que el Gobierno central y la Generalitat tengan una relación bilateral y que el encuentro se haya celebrado en Moncloa. “Tú no lo habrías hecho y yo tampoco”, le dijo a González. Este le dio la razón –“claro que no”–, aunque también comentó que la situación es diferente a la de su época en el poder. El expresidente socialista no se tomó a la tremenda la reunión de Moncloa y la tachó de “performance”, lo que hasta cierto punto es cierto. Se trataba de representar una obra en la que el libreto está por escribir.

Donde sí coincidieron fue con la descripción del momento político. “El discurso dominante está en los extremos. La sociedad no está en los extremos”, dijo González. “Antes la batalla política se daba en el centro. Ahora se da en los extremos”, opinó Aznar, que se refería también a otros países, como EEUU y Reino Unido. Hay algo de verdad en esto, pero nadie como él para convencer a las señoras de derechas para que instalen una nueva cerradura en la puerta de casa: “Todo esto recuerda al derrumbamiento de los partidos centrales (centristas) en los años 30 del siglo pasado”. Sonó a los anuncios de Securitas Direct en la radio.

El moderador del acto, Emilio Lamo de Espinosa –presidente del Real Instituto Elcano–, coincidió con González en el intento de exculpar a la sociedad: “Tenemos una sociedad moderada, sensata, y una clase política radicalizada”. Toda la culpa es de los políticos, en especial si son de izquierdas, es una idea cada vez más extendida en la derecha. Y es curioso, porque la definición clásica del odiado populismo incluye el sentimiento de que las élites son responsables de todos los males, mientras el pueblo rebosa inocencia y bondad.

Hay algo que falla en ese pesimismo sobre la clase política. ¿No son los votantes, tan moderados, los que han elegido a esos políticos tan airados? La denuncia genérica de la crispación no sirve de mucho si no se personaliza. Pero el público del jueves, mayoritariamente de derechas, no iba a recibir de buen grado imputarla a los autores de 'España se rompe. Vol. XXII'.

Un poder ilimitado

La defensa de la sociedad civil en boca de políticos como González o Aznar resulta singular. No porque no sean sinceros, sino porque son dos de los tres presidentes del Gobierno en España que tuvieron mayoría absoluta en el Parlamento. Y cuando eso ocurre el partido en el Gobierno goza de un poder casi ilimitado con la capacidad de condicionar al poder legislativo y al judicial. Eso termina dejando no mucho espacio a la sociedad civil. El rodillo parlamentario es una imagen que se viene a la cabeza.

Presumir de algo que crees que ahora es muy importante, pero que no te preocupaba tanto cuando tú estabas en el poder, y no lo compartías con casi nadie, es un ejemplo de lo que podríamos llamar jeta constitucional. Tu defensa heroica de la Constitución queda un tanto diluida cuando la gente recuerda cómo te las gastabas cuando eras el presidente y utilizabas la mayoría absoluta como arma letal.

En el caso de Ciudadanos, se ha producido un ejemplo de jeta constitucional en tiempo real. Esta semana, se ha discutido y rechazado en el Congreso su propuesta para despolitizar los nombramientos de órganos judiciales. Ha coincidido con la información sobre su vocal de doble uso en la Junta Electoral Central. Hay cinco vocales de la Junta que deben ser catedráticos y elegidos por el Congreso a propuesta conjunta de los grupos parlamentarios. La ley no dice que cada uno ellos represente a un partido concreto.

Eso no impidió que Andrés Betancor se ocupara de garantizar el correcto funcionamiento de los procesos electorales, para lo que debía ser independiente, y al mismo tiempo trabajara con sueldo en el gabinete jurídico de Ciudadanos ocupándose de una labor que no podía ser independiente.

El llamado constitucionalismo tiene una forma extraña de defender el prestigio de las instituciones. Si no se han venido ya abajo, igual es porque son más resistentes de lo que nos dicen. Quizá la sociedad civil no necesite ir corriendo al médico de cabecera a que le recete Prozac.

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