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Las cloacas policiales ponen perdidas las alfombras del Congreso

Las ministras de Defensa y Hacienda se abrazan tras la intervención de la primera en el Congreso.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Terminó la ministra de Justicia su intervención y el grupo parlamentario socialista se puso en pie para aplaudir a Dolores Delgado. La portavoz del grupo, Adriana Lastra, se inclinó para abrazarla desde la fila superior de escaños. Sólo quedaba en el hemiciclo otro miembro del Gobierno en el final del pleno del miércoles, la ministra de Hacienda, que también se fundió con ella en un abrazo.

“Lo que desde luego le digo es que ni a este Gobierno ni a esta ministra nadie nos va a chantajear”, había dicho Delgado para poner fin a sus palabras. Un indicativo de que un político está en problemas es cuando habla demasiado de sí mismo en tercera persona. En este Gobierno el apoyo de Lastra tampoco puede considerarse una garantía definitiva. Carmen Montón dimitió como ministra de Sanidad en la tarde del 11 de septiembre sólo unas horas después de que Lastra la respaldara por completo y descartara su cese: “Dimitir por algo que consideras injusto, usted me dirá”. 

Pero ni la tercera persona ni Lastra son los factores más determinantes en esta historia. Lo que está asando a fuego lento a la ministra de Justicia es que unas horas antes de su intervención en el pleno las radios emitieron una nueva tanda de audios de la ya famosa comida de 2009 con altos mandos policiales, incluido el encarcelado comisario José Manuel Villarejo. En la última entrega, se escucha a Delgado decir que vio en un viaje a Colombia a unos jueces y fiscales españoles por la noche con unas chicas a las que identificó como menores de edad. Lo típico que cuentas en una comida con policías que ocupan su horario laboral en luchar contra los delitos. 

Quizá sea cierto que el Gobierno no permitirá que lo chantajeen. Es también muy posible que alguien intente cargarse a Delgado recordando la época en que sus contactos policiales y los de Baltasar Garzón aún estaban por ejecutar algunas de las hazañas que han recibido el nombre de las cloacas del Estado, pero que con el tiempo se han convertido en el símbolo de las guerras sucias ocurridas bajo el mandato del anterior ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz. Y está bastante claro que por entonces no eran nada inocentes.

Las paradojas se acumulan en este caso. Esos altos mandos policiales lo eran con un ministerio dirigido por Alfredo Pérez Rubalcaba en el Gobierno de Zapatero. Algunos de ellos se mantuvieron con el Gobierno de Rajoy y realizaron grandes servicios a la causa del PP para desprestigiar a los independentistas catalanes y los dirigentes de Podemos. Entre ellos, estaba el comisario Villarejo, el símbolo más conocido de esas cloacas y hoy en prisión preventiva, que era el que invitaba a la comida por haber recibido una condecoración. Allí aparecieron Garzón y Delgado, en calidad de ¿amigos?, ¿colaboradores? del que pagaba la cita (Garzón ha dicho que “las grabaciones forman parte de una campaña deleznable contra la ministra” y que Villarejo “estaba al servicio del Gobierno de la época”).

En los audios, queda claro que Garzón y Villarejo se habían reconciliado después de una época en la que el segundo había tenido al juez en su punto de mira. Por encargo, claro. 

Otra paradoja más. Villarejo, el mayor sospechoso de la filtración, algo que niegan sus abogados, también salió en otra célebre grabación, la conversación con Corinna en la que se habló de los negocios privados de Juan Carlos de Borbón en su época de jefe de Estado. Sobre eso, hubo una mayoría parlamentaria circunstancial que impidió que se profundizara en la polémica.

Esto lo afinan en el Congreso

El tema tiene un aspecto sórdido, inevitable cuando aparece una grabación de hace nueve años de una comida privada de cuatro horas donde la sobremesa debió de ser épica y que apareció por primera vez en un medio digital casi desconocido. La mejor forma de blanquear semejante material es pasarlo por el filtro del Congreso de los Diputados en forma de esas iniciativas parlamentarias que generan titulares y obligan a los ministros a dar explicaciones.

Ahí entró en escena el Partido Popular, ávido de que se produzca una tercera dimisión en el Gobierno en poco más de tres meses. Para estos casos, nadie mejor que Rafael Hernando. Ya no es portavoz parlamentario del grupo, pero qué importa. Está siempre disponible para cualquier trabajo que exija manejar los puños. Dialécticos. 

“Es rehén de sus peligrosas amistades y de sus relaciones con las cloacas”, dijo Hernando a la ministra en la sesión de control. Hace unos meses, a Hernando no se le hubiera ocurrido utilizar esa última palabra para referirse a mandos policiales. Lo que suelta la lengua estar en la oposición. 

La diputada María Jesús Bonilla se unió a la ofensiva con una interpelación, ya prevista para criticar a Delgado por el asunto de la defensa del juez Llarena en la demanda civil que han presentado en Bélgica los abogados de Puigdemont y los otros huidos de la justicia. Es ese caso en el que el Gobierno no tenía muy claro qué hacer y al final anunció que correría con los gastos de la defensa del magistrado. La decisión definitiva no le ha servido para librarse de las críticas del PP.

Bonilla no perdió la oportunidad de referirse a la comida de Villarejo. Lo hizo con esa forma tan estupenda que tienen los políticos de decir que no van a hablar de un tema para referirse a él de inmediato. “No voy a hacer ninguna valoración [sobre esos hechos] porque pertenece a una comida privada”, dijo la diputada. Segundos después: “Esas grabaciones le dejan en mal lugar como persona y como ministra”. Efectivamente, no hay en sus palabras ninguna valoración. 

Delgado no quiso meterse en el pantano de la comida de Villarejo donde hay tantos caimanes que es difícil salir sin una extremidad seccionada. Y aquí es donde entran en escena los extraños ritmos parlamentarios. La ministra pidió una comparecencia para hablar de la polémica –sin fecha aún al celebrarse el pleno: luego se supo que será el 10 de octubre en la Comisión de Justicia, dentro de dos semanas–, pero tuvo que encajar en el Pleno críticas por ese mismo tema y optó por no responderlas de forma directa, excepto esa breve referencia a los chantajes y el anuncio de que no va a dimitir. Así que podemos encontrarnos con que aparezcan más audios en estas dos semanas a los que la ministra responda con el silencio.

De momento, ya suspendió la visita a Zaragoza, prevista para la tarde del miércoles, donde iba a asistir a una entrega de diplomas y un seminario sobre libertad de expresión y prevención de la violencia por razón de género. 

Podría haber convocado una rueda de prensa para dar explicaciones, pero eso es algo que suelen evitar los políticos en situación vulnerable, en especial si han difundido más versiones de las que los medios pueden digerir. Dolores Delgado tiene razones para salir del despacho sólo si es imprescindible.

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