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Casado se juega en los debates ser la versión más fracasada de la derecha desde Manuel Fraga

Pablo Casado ha suplicado a los votantes del PP que no abandonen a su partido el 28A.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Pocos llamamientos al voto útil han sido más inútiles en esta campaña que los de Pablo Casado. El Partido Popular siempre ha sido una maquinaria electoral muy efectiva y ahora va perdiendo piezas por el camino haciendo un ruido que no indica nada bueno. Cuanto más pisa el acelerador Casado, peor sale de las curvas. Este domingo, el líder del PP se ponía chulo y decía que igual acababa la tarde asistiendo a una corrida de toros en Sevilla en vez de volver corriendo a Madrid para preparar el debate del lunes en TVE. Tranquilos, tengo tiempo, como dicen los malos estudiantes antes de pedir la última copa.

La gestión arrogante de los debates realizada por Moncloa ha llevado a pensar que Pedro Sánchez terminará asumiendo más riesgos con dos citas en días consecutivos que los que estaba dispuesto a afrontar. Aunque eso sea cierto, los datos de las encuestas indican que si hay alguien que se juega el cuello es Casado. En las que muchos llaman las elecciones más importantes de la democracia española, el PP tiene casi garantizado que sacará menos escaños que los 107 que obtuvo Manuel Fraga en 1982 con Alianza Popular (75 en el sondeo de El País, 74-86 en El Mundo, 81-86 en ABC, y 93-99 en eldiario.es).

Casado ha dicho que no se cree los sondeos –es la frase a la que se agarran los que temen morder el polvo–, porque hay un 41% de indecisos. Los políticos dicen mucho eso en todas las campañas ignorando, aunque todos lo saben, que una parte importante de ellos son gente que no va a votar, pero que no quiere confesarlo. Es una forma de declararse abstencionista echando la culpa a los partidos.

El porcentaje es mayor de lo habitual esta vez, y la razón hay que buscarla en el campo de los antiguos votantes del PP. Belén Barreiro, directora de la empresa de encuestas 40dB, ha escrito que “son precisamente los votantes populares los que en mayor medida decidirán su voto en el último momento, ya sea el día de reflexión, el mismo día de la votación o de camino a las urnas”.

Por eso, Casado necesita los dos debates para frenar la hemorragia de votos que está sufriendo el PP con destino a Ciudadanos y Vox. Durante la campaña, ha aplicado un torniquete a la herida sin conseguir taparla. Ahora tiene que encontrar algo para curarla y no le vale decir que Pedro Sánchez es horrible, porque eso ya lo saben los votantes de los tres partidos de la derecha. Está obligado a demostrar que él es mejor alternativa que Ciudadanos, que se presenta en esta campaña como una versión del PP con menos calorías, y que el voto de furia y odio de Vox.

El líder del PP demostró hace tiempo que sólo tiene una velocidad, la máxima. Empezó llamando a Sánchez traidor y felón, y de ahí no bajó. Ha escogido candidatos con el criterio de que sean atractivos para los votantes de Vox y de momento no le ha servido de mucho. Ya es demasiado tarde para retroceder o matizar el mensaje, así que sólo hay que esperar de él más de lo mismo en los debates. Definitivamente, se ha encomendado a la misericordia de los antiguos votantes del PP.

En muy pocas ocasiones, los debates televisados de los líderes han tenido una influencia decisiva en el resultado electoral. La mayoría de sus espectadores serán votantes que tienen ya decidida su papeleta y que están viviendo con gran interés la campaña. La clave que siempre se recuerda en estos casos es que no hay que cometer errores y no mostrar que te da miedo responder a una pregunta o hablar sobre un tema concreto. Y lo menos que pueden hacer los equipos de asesores de cada partido es dejar claro al candidato qué debe decir cuando le presenten ese reto.

En el debate de TVE del pasado miércoles, a la socialista María Jesús Montero le preguntaron de forma insistente si Sánchez concederá un indulto a los políticos independentistas que están siendo juzgados en el Tribunal Supremo. No quiso responder. En la entrevista en La Vanguardia, Sánchez dijo esto: “Dos cosas. Una, que hay que confiar en el trabajo de la justicia y del Tribunal Supremo. Y dos: que no existen precedentes en cuatro décadas de democracia de que un presidente anuncie si habrá o no un indulto antes que haya una sentencia”.

Nada de eso es falso, pero será mejor que piense una respuesta más clara para el debate. Un indulto es una decisión política, no judicial, y es legítimo preguntar a un candidato a la presidencia del Gobierno su posición sobre ella. Como siempre en estos casos, empezar la respuesta con un 'depende' puede servirle si los factores considerados son relevantes. A Rajoy no le funcionaba mal.

Rivera, anclado en la foto de Colón

Seguro que Albert Rivera y Pablo Iglesias recuerdan los debates de 2015 y 2016, cuando eran los chicos nuevos de la clase que venían a comerse el mundo. Desde entonces, han tenido que conformarse con un papel menos protagonista. A ambos les interesa diferenciarse de sus 'hermanos mayores' en los debates, pero han tomado decisiones en el último año que les condicionan.

Rivera pareció algo espantado cuando Casado se estrenó en el Congreso con un discurso beligerante hasta la exageración. Pronto lo hizo suyo hasta el punto de que es difícil encontrar diferencias entre los mensajes de ambos. Cuando subió al estrado de la manifestación de Colón, Rivera selló su destino, aunque es probable que la decisión ya estuviera tomada.

Ciudadanos ha llegado a la conclusión de que sólo puede crecer a costa del electorado del PP y de la crisis permanente de Catalunya. Aun así, le sería muy útil en el debate diferenciarse de Casado. De lo contrario, parecerán dos refrescos de cola con publicidad diferente. Todas las intervenciones públicas de los dirigentes de su partido revelan que su gran aspiración es repetir el pacto de Andalucía, pero con ellos por delante, algo que nadie cree que vaya a ocurrir.

Un precio muy alto por la guerra civil de Podemos

Ha llovido mucho desde que los dirigentes de Podemos pujaban por conseguir el 'sorpasso' al PSOE. Más que llover, ha diluviado en forma de crisis interna que el partido ha sido incapaz de conjurar. Estaba claro que el divorcio de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón iba a traer consecuencias en las urnas. Por si había algún votante despistado, Errejón se lo recordó con su huida para convertirse en la Carmena de la Comunidad, un empeño para el que los primeros sondeos vaticinan el fracaso.

Iglesias ha presentado a Podemos como el partido imprescindible para que el PSOE haga políticas de izquierdas, al igual que ha hecho en el Congreso desde la moción de censura. Esa será probablemente su línea de argumentación en el debate. Le conviene ser algo más duro con Sánchez en el duelo televisivo de lo que ha sido en campaña o introducir la duda, sea o no real, de que aún es posible un pacto de Sánchez y Rivera, como el posterior al 20D. Según las encuestas, la apelación al voto útil está siendo más efectiva en la izquierda que en la derecha. Cuanto más se habla de Vox, más posibilidades tiene Sánchez de recibir antiguos votantes de Podemos.

“Queremos estar en el Gobierno no para perseguir a los banqueros, sino para hacerles cumplir la Constitución”, dijo Iglesias este fin de semana. Sí, ha llovido mucho desde que Podemos denunciaba un sistema político en decadencia y con una Constitución que había que cambiar de inmediato.

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