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Día de lloros y aspavientos en la guardería del Congreso

Pedro Sánchez felicita a Adriana Lastra por su discurso contra Podemos.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La vicepresidenta Carmen Calvo dijo unas horas antes de la segunda votación de investidura que “negociar el Gobierno de España no puede ser una serie de suspense”. Cierto. Los acontecimientos que culminaron en la segunda derrota de Pedro Sánchez en su candidatura a la reelección fueron otra cosa, una especie de 'remake' malo de una película de serie B. Una especie de 'Resacón en la Carrera de San Jerónimo', con un reparto mediocre y un desenlace previsible y decepcionante.

Los ciudadanos cumplieron con su obligación en abril y fueron a las urnas en gran número. Los políticos –los que podían formar Gobierno– decidieron escaquearse de su responsabilidad. Ahora se irán de vacaciones.

“En la calle no están entendiendo nada”, dijo después Gabriel Rufián. Seguro que además de eso la gente estará añadiendo epítetos irreproducibles que pondrían los pelos de punta a una tripulación de piratas borrachos. Habrán visto a los diputados ser incapaces de elegir a un Gobierno y luego observarles cómo aplaudían a rabiar puestos en pie a sus líderes, como si todos estuviéramos en deuda con ellos. Con menos tiempo de aplausos, pero más entusiasmo que en Corea del Norte.

En otros países europeos, estarán también algo perplejos. Allí pueden tardar semanas o meses en formar complicados gobiernos de coalición de varios partidos. Es lo que ocurrió en Alemania, donde al final los socialdemócratas –el segundo partido tras la CDU de Merkel– obtuvieron carteras como Hacienda, Exteriores, Justicia, Trabajo y Medio Ambiente.

En España, y quizá porque se ha querido confirmar los peores estereotipos sobre los españoles que lo dejan todo para mañana, mañana, mañana, no se hizo nada durante cerca de tres meses y luego los protagonistas entraron en una carrera frenética de menos de 72 horas preñada de desconfianza.

Los peores augurios

El debate final del jueves sólo sirvió para confirmar los peores augurios sobre la talla de los representantes del PSOE y Podemos como negociadores. Es cierto que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias adoptaron un tono menos salvaje que su combate del lunes. El candidato socialista intentó explicar por qué no había ofrecido lo que reclamaba su presunto “socio preferente”. Hizo hincapié en la propuesta –que Calvo retituló para denominar “exigencia”– de hacerse con el control de varios asuntos fiscales para desdeñar la capacidad del otro partido: “No se puede poner la Hacienda pública en manos de alguien que no ha gestionado nunca un presupuesto”, dijo el mismo político que llegó a La Moncloa sin haber dirigido antes ninguna Administración.

Sánchez presentó la última propuesta hecha por el PSOE a Podemos. Una vicepresidencia centrada en políticas de bienestar social, de la que dependerían tres ministerios: Sanidad y Consumo, Vivienda y Economía Social, e Igualdad. Iglesias lo negaba con la cabeza desde su escaño.

Esa oferta no era irrelevante y ni mucho menos una falta de respeto. Es lógico que Podemos quisiera más –los partidos siempre quieren más– y al final insistió en la cartera de Trabajo. Ese Ministerio es la principal diferencia que se observa comparando las ofertas de ambos partidos. El PSOE no tuvo valor para concederlo a Podemos y encargarle por ejemplo la gestión del diálogo social con patronal y sindicatos. Por otro lado, algunos comentarios de dirigentes de Podemos hacen pensar que creen que ese es el Ministerio que decide sobre el salario mínimo o la reforma laboral. Esas son cuestiones que decide el Gobierno en su conjunto y bajo la dirección de su presidente.

“¿De qué sirve una izquierda que pierde incluso cuando gana?”, se preguntó Sánchez no sin razón. A lo que los votantes de izquierda podrían responder: ¿de qué sirven Iglesias y Sánchez si pierden –y se atacan y se menosprecian–, incluso cuando ganan? Y todos los demás podrían unirse para decir: ¿habrá que volver a votar en unos meses porque no se pusieron de acuerdo por el Ministerio de Trabajo de quien no recuerdo ahora el nombre de su actual titular? En la encuesta del CIS de enero, el 69% decía no conocerlo.

Un giro final

“Lo único que pedimos son competencias, no sillones”, dijo Iglesias, que pasó revista a todas sus cesiones. De repente, sacó una última contrapropuesta en el discurso. Renunciar al Ministerio de Trabajo a cambio de la gestión de las políticas activas de empleo. No sirvió de nada, pero dio lugar a una situación embarazosa.

A la portavoz socialista, Adriana Lastra, le tocó el papel de ser lo más despectiva posible con Podemos y su líder. No le valía con rechazar esa última oferta por fuera de tiempo y lugar. Con la intención de aumentar el nivel de ofensa, dijo: “¿Sabe que las competencias de políticas activas de empleo están transferidas a las Comunidades Autónomas?”. Era su forma de llamar tonto a Iglesias, pero había algo que no cuadraba. Si Iglesias estaba dispuesto a aceptar algo poco valioso en términos de poder, ¿por qué no tomarle la palabra y conseguir la investidura de Sánchez?

“Quieren conducir un coche sin saber ni siquiera dónde está el volante”, insistió Lastra. Hay dudas sobre qué parte de un coche conoce la diputada, por continuar con su símil. El Ministerio y las CCAA pactan el diseño de esos programas y sus prioridades, y luego son ejecutados por las autonomías. En el último presupuesto no aprobado finalmente, ascendían a 5.985 millones. La ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, podría darle algunas clases a Lastra sobre cómo interviene el Gobierno central en este proceso.

Cuidado con confiar en septiembre

Rufián fue de los que culpó por igual a Sánchez e Iglesias por el fracaso. “Se arrepentirán”, dijo, y estaba claro a qué se refería. “Septiembre nos complica la vida a todos”, comentó. Los optimistas que creen que aún hay tiempo de evitar nuevas elecciones olvidan que será muy difícil que ERC voté 'sí' o se abstenga en una sesión de investidura posterior a la sentencia del juicio del Tribunal Supremo, un fallo que un sector del independentismo aguarda para septiembre, aunque las fuentes jurídicas consultadas dan por hecho que será a final de mes o incluso ya en octubre.

Todo este berenjenal de la izquierda ni le iba ni le venía a la derecha que cumplió el trámite de sus discursos. Pablo Casado dio con una frase que tenía más proyección que los aplausos a Sánchez de la bancada socialista: “Usted ya es mucho menos que hace cuatro días”.

Sánchez y unos cuantos más. PSOE y Podemos tenían este julio una oportunidad que no está claro que se vaya a repetir. A partir de septiembre, y salvo súbita inspiración, empezarán a perder el control de los acontecimientos. Que es lo que siempre hay que evitar en política, además de la parte que dice que no decepciones a tus votantes, porque puede que se harten de ti mucho antes de lo que esperabas y te terminen dando una patada en el culo por idiota.

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