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Manfred Weber, un veterano europarlamentario de fuerte convicción católica

EFE

Helsinki —

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El alemán Manfred Weber, eurodiputado desde 2004 y jefe de filas del mayor grupo parlamentario en la Eurocámara, el PPE, es un hombre tradicional, de fuerte convicción católica, y un político prudente que se ha forjado una fama en torno a su capacidad para gestar consensos.

El elegido como candidato del Partido Popular Europeo (PPE) para sustituir a Jean-Claude Juncker en la presidencia de la Comisión Europea (CE) si los populares repiten victoria en mayo de 2019, apeló en su discurso final a la importancia de conservar y ensalzar la herencia democristiana unida.

En tal sentido, dijo sentirse orgulloso de que vaya donde vaya “en Europa siempre en el centro de todos los pueblos encuentras una iglesia cristiana”.

En ese sentido, fue claro: “Turquía no puede ser miembro de la Unión Europea”.

El grueso de su experiencia está en la Eurocámara, como político acostumbrado a “articular mayorías parlamentarias” y a gestionar un heterogéneo grupo parlamentario que incluye a eurodiputados del Fidesz de Viktor Orbán, así como los de Forza Italia, los alemanes de la CSU y la CDU, y el PP español, entre otros.

Weber, destacan en su gabinete, supo gestionar tanto la gran coalición en el Parlamento Europeo con los socialdemócratas a principios de legislatura, como el llamado “grupo de los 6”, un frente común de todas las fuerzas políticas del hemiciclo a favor de la Unión para dejar fuera de juego a los euroescépticos en las votaciones más importantes.

Diversas fuentes cercanas destacan que es un hombre tradicional, de iniciales bordadas en sus camisas, que disfruta de la vida rural bávara y tan amante de las reglas como todo buen alemán.

Un hombre que disfruta volviendo a su pueblo, Wildenberg (Baviera), los fines de semana, donde vive con su esposa, con la que no tiene hijos, y poco amante de las salidas nocturnas y de las reuniones informales en bares. Un perfil, en definitiva, muy distinto del que pudiera acabar siendo su predecesor, Jean-Claude Juncker.

Le gusta rodearse de europeos del Sur y el Este en sus equipos y en las conversaciones suele preferir escuchar a hablar.

Preguntados miembros de su equipo sobre hasta qué punto confía Weber en que va a acabar siendo el presidente de la Comisión Europea, indicaron que si se ha prestado a la carrera de “Spitzenkandidaten” es “porque cree en ello”, pero que también es cauto y consciente de que el Consejo Europeo tendrá la última palabra.

“Lleva demasiado en política como para confiar a ciegas en nada”, coincidieron en señalar miembros de su equipo.

Weber no está preocupado, indican, porque la canciller alemana, Angela Merkel, quiera dar un paso al frente sorpresivo tras las europeas para ocupar un puesto en Bruselas.

Quienes trabajan en su gabinete destacan su querencia por anticiparse a los acontecimientos hasta límites insospechados y su gran prudencia, de la que ya hizo gala, por ejemplo, antes de ser confirmado como presidente del grupo parlamentario popular en la Eurocámara, cuando no quiso cantar victoria hasta la elección a pesar de ser el único candidato.

Un miembro de su equipo explicó a Efe que Weber lleva más de dos años recabando apoyos más allá de Bruselas, en las veintiocho capitales comunitarias, y que no se hubiera presentado si no supiese que puede ganar con holgada mayoría.

Cuando le preguntan cómo es que tras tantos años en Bruselas no habla francés, aspirando además a ocupar un puesto clave en las instituciones, Weber suele contestar que es un hombre de ciencias.

Mientras el otro contendiente, el finlandés Alexander Stubb, alardeaba en redes sociales y entrevistas de su forma física -corre a diario-, el alemán apenas tiene aficiones conocidas, aunque en su vídeo de campaña recordó su etapa como guitarrista de un grupo musical aficionado.

Una de las ambiciones de Weber es “tender puentes” entre las instituciones y los ciudadanos y, si es elegido sucesor de Juncker, pretende promover algunos cambios en Bruselas, como que las decisiones del Consejo se tomen por mayoría cualificada y no por unanimidad o que “se termine con el poder de facto de diplomáticos y burócratas para devolverlo a los políticos”.

Lara Malvesí

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