En Sevilla estamos de feria. Ya saben, torturándonos un poco. Esta feria nos ha dejado un acontecimiento histórico. Espero, que solo sea el principio de un cambio. Un lento cambio que, quizás, comenzó hace unos años, cuando todas las atracciones se pusieron de acuerdo para reducir el impacto acústico emitiendo la misma música. Medida que el público agradeció. Este lunes de feria, la calle del Infierno, ese parque de atracciones efímero, junto a la zona de casetas, se quedó en silencio durante cuatro horas para que las personas en el espectro autista pudieran disfrutar de “los cacharritos”.
Se conoce como calle del Infierno por el ruido infernal que producen todas las atracciones y tómbolas, tronando con sus músicas y sus eslóganes a cien mil decibelios. Batiburrillo de furia acústica que a los neurotípicos, se supone, nos emborracha de diversión por el método del aturdimiento. La pesca de los patos, el reclamo de los gofres, el tío de la tómbola incitándote a ganar el regalo estrella del momento. ¿Cuál es este año? Pues no lo sé. El lunes todo calló. Durante cuatro horas las atracciones quitaron la música para favorecer el disfrute de aquellos a los que el exceso de ruidos y de luces les aturde más de la cuenta, porque procesan distinto. Mil radios sintonizando a la vez en un único cerebro. Dicen que así lo viven muchas de las personas que están en el espectro autista. Por eso, la calle del Infierno de la feria sevillana enmudeció por unas horas. Un silencio que también agradecimos muchos, los que no vemos y los que tienen dificultades auditivas. El público en general.
Un pequeño gran gesto por parte del Ayuntamiento en colaboración con los propietarios de las atracciones, que han tenido la sensibilidad suficiente para entender que así es mejor para muchos ciudadanos. No solo las personas con autismo, la verdad. Yo lo he vivido con auténtica expectación, porque los ciegos con la música fuerte no vemos. Ir con mis hijas a la calle del Infierno enterándome en todo momento dónde se querían montar ha sido una magnífica experiencia. Mi marido, que es vidente, lo vivió más relajado porque no tenía que hacerse oír entre tanta estridencia. Sí, porque, les contaré, queridos lectores, que hace unos años me subí a una montaña rusa con mi hija de tres años pensando que, en realidad, era un tren para niños. Lo descubrí de sopetón –nunca mejor dicho–, cuando el vagón ascendió y descendió bruscamente al poco de ponerse en marcha. Él me había advertido que no era un simple tren infantil, pero, en el fragor de la estridencia acústica, yo había entendido lo contrario. Total, que terminé asiéndome con todas mis fuerzas a la barra con una mano mientras con el otro brazo rodeaba a mi hija que gritaba “¡quiero con papiiiii!”.
El episodio queda para el anecdotario familiar, por supuesto, pero lo traigo a la palestra porque yo, sin tener autismo, he pasado una fantástica tarde en la calle del Infierno silenciosa. No silenciosa del todo. Evidentemente se oían los motores de las atracciones y los gritos de los torturados pasajeros. Es que lo de pagar por que te revoloteen el cuerpo es para que nos lo hagamos ver.
Más allá de anécdotas personales, y aunque las personas con TEA y sus familias tienen problemas más importantes que resolver en su día a día, las cuatro horas “de silencio” han servido también para que tengamos más presentes a los que no sienten el mundo como usted o como yo. Para ponernos en su piel siendo conscientes de que la música alta no es sinónimo de diversión para algunas personas. Me atrevo a afirmar que para muchas más de lo que pensamos, con o sin discapacidad. Para hablar a nuestros hijos de otras realidades. Para tomar conciencia de que todos no somos iguales y que necesitamos cosas distintas. Que con voluntad es posible armonizar la diversidad. Como la noria mirador, que es otra novedad este año. Cuenta con cabinas adaptadas para que puedan subir hasta tres sillas de ruedas a la vez en la atracción. Y, por último, en este día para recordar, una mención especial para el Circo Sensaciones, que ofreció por la mañana un espectáculo de circo inclusivo, sin ruido, en la caseta de Fiestas Mayores para el público con autismo. ¡Así, señores, da gusto sufrir en la feria!