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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

El virus que nos abrió los ojos

La publicidad invasiva hace aún más difícil navegar por internet para las personas ciegas

Nuria del Saz

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El estado de alarma y el consiguiente confinamiento, a los periodistas nos ha llevado a un estado de frenesí informativo. Como servicio esencial, las horas de trabajo se nos han multiplicado, en muchos casos, teniendo que realizar crónicas para medios dentro y fuera de nuestro país. De pronto, nuestros hogares son multifuncionales al más puro estilo Ikea. Escuela, oficina y vivienda todo en uno.

Como aliada, la tecnología y, por fin, lo que muchos veníamos reclamando desde hace años, ponerla al servicio del humano, más allá del ocio y el tiempo libre, más allá de las películas, los videojuegos y los correos electrónicos. Íbamos a comprar el pan en un Ferrari cuando teníamos kilómetros de autopistas para recorrernos el mundo y llegar tan lejos como quisiéramos. El problema era que no queríamos. No, el problema era que algunos, con el poder de decidirlo, no querían o, lo que es aún peor, no veían la necesidad. Porque no era su necesidad.

El teletrabajo ha entrado como un torrente en los hogares españoles, gracias a esta pandemia. Lo estoy viviendo con cierto regocijo. Siento una efervescencia similar a la de un niño cuando ve a sus padres tirarse al suelo para jugar con ellos. De pronto, una inmensa mayoría da ese pasito que faltaba. El Ferrari por fin rula y ruge a pleno rendimiento. No a pleno, que quedan engranajes por engrasar. Pero todo se andará.

Lo observo como una oportunidad, ya que numerosos medios eran reacios a valerse de estas tecnologías para el desempeño de nuestras labores. Tecnologías que no son nuevas y que muchos ya usábamos en tiempos tan pretéritos como finales de los años noventa. Así que, desde esa perspectiva, reconozco que me entusiasma la rotura de ese otro techo de cristal. Se ha roto una barrera tecnológica. Se prima la comunicación sobre todo. La funcionalidad. La humanidad. Muchos han perdido el miedo a hablarse a través de una pantalla. A trabajar a distancia o a que le trabajen a distancia. Ahora hay que adquirir el hábito, las rutinas, hacerse al nuevo escenario y a mejorarlo.

Esa barrera tecnológica de lo presencial sobre lo virtual también existía en el sector periodístico. A mí misma me han negado hacer conexiones via Skype en el pasado, so pretexto de la calidad de la conexión o porque era muy complicado... Y ha impedido a algún que otro colega periodista con discapacidad grave ejercer su profesión desde casa, teniendo la preparación, el talento y la formación para ello. Los escalones y otras barreras imposibilitaban su acceso físico al periódico, a la radio o al gabinete. Pero la ignorancia o la falta de visión, que no de vista, de quienes pudieron decir sí al teletrabajo le dejaron en casa confinado. Ahora todos confinados y teletrabajando por un virus.

Es paradójico que este virus invisible haya tenido que poner del revés a todo un planeta para que abramos los ojos a otras realidades que teníamos presentes, justo al lado, y que eran más visibles que el coronavirus.

Cuando pase la ola, quedará otra realidad. Muchos esperan con anhelo el regreso a la antigua normalidad. Yo, no. Cuando la ola se retraiga, mucho de lo avanzado hoy con el teletrabajo retrocederá con ella, pero algo quedará, espero que lo suficiente para que sea una oportunidad para las personas con discapacidad. Y si no, no pasa nada… auguran más virus.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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