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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Otras Voces: De vacaciones con silla de ruedas

Juan Luis y Ana en Escocia

Juan Luis del Pozo

Viajar con una silla de ruedas puede ser complicado. Juan Luis lo vive con su pareja, Ana, y reflexiona sobre las implicaciones que tienen este tipo de barreras para llevar una vida normal

***

Tengo la suerte de compartir mi vida con una compañera a la que admiro y junto a la que he aprendido muchas cosas. Parte de ese aprendizaje tiene que ver con el hecho de que es una “retrona”, utilizando la terminología de este blog. Yo no había vivido la realidad de las personas con discapacidad hasta que la conocí a ella. Y los principios no fueron fáciles, pero aquí seguimos cinco años después.

Y es que poco a poco vas descubriendo e interiorizando que las dificultades hay que afrontarlas en el día a día. Y se superan. Y al final te das cuenta de que puedes llevar una vida similar a la de cualquier otra pareja, e incluso más enriquecedora en algunos aspectos.

Sin embargo, una cosa es que tú aprendas a afrontar el día a día con tu pareja y otra que dejes de indignarte y denunciar las barreras que encuentran los “retrones” y las “retronas” en nuestra sociedad. Me temo que eso no es posible, y por eso uno necesita de vez en cuando desahogarse. Por ello me lanzo a continuación a contar algunas experiencias que hemos vivido este verano en nuestras vacaciones.

Nuestra primera salida fue a Barcelona, un fin de semana, con motivo de un festival musical que se celebraba en la Ciudad Condal. Viajamos con mi hermano y algunos buenos amigos. Cuando llegamos al recinto del concierto aun no había mucha gente, pero conforme avanzaba la tarde la pista se fue llenando y llegó un momento en que desde la silla de ruedas no se veía bien el escenario. En un descanso entre bandas aproveché para buscar si había zona habilitada para personas con movilidad reducida, y efectivamente la había. Eso sí, estaba vacía y, ¡sorpresa!, solamente podía accederse subiendo un buen tramo de escaleras. Afortunadamente, gracias a que la silla que utiliza mi pareja es relativamente ligera y a mis amigos, conseguimos que mi chica pudiera ver el concierto desde allí.

A la vuelta habíamos solicitado asistencia para poder acceder al tren. El sistema informático de compra de billetes no nos había permitido seleccionar los asientos específicos debido a la puesta en marcha del llamado “vagón del silencio”, pero pudimos solucionarlo en la estación. Sin embargo, cuando llegamos al coche que nos correspondía, ¡sorpresa!, resulta que una columna o una escalera impide colocar la plataforma de frente a la puerta del vagón. ¿La solución? Acceder por el vagón contiguo.

El chico de asistencia nos deja allí, temeroso de que el tren se ponga en marcha con él dentro. Nosotros le habíamos tranquilizado diciéndole que mi compañera puede andar cortas distancias y podemos caminar hasta los asientos. Sin embargo, ¡oh, qué contrariedad!, es un tren antiguo y no hay asientos: sólo un espacio donde colocar la silla de ruedas al que no podíamos acceder con nuestra silla porque no cabía por el pasillo. Al final, con el tren ya en marcha y a pesar del frágil equilibrio de mi pareja, buscamos unos asientos libres en el vagón y allí nos sentamos. Eso sí, he de reconocer que durante unos minutos me olvidé del silencio que había que mantener y proferí algunas maldiciones y blasfemias que quizás pudieron incomodar a algún pasajero o pasajera.

Además de la escapada a Barcelona, este verano también hemos estado una semana en Escocia. En el avión llevábamos un sistema diferente de silla, más grande y voluminosa pero no mucho más pesada. Todo fue razonablemente bien hasta que regresamos a Madrid. Habíamos solicitado asistencia para que nos recogieran al aterrizar, pero la persona del servicio se retrasaba mucho. Nos temíamos algún contratiempo y, efectivamente, cuando finalmente llegó, vimos que no traía nuestra silla. Entonces se nos informa de que ésta había sufrido un “pequeño” accidente.

Cuando pudimos llegar a la sala de recogida de equipajes, la cinta estaba parada, todo el pasaje había recogido sus maletas, y únicamente quedaban allí nuestra silla y nuestra maleta abandonadas a su suerte. Efectivamente, la silla ha sufrido daños. Parece ser que al bajarla del avión en la cinta transportadora junto con las maletas una de las ruedas se enganchó y el aro estaba doblado y arrancado en dos de los puntos donde va unido a la rueda. ¡Casi nada! Me permito apuntar que quizás no sea una buena idea tratar una herramienta que permite hacer algo tan importante como “caminar” a algunas personas como si fuera una maleta (y con ello no digo que las maletas no haya que tratarlas bien, que conste).

Termino con una reflexión. La Constitución dice que “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.” También establece que “Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”.

Creo sinceramente que ninguna de estas dos disposiciones se cumple en el caso de los “retrones” y “retronas”. No son iguales ante la ley porque en la práctica no se les garantizan los mismos derechos que al resto y no se hace suficiente por remover los obstáculos que impiden su ejercicio.

Estas barreras hacen que mucha gente se quede en su casa. No se trata sólo de viajar, se trata de estudiar e ir a la universidad, de la posibilidad de acceder a un trabajo remunerado que permita costear unas ayudas de las que depende tu calidad de vida. Cuestión que, si tenemos en cuenta lo que está ocurriendo con la ley de dependencia, no parece que sea una prioridad para el Estado.

Poco a poco las cosas van mejorando y estos problemas se van visibilizando, lo cual es una muy buena noticia. Pero queda mucho camino por recorrer y no hay que dejar de denunciar todas y cada una de estas situaciones.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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